Convención del PP
El espíritu del Pisuerga
El PP vuelve, 30 años después, a la tierra que le dio el mayor granero de votos y donde un joven Rajoy contribuyó a diseñar el centro-derecha español
A unos veinte kilómetros de Valladolid, ubicado entre los pinares de Tordesillas, la villa histórica del Tratado entre los Reyes Católicos y el Monarca de Portugal, se encuentra El Montico. Sus paredes han sido testigo de toda una vida del Partido Popular y encuentros de muchos de sus dirigentes. José María Aznar, Jesús Posada, Juan José Lucas y Juan Vicente Herrera, todos ellos presidentes de la Junta de Castilla y León, acudían con frecuencia a este hermoso lugar, cercano al Convento de Santa Clara. En julio de 1991, Lucas fue investido como «Señor» de Castilla, cuna desde dónde el PP iniciaba su larga marcha hacia el poder. Durante una cena montiquesa, acuñó una frase que bien lo reflejaba: «Aquí nace el Espíritu del Pisuerga».
Un bloque político de primera, en alusión al fluvial que recorre y vertebra la Comunidad más extensa de España.
Casi treinta años después, el PP vuelve a esa tierra que le dio su mayor granero de votos y dónde un día, aquel joven serio, reservado y algo tosco, tomó el camino hacia Madrid y comenzó a diseñar el centro-derecha español. Le ayudaron muchos, entre ellos un barbudo pontevedrés llamado Mariano Rajoy. El propio Lucas, que tantas horas compartió con Mariano en las vicesecretarías del partido, se lo decía: «Mariano, eres un gallego en la corte castellana», por sus méritos tácticos ante aquel llamado Clan de Valladolid, que entonces tanto mandaba en torno al presidente. Un hombre que a los treinta años había sido ya vicepresidente del gobierno de Galicia y que nunca fue prototipo del chico de derechas de toda la vida. Su talante abierto, irónico y templado, le hacen huir del conflicto como el murciélago de la luz. «Lo suyo era el pacto, la negociación, sin alharacas y exabruptos», comenta un veterano «pepero» de los años en la oposición.
El destino y la decisión de Aznar le colocaron en primera fila, convertido en un líder para un difícil país. Con una crisis económica sin precedentes en la que, contra viento y marea, ha logrado parar el rescate y enderezar el rumbo. «Esto es lo que le importa a la gente», dicen estos días por los pasillos del Auditorio Miguel Delibes, sede de la Convención popular. Tras una semana de dimes y diretes, abandonos varios y ausencias inesperadas, Mariano Rajoy sigue imperturbable. Según su entorno, los episodios de Alejo Vidal Quadras, Jaime Mayor Oreja y Aznar no modificaron su hoja de ruta: «Lo que importan son las voces, no los ecos», asegura un miembro de la actual cúpula del partido al describir la situación.
A estas alturas de su vida, el gallego conoce bien los avatares internos de su partido, las dentelladas de la derecha española y el feroz instinto cainita que desde siempre ha jalonado este espectro político. Sabe lo que es sufrir la derrota y después alcanzar el Olimpo, pero tiene los pies en el suelo y no le pavonea el poder. «Mariano ha sido muy generoso con Aznar. Ya quisiera Felipe haber sido tratado igualmente por Zapatero», dicen en el PP al explicar la relación entre los dos presidentes. En efecto, Rajoy siempre ha acudido a los foros de FAES, al primer libro de Memorias de Aznar, y nunca salió de su boca una palabra malsonante. A pesar de muchas intrigas soterradas, al socaire del llamado «aznarismo» duro, y ni siquiera cuando el ex presidente lanzó sus fuertes diatribas televisivas. Exquisito ha sido también con Ana Botella, como resaltan en el partido.
En la mente de Mariano Rajoy y en el guión de esta Convención, hay otros objetivos: la ausencia ya de un rescate, recuperación económica, el desempleo, unidad del partido y fortalecimiento del centro-derecha. Por ello, no se entiende que bajo el paraguas de Aznar o Mayor Oreja, que tanto lucharon por ese electorado centrista, se pretenda ahora dar lecciones a Rajoy y su equipo. Y mucho menos, bajo la utilización de las víctimas del terrorismo y un hipotético cambio en la lucha antiterrorista. En este sentido, «¿Alguien realmente puede creer que Mariano abandona a las víctimas y negocia con ETA?», se pregunta un dirigente popular. Por ello, fue altamente significativa la presencia de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría en Bilbao, para arropar a la líder del PP vasco, Arancha Quiroga. Las personas cambian, los principios nunca.
En la fría meseta castellana, por los pasillos del Auditorio Delibes, se respiraba un aroma de «prietas las filas». Ni la financiación autonómica, ni el aborto, ni nada. Unidad por encima de todo. Gestos elocuentes, como la parada de Rajoy en el stand de FAES, con sus legajos contra el secesionismo en Cataluña. «Anda, seguro que si a Vidal Quadras le hubieran hecho ministro, se quedaría», espeta un militante catalán. Especialmente cariñoso el presidente con dos mujeres, Arancha Quiroga y Alicia Sánchez-Camaño, heroínas ambas en territorios nada fáciles. Ministros estrellas, sin ninguna duda, el «núcleo duro». O sea, Soraya, Ana Pastor, Fátima Báñez, Miguel Arias Cañete y Cristóbal Montoro. La vicepresidenta, la más perseguida por su anunciada reforma de la Administración Pública. Pastor, elogiada por su plan de infraestructuras. Fátima, en el auditorio más concurrido para hablar de las medidas contra el paro. Cañete, en trampolín para misiones futuras hacia Europa. Y Montoro, el deseado. Tiene gracia que el titular de Hacienda, artífice de las medidas más impopulares, es el más solicitado allí donde acude. Ello revela que al ciudadano le importa «el contenido y no la espuma», dicen en las filas populares.
Entre los «barones», uno indiscutible: Alberto Núñez Feijóo, que se marcó un discurso de altura sobre la Sanidad. No en vano, él fue presidente del INSALUD, con Romay Becaría, y dio un revolcón a la gestión. Muy felicitado también el madrileño Ignacio González, a quien todos aplaudían su arrojo ante la demagogia del conflicto sanitario en Madrid. Y capítulo aparte, la secretaria general, María Dolores de Cospedal, verdadero objetivo de los díscolos, contra quien han ido a degüello. Unos por las claras, y otros con disimulo. La manchega hizo un discurso de tronío: «O el PP o nada», soltó sin titubeos. Sin olvidar una escueta mención a Aznar y Oreja, para que nadie hable de olvidos y agravios. Por cierto, su marido, Ignacio López del Hierro, a su lado, en primera fila y junto a Rajoy. Tras los últimos ataques sobre su actividad profesional, a buen entendedor, pocas palabras.
Si algo tiene acreditado Rajoy es una rocosidad y capacidad de resistencia para lanzar el contraataque. No debe nada a ningún poder fáctico y no necesita aduladores. Sacar a España de la podredumbre económica en que la dejó Zapatero, combatir el separatismo y el terrorismo con la Ley en la mano, son sus objetivos. Treinta años después, algunos asistentes a la Convención cenaron de nuevo en El Montico. Para resucitar ese flujo del Pisuerga con un partido que es, hoy por hoy, el único que vertebra y ofrece estabilidad institucional en España. Rajoy tiene el poder para ello. Y conociéndole, poco le importa la gloria.
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