Mariano Rajoy
Juego de equilibrios: El G-8 se resiente
Sólo nos falta afrontar una campaña con lo de Soria. Fue la unánime conclusión de los comensales en el Parador de Cuenca, el pasado jueves. Mariano Rajoy había viajado para algunos actos del partido y almorzaba con María Dolores de Cospedal, Javier Arenas, Fernando Martínez Maillo y el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. Horas antes, Rajoy tragó saliva ante la insistencia de los periodistas sobre el huracán de Jersey, el oasis fiscal que atenazaba al ministro de Industria y Turismo. Durante la comida se abordó el asunto y, en el viaje en tren de regreso a Madrid, el presidente ya tenía decidido el relevo. Una decisión dolorosa en lo personal, pero que no podía permitir en lo político. Tras una semana negra para el PP, con la detención del histórico alcalde de Granada, el resistente Pepe Flores, Rajoy tenía que actuar y lo hizo. «Presidente, al mal paso dale prisa», le dijo uno de los dirigentes del partido ante la urgencia de la situación.
La salida de Soria remueve el juego de equilibrios en el Gobierno a escasos días del desenlace legislativo. Si como todo parece indicar el escenario más probable son unas elecciones generales, Rajoy y el PP necesitaban la cabeza del titular de Industria para frenar el vendaval de la corrupción. «Se lo ha ganado a pulso», dice un ministro de los «sorayos», el grupo de fieles a la vicepresidenta. Todos coinciden en que su salida refuerza sin ninguna duda a la número dos del Ejecutivo y su equipo, que llevan meses soportando estoicamente acusaciones conspiratorias para la sucesión de Rajoy por parte de algunos intereses mediáticos. La imagen de la última rueda de prensa tras el Consejo de Ministros es elocuente: Soraya Sáenz de Santamaría como portavoz del Gobierno, y los ministros Cristóbal Montoro y Fátima Báñez, miembros del núcleo duro dando la cara. Un trío de poder y confianza de Rajoy.
En el entorno del presidente aseguran que tras la caída de Soria, el cierre de filas es total ante la convocatoria de unas elecciones. Fuentes de Moncloa y numerosos dirigentes del PP opinan que la situación refuerza claramente a la vicepresidenta del Gobierno y al titular de Hacienda. En palabras de un ministro cercano al presidente, «Soria le ha hecho un agujero al G-8». Es una buena definición del grupo de ministros más críticos con Soraya Sáenz de Santamaría y Cristóbal Montoro, liderado por el ya cesado José Manuel Soria y el de Exteriores, José Manuel García Margallo. Pero mientras el canario calculó mal sus cartas y piso muchos «callos», Margallo mantiene un gran prestigio en el mundo diplomático e, incluso, en las filas de la oposición. Inteligente, caústico orador y político mordaz, goza de respeto en el partido, algo que Soria había perdido. En los últimos meses, el nombre del canario sonaba como posible cabeza de un hipotético gobierno de concentración, lo que no desmintió y muchos atribuyeron a sus propias filtraciones.
Ello provocó malestar en el seno del PP y algunos veteranos desempolvaron sus antiguos lazos con la llamada «beautiful people» socialista. En efecto, Soria trabajó en el gobierno de Felipe González como asesor del entonces ministro de Industria, Carlos Solchaga, y del Secretario de Estado de Comercio, Apolonio Ruiz Ligero. Después, en la etapa del PP, fue muy cercano a Rodrigo Rato, hasta el punto de que muchos no entendieron que mantuviera a su ex mujer, Ángeles Alarcó, al frente de Paradores de Turismo, sobre todo cuando su nombre apareció en varias sociedades de Rato. Pero Soria hizo caso omiso de quienes le aconsejaban cesarla y la defendió. Sus enfrentamientos con la vicepresidenta y Montoro eran una verdad a voces en todos los círculos políticos y económicos. No obstante, siempre gozó de la confianza de Rajoy hasta que su propia torpeza se lo llevó por delante. «Pasará a la historia como el ministro del olvido», dice un empresario del sector energético con quien tuvo fuertes discrepancias.
Superado el «marrón canario», la tesis en Moncloa es pasar página, prietas las filas y volcarse en la previsible campaña electoral. El presidente ha dado orden de huir de los conflictos «como el agua del aceite» y mantiene intacta su confianza en el «núcleo duro» del gobierno. La vicepresidenta sigue en cabeza de su coordinación, es la voz autorizada, eficaz coordinadora y estricta vigilante de la labor parlamentaria con total lealtad. Por su parte, Montoro adquiere gran protagonismo ante el nuevo sistema de financiación autonómica, clave en el diálogo territorial. Además, Rajoy recupera la iniciativa política en temas de Estado, como la entrevista que mantendrá el próximo miércoles con Carles Puigdemont. La fecha de las generales, si no surgen sorpresas de última hora, hace que los ministros en funciones muevan sus cartas. El equipo «pata negra» sigue integrado por los «Sorayos», una generación de profesionales altamente preparados en torno a los 40, bajo la égida de la vicepresidenta, y el llamado G-8, un grupo de ministros con mayor antigüedad dentro del PP, ahora ya sin Soria. Los primeros son brillantes tecnócratas y los segundos, militantes de toda la vida del partido. Algunos son amigos personales de Rajoy desde hace muchos años, caso de Ana Pastor, Margallo o Jorge Fernández. Pero, según sus colaboradores, las cosas ya no son lo mismo. «El G-8 está descabezado», admite uno de ellos. Aquí se sitúan dos de los ministros más cercanos a Rajoy: Ana Pastor y Jorge Fernández, que huyen de posibles conjuras como de la peste y cuya lealtad es inquebrantable.
Todo apunta a que Soraya irá de número dos por Madrid, una vez que Cospedal encabezará la lista de Toledo. Y según fuentes próximas al presidente, los ministros del núcleo duro tendrán un puesto fijo en las listas electorales. Entre los «sorayos» figuran los ministros de Hacienda, Cristóbal Montoro, de Empleo, Fátima Báñez, y de Sanidad, Alfonso Alonso. A Montoro le ha tocado la labor más ingrata del gobierno, pero le gustaría seguir como diputado. El presidente agradece mucho su tarea y es casi seguro que siga por Madrid o encabece la lista por Jaén. Fátima Báñez es muy valorada por el presidente, ha logrado frenar la sangría del desempleo y volverá a ser diputada por su tierra, Huelva. El último «sorayo» en llegar al Gobierno, Alonso, ha logrado apaciguar al sector sanitario y su retorno a la presidencia del PP vasco le hará repetir por Álava. Entre los «marianistas» puros se integran Ana Pastor, fiel colaboradora de Rajoy desde hace muchos años, una estupenda gestora que repetirá como cabeza de lista por Pontevedra, y Jorge Fernández, también amigo y antiguo colaborador de Rajoy, en una cartera tan sensible como Interior, lo hará por Barcelona. Si así lo desea, Margallo irá por la Comunidad Valenciana, mientras la caída de Soria plantea un relevo en el PP canario, que Rajoy ha encargado a Cospedal.
Tras la salida de Soria, la consigna desde Moncloa es «una remontada» política para volver a ganar las elecciones y apoyarse en el tronco duro del Gobierno. Rajoy quiere unidad y trabajo. A «sorayistas» y «marianistas» les ha dado un claro mensaje: en búsqueda del voto perdido y el que se mueva no sale en la foto.
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