Embajadas

El segundo embajador no estaba en su despacho al llegar la alerta de atentado

Solá asegura que advirtió «varias veces» a Exteriores de las deficiencias de seguridad

Fuerzas de seguridad escoltan a miembros de la Embajada española en su salida del edificio el día del atentado en diciembre de 2015
Fuerzas de seguridad escoltan a miembros de la Embajada española en su salida del edificio el día del atentado en diciembre de 2015larazon

Solá asegura que advirtió «varias veces» a Exteriores de las deficiencias de seguridad

La Agregaduría de Defensa francesa avisó a las nueve de la mañana del 11 de diciembre del pasado año por correo electrónico a la Agregaduría española en Afganistán de un atentado inminente contra alguna sede diplomática en Kabul. Nueve horas antes de que se produjera el ataque talibán a la legación diplomática en el que murieron dos policías españoles y seis afganos, cuatro de ellos agentes. La advertencia la recibió el asistente del agregado de Defensa de la embajada española, que sin embargo no reenvió ese correo al segundo embajador, Oriol Solá, hasta siete horas después, a las cuatro de la tarde. Ese día, viernes, era festivo en Afganistán y Solá –encargado de la legación en ausencia del titular, Emilio Pérez de Ágreda (que estaba de vacaciones en España)– ya no se encontraba en su despacho, donde dos horas antes había revisado su correo, al que aún no había llegado la alerta de un atentado inminente que habría activado, como había sucedido en ocasiones precedentes, el protocolo de seguridad. En esos casos, según declaró un agente, «se mandaba a su casa a todo el personal afgano y nos encerrábamos» (en los mal llamados «búnkers»), redoblándose la vigilancia exterior, hasta que, pasadas 24 o 48 horas «sin dormir», recuperaban la normalidad.

El pasado 14 de julio, Solá declaró como testigo ante la fiscal Dolores Delgado, en el marco de las diligencias de investigación que el pasado día 2 llevaron al juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz a investigar por homicidio imprudente tanto a Solá como a Pérez de Ágreda a raíz de los cuatro informes que los responsables de seguridad de la legación les remitieron entre agosto de 2014 y agosto de 2015 denunciando carencias de seguridad en el recinto.

En su declaración –a la que ha tenido acceso LA RAZÓN–, Solá explicó a la fiscal que el día del atentado acudió por la mañana a su despacho. «Revisé mis correos y no tenía ningún aviso». En los días posteriores, añadió, nadie le dijo «nada» sobre ese correo, «ni la seguridad privada, ni el CNI ni los policías». Pero a raíz de las informaciones publicadas, aseguró, «volví a revisarlo hace poco, hace una semana o diez días, porque después del atentado había muchas urgencias que atender». «Y efectivamente veo que he recibido este correo, pero claro, la hora a la que se me envía es a las cuatro de la tarde y ya no estaba en mi despacho». La fiscal le pregunta entonces si no lo pudo leer en el móvil. «No tengo acceso a esa cuenta desde mi móvil por motivos de seguridad», contesta Solá, que desde el atentado permaneció varios meses de baja, precisando de tratamiento psicológico, hasta que el pasado agosto se incorporó a su nuevo destino en Trinidad y Tobago.

El diplomático a cargo de la embajada el día del atentado relató que ese correo con la «amenaza genérica de la que los servicios franceses tienen conocimiento» se lo remitió el asistente del agregado de Defensa de la embajada, David Enrique Gilarranz. «En este caso concreto, lo suyo hubiera sido una llamada telefónica. Yo no recibo ninguna por parte de nadie. Hubiese sido un paso necesario».

El propio Gilarranz asumió en su declaración ante el fiscal Carlos Bautista que no fue hasta «por la tarde» cuando reenvió la advertencia francesa al «mail que tengo del jefe del CNI y al segundo de la embajada» para que «le echara un vistazo». Ese correo tampoco se remitió al resposable policial de la seguridad de la legación diplomática. «Como el coronel agregado estaba de vacaciones, yo tomé la iniciativa de enviárselo a la embajada, aunque no era un mensaje de curso oficial», explicó. En el mismo se avisaba de que «había muchas posibilidades de que hubiera un atentado, no se sabía contra quién ni dónde, en horas próximas o en días próximos». No recibió contestación, dijo, «porque era viernes y en Afganistán son festivos». «A lo mejor tenía que haber contactado con él para avisarle de que les había enviado ese mensaje –reconoció–, pero no lo hice». Mensajes similares, explicó, se recibían «uno o dos al mes». La versión del segundo embajador la corroboró el secretario de la embajada, Alejandro Pimentel, quien explicó a la fiscal que estuvo hasta las dos de la tarde en la embajada el día del atentado y no vio «nada extraordinario» en los correos. «Había entrado un solo telegrama» (de la embajada de Pakistán) y varios correos de temas consulares, aseguró.

Solá declaró que comunicó «varias veces» por escrito, «mediante correos electrónicos y telegramas», al Ministerio de Asuntos Exteriores (que se enfrenta a una posible responsabilidad civil por estos hechos) las deficiencias de seguridad de la embajada. «El Ministerio conoce perfectamente la ubicación, las necesidades, las prioridades que les presentábamos». Dijo no conservar esos correos. «Todo eso está en la embajada –se justificó–, aunque de mis correos puede ser que conserve alguno, pero no sé si estarán en un servidor de acceso remoto del servicio de correo del ministerio».

«Si hubiésemos leído ese correo, seguramente estaríamos todos vivos»

Los siete agentes supervivientes del ataque talibán fueron preguntados por ese correo avisando de un posible atentado, del que tuvieron conocimiento al día siguiente. Uno de ellos, A. T. M., fue bastante elocuente. Cuando se lo cuentan, recuerda, «estamos todavía aturdidos». «Lo que nos faltaba ya por saber. Si hubiésemos leído ese correo, hubiésemos hecho las cosas de una forma mucho más segura y hubiésemos estado operativos. De hecho, seguramente estaríamos todos vivos». Otro de los agentes, S. F. M., declaró que si les hubiesen pasado ese correo «lo mismo nada de esto hubiese ocurrido, no lo sé. El año pasado pasó algo similar y se tomaron las medidas». El responsable policial del dispositivo de seguridad en la embajada, J. A. S., se enteró a posteriori de la existencia de ese mensaje. «Ese día no tuve constancia de que se recibiera. No tuve ningún aviso. Se hubieran adoptado las medidas oportunas, como había sucedido un mes antes», aseguró. «El día de los hechos no teníamos ningún tipo de advertencia de amenaza», corrobora otro de los policías, J. L. G. M.