El desafío independentista

El mantra de la campaña: sangre en la calle

La acusación de Rovira al Gobierno demuestra cuál va a ser ahora la única táctica del independentismo

Marta Rovira intentó hacernos creer que el Gobierno le amenazó con poner muertos en las calles. En la imagen, un secesionista se cubre con la estelada en una protesta
Marta Rovira intentó hacernos creer que el Gobierno le amenazó con poner muertos en las calles. En la imagen, un secesionista se cubre con la estelada en una protestalarazon

La acusación de Rovira al Gobierno demuestra cuál va a ser ahora la única táctica del independentismo

Es evidente que Marta Rovira no tiene el cuajo ni el aplomo que tenían sus predecesores independentistas a la hora de mentir. Marta lo ha intentado, pero ha hecho un ridículo enorme por su torpeza y su poca picardía a la hora de difundir falacias, algo en lo que habían sido especialistas sus antecesores. De hecho, resulta bastante cómico ver el vídeo de su declaración en la radio cuando intentaba hacernos creer que el gobierno le amenazó con poner muertos en las calles. Se ve cómo su mirada vaga errática y las pupilas le titilan dilatadas. Indecisa, va engordando la fantasía a medida que habla y el entrevistador le presiona. No quiere quedar en ridículo. Se nota que tiene instrucciones pero que no sabe cómo hacerlo; le falta la sutileza necesaria. Al final luce la misma expresión de los niños cuando se han enredado en insinuaciones insostenibles y piensan, ingenuamente, que su única salida es decirla muy gorda para que los adultos piensen que algo tan gigantesco debe ser verdad por su propia enormidad. El momento que provoca una compasiva hilaridad es la manera en que emite la última palabra de la frase donde se señala al supuesto culpable. Antes de decir «el gobierno» toma aire indecisa, obligándose, porque le falla el ánimo y hasta ella no se lo cree pero, lo que es peor, no está segura de dónde va a meterse.

Obviamente, le han caído collejas de todas partes: de derecha, de izquierda y de centro. Todos los catalanes, de uno y otro signo, pedimos que explique inmediatamente en voz alta quiénes eran esas supuestas «fuentes fiables» porque un obispo amiguete o un político regional no son el Gobierno central. Como siempre pasa en el independentismo, se trata de acusar a un «otro» imaginario para evitar hacer autocrítica. Y es que la autocrítica ahora, en el independentismo, sería tan devastadora (han fallado en prácticamente todo) que prefieren delirar enloquecidamente antes que mirarse al espejo.

La buena noticia debería ser que en Cataluña, ahora mismo, por fin ha aparecido un político secesionista al que le cuesta mentir. La mala noticia es que, a pesar de no tener ninguna capacidad para ello, se le ha ocurrido que debe hacerlo yendo contra sí misma y contra lo que debería ser la política. En Cataluña somos poca gente y nos conocemos todos: sabemos que Rovira es básicamente lo que aquí llamamos una «tieta». Un perfil un poco cursilón, de hipocresía buenista, capaz de hacer un discurso escuchable en la Cámara si tiene todo a favor, pero que le vienen grandes las situaciones a contrapelo. Le falta el fariseísmo pícnico de Junqueras, el histrionismo chalado de Puigdemont o la cara de cemento armado de Mas para enfrentar situaciones adversas.

Si para algo ha servido el resbalón de la número dos ha sido para visualizar de antemano cuál va a ser la única táctica de campaña del independentismo. Se vio enseguida cuando, después de aparecer Rajoy y Dastis negándolo todo con palabras tan terminantes como «patraña», «falsedad» y «mentira», el canal de noticias de TV3 emitía impertérrito cíclicamente (con todo el cuajo cínico que le falta a Rovira) que el Gobierno central «respondía contundente, pero no lo desmentía del todo». Inventaban un comportamiento inexistente para intentar dar a entender que algo había. Si calificar de «patrañas» no es mucho más que desmentir, ya me dirán en qué mundo periodístico estamos viviendo. Con TV3, no habrá campaña justa y democrática. De nuevo, los contribuyentes catalanes nos veremos en la enojosa situación de que nos obliguen a sufragar unos carísimos noticiarios regionales dedicados a intoxicar al público en lugar de informar. El director de esta cadena –a quien todos los medios atribuyen el monto total de la desfachatez ausente en Marta Rovira– sigue afirmando, sin inmutarse, que su emisora es plural. No le importa desacreditarse hasta el fin, porque su currículum profesional no es de mucho lucimiento y le han colocado ahí precisamente para eso: para hacer lo que nunca haría un número uno de la profesión; como tantos otros en esta anomalía que se ha dado en llamar el «procés» y que ha triturado a Cataluña económica y civilmente.

Ha quedado claro pues, con este episodio, que la campaña electoral del independentismo va a volver a la mentira victimista de que, a los catalanes, España nos roba, nos pega y ahora además nos mata en supuestos futuribles. Todo para no tener que reconocer que las empresas huyen y Europa desautoriza al independentismo. Otra vez el bucle de autoengaño que tanto ha perjudicado a la región. Los constitucionalistas esperábamos que se moviera banquillo en el independentismo, a ver si aparecía un domador con quien se pudiera hablar. Pero, por ahora, parece que tan sólo han llegado nuevos «clowns» a la pista circense habitual.