Extremo centro
Crisis de un solo nombre
El Comité Federal del PSOE se convirtió en un previsible campo de batalla de lo que vendrá después
Al menos 32. Los he contado en los diferentes organigramas que encontré al buscar por internet. Treinta y dos, y seguramente me falten otros tantos. Una aproximación modesta y contando por lo bajo. Como mínimo, tres decenas de altos cargos socialistas que compartieron responsabilidades al mismo nivel jerárquico en Moncloa que el caído Salazar. No se ha filtrado que ninguno de ellos llamase la atención al acosador ni que activase ningún protocolo. Habría que ser un idiota crónico para no darse cuenta de que el componente antimasculino que ha nutrido el feminismo contemporáneo proviene de la intensa convivencia que mantienen las mujeres de izquierdas con los hombres con poder de los partidos progresistas.
Es necesario preguntarse qué tipo de obra teatral ha representado el feminismo socialista en España. En último término, qué ha significado esta cuestión que tantos perjuicios ha provocado a tantísimos niveles. Que al menos esas treinta y dos personas respondan con su nombre y apellidos sobre esta cuestión. Porque fueron ellos los que nos estuvieron intentando educar al resto durante años. Ellos. Los que programaron la cultura, escribieron los discursos y dictaban qué era acoso en las oficinas y en las redes sociales. Ellos fueron los que señalaban con el dedo qué era ser un buen hombre. Los que guardaron un silencio cómplice ante las situaciones que vivían sus compañeras fueron ellos.
Sánchez también tiene que responder. Porque las tres personas que competían por el puesto más relevante en el PSOE bajo su liderazgo, la Secretaría de Organización, fueron Ábalos, Santos Cerdán y Paco Salazar. Los tres eran el tipo de personas de confianza con las que se rodea nuestro presidente. Y los tres han caído, uno tras otro, envueltos en escándalos. No es que Sánchez tenga mala suerte, no es que escoja mal. Es que siempre escoge lo mismo y se rodea del mismo tipo de personas. Las que le hacen sentir cómodo, las que encajan en su idea de lo que debe ser un dirigente. Las que configuran el poder en el tipo de partido en que se siente cómodo. Y ese, y no otro, es el problema que la tropa que aún le rodea no quiere admitir.
El Comité Federal del fin de semana se convirtió en un previsible campo de batalla de lo que vendrá después. Page levantó la voz y alzó una bandera con el mensaje: «Los que estén hartos de esto, que me llamen». Pidió a Sánchez que pusiera a prueba su liderazgo, señalando lo obvio: que si no hay presupuestos y todo presenta una lenta agonía, por qué no ir a las urnas y aclarar las cosas de una vez. Óscar Puente se movió, jugando a ser el heredero. Y Adriana Lastra se dejó ver, recordándonos que ella fue alternativa orgánica a Santos Cerdán y Ábalos en su momento, y que precisamente esa pareja de investigados por la UCO le hicieron la vida imposible dentro del partido socialista.
La presidencia no dio turno de réplica a Page, en una muestra de debilidad que deja claro que están más rotos de lo que parece. Cuando empiezas a cortar y evitar intervenciones, es porque no controlas la situación. Un síntoma de debilidad brutal que deja claro que cierran la crisis sin resolverla. No se abordaron las causas de la crisis, que, a estas alturas, todos sabemos que tienen un solo nombre. Esta crisis no se resuelve con fotos. Hace falta algo más, algo que, a día de hoy, no parece que se esté dispuesto a ofrecer.
Sánchez ya debería sentir que los que le rodean ya no siguen su juego. El foco que deslumbra en la cima empieza a apagarse. Los que antes buscaban su atención ya no están. Las palancas y botones que bajas ya no responden ni parecen encender alguna bombilla. La oscuridad aumenta. Y la inseguridad y el miedo llega siempre de golpe. Es en esos momentos en que uno debe siempre recordar que todo pasa; que siempre llega el día en que el teléfono deja de sonar.