Sabino Méndez
Cataluña después
Si alguien me preguntara qué es Cataluña le contaría el «sold out» de Loquillo en el Gran Teatro del Liceo
Si alguien, después de las elecciones de la semana pasada, me preguntara qué es y cómo es Cataluña ahora mismo, para responderle le contaría lo que presencié en Barcelona hace escasas treinta y seis horas. Esa noche de anteayer, me reencontré con mi viejo compañero de fatigas musicales, el cantante Loquillo, que vino a actuar en nuestra ciudad en el Gran Teatro del Liceo. Si hay dos templos emblemáticos de la música en Cataluña, esos son el Palau de la Música y el Liceo, con todo lo que de tradición, respetabilidad y poder de convocatoria conllevan. Hay que decir que el evento se saldó con todas las entradas vendidas: lleno absoluto. Ese lleno en el Liceo, a pie de calle, tiene tanto significado, observado desde el punto de vista del relato, como cualquier interpretación que se pueda hacer del resultado de las recientes elecciones regionales.
El ganador de los comicios, el PSC, explica a todo aquel que le quiera oír que los catalanes, con sus votos, han decidido que se necesita «abrir una nueva etapa». Mmmh… me temo que no. Quien siente la necesidad de abrir una nueva etapa consigo mismo es el propio PSC. Los catalanes han votado individualmente cada uno, con la opción que su Dios particular les ha dado a entender, y lo que tenemos es un resultado aritmético de uso administrativo porque para ello hemos decidido gobernarnos por democracia.
Setecientos mil catalanes han votado a Puigdemont. ¿Me están diciendo que todos estos de mis paisanos están por «una nueva etapa»? ¿Hay acaso algo más viejo que Puigdemont? Si a esos conciudadanos sumamos los cuatrocientos mil de ERC hay que reconocer que la «nueva etapa» dista mucho de ser mayoritaria.
Los socialistas, con su interpretación, caen en el defecto endémico de los gobernantes de Cataluña en los últimos tiempos: afirmar que sus necesidades son las de toda la población. Como Pujol, como Torra, como Mas, dicen: Cataluña soy yo. Todos hicieron siempre esa identificación agarrándose a una ventaja absolutamente precaria, de poquísimos escaños. Si el PSC fuera la voluntad de todos los catalanes, sencillamente no necesitaría tener que plantearse posibles coaliciones o apoyos porque estos le habrían entregado una mayoría irrebatible, apisonadora.
Igualmente que cualquier relato de este tipo, es plausible llenar de contenido el «sold out» de Loquillo en el Liceo, musicando poemas de Benedetti, Martínez Mesanza, Bernardo Atxaga y Luis Alberto de Cuenca. Todos los tickets vendidos. Lleno hasta la bandera. Entre el público, socialistas, indepes, conservadores... Loquillo es «el noi del Clot», veinte años más joven que el otro gran chaval de Barcelona, Serrat: «el noi del Poble Sec». Ambos barrios son zonas menestrales de la ciudad. Serrat apoyó al PSC en las elecciones regionales, coherente con sus afirmaciones y su trayectoria. Su generación era la del compromiso partidista. Loquillo pertenece a una generación más joven, que desconfiaba y sigue desconfiando (con motivo) de los partidos. Ambos han llevado con éxito a Latinoamérica y al resto de la península las canciones que han germinado en Barcelona.
No hay momentos epifánicos de cambio de etapa en la vida humana que no sean meros espejismos. Todo es más bien una cadena de eslabones que cambian lentamente. Así es cómo evolucionan las sociedades urbanas. En el Liceo se congregaba gente de todas las ideologías, porque la aritmética que ha hecho ganar a Illa las elecciones es la misma que ha hecho subir geométricamente al PP, mantenerse a Vox en Cataluña y que no desaparezca el arraigo del separatismo entre gran parte de la población. Me complace fijarme además en que ese concierto, de un Liceo lleno a rebosar, se dio la misma semana en que Coppola presentó «Megalópolis» en Cannes y Alizz (otro «noi» catalán de éxito) ponía en la calle su nuevo trabajo. Los seres humanos siguen vivos, inquietos, haciendo cosas. Incapaces de resignarse al pensamiento único. Hay tantos, y tantas cosas para hacer. La prerrogativa del poeta, del artista, (y también su obligación) es intentar visualizar lo que sucede simultáneamente en todas las personas, en lugares muy distantes de la geografía, el pensamiento o los sentimientos. A veces, uno desearía que los políticos estuvieran ungidos también con esa capacidad, como los mejores poetas.
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