Londres

El fin del marqués encubridor

Un crimen para la historia. Muere Mauricio López-Roberts, condenado a diez años por encubrir el asesinato de los Urquijo

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Mauricio López-Roberts, condenado a diez años de cárcel como encubridor del doble asesinato de los marqueses de Urquijo, ha fallecido a los 72 años.

Al fallecido marqués de Torrehermosa, un marqués de la aristocracia más rancia, le conocíamos como López-Roberts y era uno de los imputados del Caso Urquijo. El crimen sucedió la madrugada del 31 al 1 de agosto de 1980. En una lujosa urbanización de Madrid, en un chalé suntuoso, algo barroco y rococó en el que habitaban y fueron hallados muertos los marqueses de Urquijo, grandes de España. La característica fundamental del caso es que fueron asesinados durante el sueño, en las habitaciones que ocupaban, puesto que el marqués, Manuel de la Sierra, dormía solo en una cama espectacular, y muy recargada, mientras que la marquesa María Lourdes Urquijo Morenés se echaba en un camastro con el somier de dura madera a consecuencia de la enfermedad que le provocaba grandes padecimientos en la espalda. El pagano de todo el crimen, en el que intervino tanta gente que aquello parecía una romería, fue Rafael Escobedo Alday, que acabó ahorcándose en su celda de El Dueso unos años después.

Pero en la trama, larga y oscura, en la que nadie sabe por qué se paralizó el envío de dos coches que iban a por nuevos imputados, y que nunca se desvelaría del todo, fue fundamental la intervención de un gran investigador, el mejor de la Policía durante mucho tiempo, el hoy excelente abogado José Romero Tamaral, que por entonces estudiaba Derecho en la Complutense y que logró los grandes y únicos avances de la investigación. Fue culpado y condenado Rafael Escobedo, un chico poco diligente, mal estudiante y bastante perdido en la noche madrileña, que cargó con la condena por asesinato. Al mismo nivel fue señalado como coautor Javier Anastasio de Espona, que huyó de España cuando estaba en libertad provisional y que ahora ha vuelto una vez que ha prescrito la acusación capaz de enviarle a prisión 53 años, en la misma situación que su íntimo amigo Escobedo. No se cree que asista al entierro de Mauricio López-Robert, condenado a diez años de cárcel por encubridor, a quien acabaron juzgando por propia insistencia, hasta ponerse pesado molestando a la misma Policía.

Una y otra vez, después de abusar de la bebida, López-Roberts, que era en el fondo una buena persona, insistía en lo que podría decir del misterioso asesinato hasta que los investigadores descubrieron que podría haber cometido un delito y reunieron las pruebas para juzgarlo. Fue enviado diez años a la cárcel y su culpa es haber tenido noticia de quiénes podrían haber sido los autores y no haberlo puesto en su momento en conocimiento de la Ley.

Mauricio López-Roberts era un marqués atípico que llegó a trabajar en la empresa de venta piramidal en la que colaboraban la hija de los marqueses y el yerno acusado de asesinato. De esta forma se relacionó con el grupo, al que empezaron a pasarle cosas extrañas. Como un rocambolesco viaje a Londres, en el que coincidieron el administrador de los marqueses –que el día de las muertes se presentó en la casa convenientemente con camisa negra–. Aunque no pudieron imputarle nada. También está el huido Javier Anastasio, al que le dejó dinero para que pudiera salir de naja el día en el que avanzaron espectacularmente las investigaciones. López-Roberts, que compartía el gusto por las armas con el padre de Rafi, nos insistía en que sabía muchas cosas del «caso Urquijo», que era el más famoso de la prensa de los ochenta, pero sin acabar de contarlo.

Tanto va el cántaro a la fuente que, al final, López-Roberts, que había sido una especie de Pigmalión en pequeñito para el grupo de diletantes amigos de Rafi Escobedo, acabó siendo encontrado responsable de parte de la trama. Alguien que el fiscal afirmó que era Escobedo acabó descerrajando un tiro en la nunca a Manuel de la Sierra, mientras dormía, y le disparó dos veces a la marquesa en su cuarto-vestidor en el que descansaba sobre el camastro. Aunque a lo peor no fue la misma persona. El mayordomo, que en este crimen no tenía nada que ver, ostentaba sin embargo la peor opinión sobre el yerno de los marqueses, su amigo Anastasio, de nariz aguileña y el susodicho al que tuvo la oportunidad de tratar –poco– en las indagaciones.

Sobre la cabeza de los hijos de los marqueses volaron amenazadoras acusaciones que nunca se concretaron. Se habló de una fabulosa herencia que nunca se conoció en su totalidad y se puso en venta la casa en la que vivieron y murieron los marqueses, que tenía un jardín rebuscado, una piscina de invierno en la que nadaba la marquesa, y una alta tapia que rodeaba la mansión, pero que no fue impedimento para los asesinos.

López Roberts fue objeto de muchas sospechas que quedaron atrás porque era cazador, buen tirador y amante de las armas. Al hilo de esto hay que decir que, al igual que el marqués resultó cobardemente asesinado en su cama, la marquesa sufrió dos tiros, uno que le entró por la boca como un abejorro de plomo y otro en el cuello, como se remata a las piezas de caza. Pero a la luz de lo que hoy sabemos, López-Roberts no formó parte de los asesinos y pecó de excesivo protector de sus peores amigos.