José María Marco
El debate sobre el futuro del centro derecha: Un partido que se parezca a España
Los populares deben volver a estar en contacto con la sociedad, dejar de ser percibidos como derecha extrema y que sus afiliados y simpatizantes tengan un papel que jugar.
Los populares deben volver a estar en contacto con la sociedad, dejar de ser percibidos como derecha extrema y que sus afiliados y simpatizantes tengan un papel que jugar.
Desde 2011, cuando ganó las elecciones por mayoría absoluta, el Partido Popular quedó supeditado a la labor de gobierno. Ya era un partido de gobierno. Lo nuevo fue que la labor de gobierno empezó a borrar su presencia en el debate público y, por tanto, ante la opinión. Sin FAES, que acabó quedando escindida de su antiguo partido, sin una fundación propia, olvidado en la toma de decisiones y en la propuesta de ideas, el PP dejó de ser un partido vertebrador de la sociedad para convertirse en un partido de cuadros: un partido cuya afiliación está incentivada casi en exclusiva por los puestos políticos que es capaz de repartir. De su eclipse de la realidad social da buena cuenta la pérdida de apoyos desde el 2011: de 10.865.566 votos, con 186 diputados, pasó a 7.941l236 votos con 137 diputados. Y su transformación en un partido de cuadros se refleja en los 66.700 inscritos para las elecciones primarias internas.
Por otro lado, en estos años también ha ocurrido algo nuevo, y es que por primera vez el centro derecha político –el PP– ha adoptado la visión que de él ha querido dar la izquierda, el PSOE y la izquierda intelectual y académica. Desde la Transición, siempre el centro derecha español se ha visto tentado por este gesto, pero nunca como hasta ahora lo había llevado tan lejos. Quizás porque la gravedad de la situación en 2011 era tal que Rajoy y su equipo pensaron que era mejor apartar cualquier asunto que suscitara un debate ideológico, o tal vez porque aspiraban a desmarcarse del precedente de los años de Aznar, el hecho es que el Partido Popular se desvinculó de las grandes líneas de pensamiento, se alejó de los centros de pensamiento que habían nutrido su ideario y dejó de presentar una posición propia.
El resultado no es un «recentramiento» del PP, sino, como es lógico cuando se acepta la etiqueta con la que el adversario lo había clasificado, un posicionamiento cada vez más sesgado a la derecha. Hasta llegar a los resultados paradójicos de los últimos meses. En marzo del 2000, según el CIS, el porcentaje que pensaba que el PP era un partido de extrema derecha era del 18,7%. En abril de 2018 lo piensa el 41%. En febrero de 2000, el porcentaje de quienes afirmaban que jamás votarían al PP era del 26,1%; en abril de 2018 superó el 55%. Aspirando a ser más «centrista» que nunca, el PP ha quedado arrinconado en la derecha –tirando a la extrema- y sin interlocutores, siendo así que Rajoy ha tenido siempre la puerta abierta al diálogo. Como es natural, la posición ha resultado tóxica ante los jóvenes. De entre los menores de 25 años, sólo el 5% se declara dispuesto a votar al Partido Popular.
Naturaleza del partido (popular)
Un primer debate, que podría haberse abordado en estas elecciones primarias y que sería conveniente abordar en el próximo Congreso, atañe al partido mismo y a su definición. Es defendible la idea de un partido de cuadros, siempre que se esté dispuesto a poner en marcha medidas que compensen el declive en el apoyo social presenciado en estos años y la deriva derechista en la percepción del público. Pero también es defendible un partido si no de masas, porque este tipo de organización no parece adecuarse a la realidad actual, sí capaz de dar cauce y forma política a las inquietudes de una sociedad fragmentada y con voz, o con voces, propias. El éxito en las primarias de un candidato que jugaba contra el aparato, y en cierto sentido contra el gobierno, así lo indica. Se trata por tanto de evaluar la posibilidad de volver a un partido en contacto con la sociedad, en el que los afiliados y los simpatizantes tengan un papel que jugar entre el aparato y la opinión, y que olvide el elitismo tecnocrático que ha predominado en los últimos tiempos. Parecerse a España, la España de hoy.
