
Opinión
Currículums vacíos, ética ausente
La honradez, la transparencia y la lealtad son factores imprescindibles para la credibilidad de cualquier trabajador en una empresa, también en la política

Desde la dimisión de Noelia Núñez por falsear datos de su currículum, se suceden a diario denuncias, confesiones, rectificaciones y dimisiones. Es casi una misión imposible hacer una crónica actualizada de este fenómeno de tramposos, tramposillos y, en algún caso, falsificadores. Hemos estrenado el periodo vacacional con algunos políticos –demasiados– haciendo méritos para aumentar el descrédito de su profesión.
Según datos del INE, cerca del 52% de los jóvenes españoles entre 25 y 34 años tiene titulación universitaria, y superan, por tanto, la media europea, que se sitúa diez puntos por debajo. Todo un éxito de nuestro sistema educativo y del gran avance de nuestro país.
La generación X, de la que formo parte, recogió el testigo de nuestros abuelos y padres, quienes, con estudios muy básicos, han visto cómo sus hijos –y ahora sus nietos– llegan a la universidad y tienen oportunidades de formarse que ellos ni siquiera soñaron. Por eso debe avergonzarnos e indignarnos este goteo continuo de políticos que inflaron su historial académico e intentan hacer pasar por reales titulaciones que, si no obtuvieron, fue simplemente porque no quisieron hincar los codos en un pupitre, renunciar a fines de semana o combinar la vida académica y laboral para poder pagarse una carrera, un máster o un doctorado.
En la España que pisó el acelerador para alcanzar al resto de países europeos, con un sistema educativo que garantizara que todos los que quisieran pudieran llegar a la universidad, los que nos representan se inventan su historial académico para hacerse merecedores –en apariencia– del nivel de formación necesario para representarnos. Y digo «necesario» porque entiendo que, si necesitan hacer ver que tienen algo que no obtuvieron en su momento, es porque piensan que deberían tenerlo para ocupar esas posiciones. Ellos mismos atestiguan sus carencias.
Muchos jóvenes –y no tan jóvenes–, entre los que me encuentro, hemos tenido alguna vez que elaborar un currículum B, no para inflar nuestro historial académico o laboral, sino para reducirlo. Sí, para reducirlo. Porque la generación mejor preparada tiene dificultades para pasar con éxito una entrevista cuando ha de justificar por qué se presenta a un puesto para el que aparentemente está demasiado preparada. Y debe convencer al entrevistador de que apuesta por esa empresa y esa posición y de que no se irá a la primera de cambio si le ofrecen una oportunidad mejor. Por eso, algunos ciudadanos en búsqueda de empleo reducen su CV con la única intención de estabilizar su vida laboral, adquirir experiencia en otros campos o simplemente permitirse vivir sin ayuda de sus familias.
Igual no es mucho pedir que los políticos dejen de aparentar ser y sean lo que dicen ser y defender, ya sea con título o sin él
¿Se imaginan qué pueden pensar cuando escuchan las noticias estos días? Lo del descrédito de la política no necesita análisis sesudos, solo aplicar un poco de sentido común. Las soluciones tampoco son mágicas: la honradez, la transparencia y la lealtad son factores imprescindibles para la credibilidad de cualquier trabajador en cualquier empresa, también en la política. Siempre replico a los que generalizan con el «todos los políticos son iguales». No puedo callarme, porque no es verdad. Porque hay políticos que no mienten en su currículum y se dedican a la política comprometidos con su país y con sus ideas. Pero también es cierto que cada vez cuesta más salir en su defensa y no quedar como la naïve del grupo.
¿Cómo puede ser que una organización política no verifique estos datos, cuando cualquier trabajador ha de pasar ese filtro en cualquier empresa y dar contactos que aporten referencias? Es injustificable. ¿Y qué les decimos a la generación mejor preparada de la historia? ¿Y a los adolescentes que se esfuerzan por entrar en la carrera deseada? A esos que machacamos con la cultura del esfuerzo, a los que pedimos que se comprometan con la sociedad, que se impliquen en la política y en el futuro de su país. A esos que ahora ven como algunos listillos finalizan carreras y doctorados modificando un Word y pasándolo a PDF. ¿Qué les decimos a esos que hace pocos días lloraban porque el resultado del examen de la PAU frustraba su entrada en la universidad?
Todo esto ocurre en un momento en que vivimos –y hemos vivido– situaciones que certifican que en nuestro país no están los mejores en los puestos de mayor responsabilidad. Donde muchos enchufados de esa política de currículums inflados y amiguetes son consejeros de Renfe, de Adif, de Correos, de Red Eléctrica o están sentados –o ausentes– en un comité de emergencias o de reconstrucción que se enfrenta a las consecuencias de una catástrofe natural. Igual no es mucho pedir que los políticos dejen de aparentar ser y sean lo que dicen ser y defender, ya sea con título o sin él. Y, si no, que dejen paso a los que están dispuestos a ello.
*Ana Losada es presidenta de Asamblea por una Escuela Bilingüe
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