Audiencia Nacional
Bárcenas se queja de que sus 48 millones en Suiza le han «estigmatizado»
El ex tesorero desvincula su fortuna de las empresas de Correa y de la «caja B» del PP.
El ex tesorero desvincula su fortuna de las empresas de Correa y de la «caja B» del PP.
Luis Bárcenas siguió ayer pasando el algodón a su fortuna, esos 48 millones de euros que llegó a acumular a finales de 2007 en Suiza y que, se quejó amargamente, le han «estigmatizado» porque, lamentó, «he oído múltiples bromas sobre mi capacidad gestionando o no». Tras intentar justificar el día anterior el origen de un tercio de ese montante, el ex tesorero del PP remató sus 16 horas de declaración, repartidas en tres jornadas, explicando que los 30 millones restantes se deben a su pericia en la gestión de sus inversiones en apenas siete años, de 2000 a 2007. «Treinta de esos 48 millones salen de la gestión realizada por mí de mi cartera», aseguró ufano.
El ex tesorero popular negó también que procedan del pago de comisiones de Francisco Correa o de la apropiación indebida de fondos del PP e insistió al tribunal del «caso Gürtel» en que sus ingresos provienen de su «actividad profesional y no guardan ninguna relación» con posibles adjudicaciones públicas. Al proyecto argentino del aserradero añadió, en esta ocasión, el negocio de limones y soja, cuyas «cualidades proteínicas» alabó, y el del girasol en Ucrania. Además, desveló la identidad de los trece inversores uruguayos que, según él, en 2003 le ingresaron en Suiza tres millones de euros para invertir, y a los que su gestión –continuó sacando pecho– procuró en seis años unas plusvalías de hasta el 32%.
Bárcenas hizo hincapié en que nunca intermedió en favor de empresarios para lograr adjudicaciones públicas, empequeñeciendo para eso sus pasadas responsabilidades políticas. «Si un senador pinta muy poco, un gerente a estos efectos no pinta nada», dijo a preguntas de su abogado, Joaquín Ruiz Infante. «Presionar a alguien era imposible, porque no conocía a nadie». Y en ese afán por aligerar de influencia los cargos que desempeñó, añadió: «Si llama un gerente a un político se ríen de él, porque los políticos son muy especiales. No te cogen el teléfono». El gerente Bárcenas y el senador Bárcenas –insistió el acusado Bárcenas– «no conocía a nadie en ningún ministerio» y a partir de 2004, añadió, su capacidad de influencia en las adjudicaciones era «imposible» porque «ya no tengo relación con Correa y no gobierna el PP, sino el PSOE».
El ex tesorero defendió que no se quedó ni un euro de la «caja B» del PP, que manejaba junto a su antecesor en el cargo, Álvaro Lapuerta, a quien aplicó el inclemente recurso del elogio envenenado: cada vez que glosaba sus cualidades como tesorero recordaba sin dilación que era Lapuerta el máximo responsable de las finanzas del partido. «Yo, como gerente –cargo que desempeñó entre enero de 1989 y junio de 2008– no podía manejar ningún fondo del PP, mucho menos los extraoficiales», que precisaban, según él, de una especial dedicación. «Nunca he tenido ninguna capacidad de disposición», hizo hincapié, una prerrogativa que atribuyó a Lapuerta, a quien una demencia sobrevenida apartó in extremis del banquillo.
El excesivo celo de Lapuerta con esa «contabilidad extracontable», relató, hacía imposible que él se hubiera apropiado de dinero alguno de esa «caja B» que nutrían las donaciones de los empresarios. «Álvaro llevaba él mismo un segundo control además del mío. Era especialmente cuidadoso. Se visaban de vez en cuando y coincidían», recordó el ex político.
Con el mismo ahínco que en las dos jornadas anteriores, Bárcenas situó a su esposa, Rosalía Iglesias, al margen de sus actividades profesionales. «Con mi mujer no hablaba de negocios», aseguró. Y volvió a delimitar el doméstico reparto de tareas entre ambos: «La casa la llevaba mi mujer». Ella, contó, apenas puso en pie en la sede del PP en Génova, si acaso en alguna cita electoral, «y en mi despacho, jamás». Y rubricó el enésimo capote a su mujer asegurando que, cuando había que presentar su declaración de la Renta, era él mismo quien «hacía un churro con su firma».
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