Participación (política)
No resultaría verosímil ni creíble que el PP aspirara a instaurar formas de participación directa en la toma de decisiones. En cambio, es propio de un partido de centro derecha el sistema a doble vuelta de estas elecciones primarias, por muy apresuradas que hayan resultado. Son un primer paso para instaurar algún tipo de participación. En los últimos años, las decisiones se han tomado –o parecía que se tomaban– en función de criterios técnicos, por encima de cualquier debate por tanto, o en virtud de un sentido común del que se suponía imbuido al conjunto de la sociedad. Ninguno de los dos criterios sirve ya por sí solo. Basta salir a la calle para comprender que consensos morales que hace menos de veinte años vertebraban la sociedad han desaparecido. Por eso la decisión y la acción políticas deben ampliar su radio de debate y es necesario implicar a los afectados, y al conjunto de la opinión, en la toma de decisiones. El partido, en este punto, se convierte en un instrumento difícil de sustituir y la modernización no equivale a olvido de las «bases», al contrario.
Escuchar (a todos)
Abrir el partido a la participación requerirá, antes que nada, una actitud de escucha: de escucha de todos, más en particular. La «Operación Diálogo» dio la impresión, como la volvió a dar la gestión del artículo 155 en Cataluña, de que sólo se hablaba con una parte del espectro político mientras que se dejaban de lado a todos aquellos que el Partido Popular representaba, o había representado alguna vez. La respuesta llegó en las elecciones autonómicas de diciembre, que dejaron al Partido Popular sin grupo propio en el Parlamento regional. Marginado, por tanto y con la única relevancia que le da el ser el partido del Gobierno central, algo que no deja de tener inconvenientes. Es imprescindible que el Partido Popular que salga de este proceso de reforma o de refundación articule fórmulas para mantener el diálogo con quienes tienen algo que aportar, en particular con quienes lo hacen desde posiciones que están próximas, ideológicamente, a lo que el PP significa o ha significado.
Comunicar (y explicar)
Así como la toma de decisiones debería llevar incorporada un protocolo de participación, debería incluir otro acerca de la comunicación. Y no porque haya que seducir a un sector u otro de la opinión, ni porque haya que «vender», como se dice, la propia mercancía, sino porque las sociedades en las que vivimos no ofrecen de por sí el entorno conceptual que permite entender una decisión. No sólo hace falta explicar lo que se ha hecho o lo que se va a hacer. Hay que darle sentido, engarzarlo en el conjunto de la acción y en la medida de lo posible hacer entender cómo cada parte se relaciona con el conjunto de la acción propia y de la sociedad. La política, de hecho, se ha convertido en una máquina de dar sentido («significar» o «resignificar») y aunque se comprende que desde una perspectiva clásica esto resulte difícil de justificar, porque en muchas ocasiones convierte la política en propaganda y resulta casi indistinguible de la pura y simple manipulación, es una realidad a la que no se podrán sustraer quienes aspiren a gobernar sociedades como las nuestras.
Centro (propio)
Volver a recentrar el partido es otra de las tareas que requerirá el esfuerzo –urgente– de toda la organización. Dejar de ser percibido como un partido de derecha extrema y, por tanto, cómo sin capacidad de interlocución ni de negociación requerirá quitarse de encima la obsesión por la etiqueta con la que el adversario señala y marca el territorio del Partido Popular. A cambio, habrá de ser el propio partido el que delimite su terreno de juego. El centro no es una media abstracta entre dos posiciones. El centro es el espacio en el que una organización política es capaz de suscitar el máximo de apoyos. Y esa posición no viene dada mecánicamente por la moderación de la posición propia (algo siempre recomendable, por otro lado), sino por el marco conceptual en el que cada uno logra establecer el juego. Volver a pensarlo, debatirlo, imaginarlo y reinventarlo es la tarea que tiene que proponerse el PP. Tarea fascinante para cualquiera que tenga el mínimo interés por la política, y el número de estos parece aumentar en los últimos años.
España (la de todos)
Una manera concreta e inteligible, de definir el centro es trazando el perfil de la idea de España que tiene el Partido Popular. Entre los temas «transversales», aquellos que contribuyen a definir el propio partido, éste lo es en grado especial porque define al mismo tiempo dos cuestiones básicas: el alcance del consenso que el PP, como gran partido de gobierno que debe aspirar a seguir siendo, ofrece al conjunto de la sociedad y a las demás fuerzas políticas, y aquello que lo caracteriza como organización y que sintetiza una parte, o la base misma, de las aspiraciones de sus afiliados, sus simpatizantes y sus votantes. Aquí la reflexión es inaplazable (incluido, para más adelante, lo que atañe al Estado de las Autonomías, la recentralización o no de algunas competencias y también la posible reforma constitucional). En algún momento, no muy lejano en el tiempo, el PP habrá de llegar a propuestas propias, debatidas y asumidas. Y así como es exigible un debate político real, corresponde al Partido Popular dejar de lado cualquier eslogan utópico y propagandístico y concentrarse en la España real, la España de todos, no una España ideal ni una España ideológica que haya que encajar a la fuerza en la existente. Evidentemente, esta perspectiva española que debería empapar todo el campo de acción del Partido Popular debería dejar leer al trasluz otra: Europa, la Unión Europea.
Libertad (positiva)
Uno de los motivos que definen, con la idea de España, ese centro que el Partido Popular habrá de esforzarse por recuperar es la defensa de la libertad. A pesar de que ha estado en la base de muchas de las decisiones tomadas en estos últimos años, en particular en el terreno económico y laboral, es una palabra casi desaparecida del vocabulario «popular», sustituida por un campo de significados que se mueve entre los «derechos» y las «obligaciones», con el acento puesto en estas últimas. Sobre la perspectiva española y europea, la de la libertad debería volver como una prioridad, e informar cualquiera de los debates que habrá que afrontar en los próximos tiempos: economía, claro está, pero también educación, sanidad, reorganización del territorio, ciudades, privacidad, gestión de datos, autoría intelectual en internet, bioética y transhumanismo... Incluso uno como el de la España vacía debería tenerla en cuenta. El partido Popular no puede ser el partido que se ocupe como ningún otro de proporcionar las bases de la libertad de los españoles sin hablar al mismo tiempo de cuál es el contenido de esa libertad.
Memoria (e historia)
Una de las tentaciones en las que ha incurrido el centro derecha español ante la ocupación de la memoria y de la historia por la izquierda ha sido obviar el asunto e huir hacia adelante. Tal vez le impulsaba la esperanza de que, de este modo, la izquierda quedara atrapada en el pasado y el centro derecha ofreciera una imagen de modernidad. Bastaría alguna alusión al pacto de la Transición para resolver el asunto, considerado, con razón, un ataque a las bases mismas de la democracia parlamentaria. No ha sido, sin embargo, y buena parte de la opinión pública, y en particular los jóvenes, objetivo directo de la campaña sobre la Memoria histórica, tienen una visión del pasado español que no se corresponde ya con aquel sobre el que se construyó la España constitucional. El asunto requiere un tratamiento propio, y atañe a la forma en la que el Partido Popular se concibe a sí mismo y piensa su inserción en la sociedad. No es tan difícil hacerlo, dada la hiperideologización con la que el PSOE ha tratado la cuestión.
Jóvenes (en serio)
Es una obviedad decir que un partido que aspire a gobernar, como el Partido Popular lo ha hecho dos veces en democracia, no puede alejarse demasiado de lo que les interesa a los jóvenes. Ha tenido éxito la campaña regeneradora, que camuflaba apenas un recambio generacional. Se han renovado también las formas de representación política, y ahora muchos electores se sienten representados sobre todo por quienes son como ellos. Todo esto conduce a un cambio necesario en el liderazgo del Partido Popular. También habrá que encontrar formas nuevas de comunicar con los electores jóvenes, y tener en cuenta los códigos y los medios que utilizan. En buena medida los han inventado ellos, como generaciones anteriores inventaron los suyos, con los cambios que han traído en la formulación y el contenido mismo de las políticas. Es este otro de esos puntos estratégicos y transversales que deben imbuir cualquier acción. Y en serio, además, porque si algo ha caracterizado siempre a los jóvenes, también a los de hoy en día, es que se toman las cosas así, en serio.
Liderazgo (consistente)
Nuestro país no parece ser uno de aquellos que han caído en la tentación de explorar formas poco liberales de democracia. Aun así, la presencia de populistas, nacionalistas y ahora un Partido Socialista dispuesto a gobernar con ellos, debería llevar a una reflexión de fondo acerca de cómo proteger el régimen constitucional y qué fórmulas partidistas son aquellas que mejor sirven este objetivo. Una de ellas es devolver a los partidos una capacidad de liderazgo consistente y, dentro de los partidos, intensificar la imagen y el papel de los propios líderes. Además de articular consensos y trabajar mediante negociación e integración, también se necesitan líderes capaces de sintetizar y formular necesidades y deseos muy complejos, en más de una ocasión contradictorios. Aquí no es cuestión de abstracciones ni de consideraciones ideológicas. Es cuestión de carácter: de valentía, de confianza y de responsabilidad. Personas capaces de dar voz a una sociedad plural y cambiante, de prosperidad y con oportunidades inimaginables hasta hace poco y, al mismo tiempo, insegura de sí misma y sumida en la incertidumbre.
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