Elecciones catalanas
Excursión a las trincheras
Puede que los independentistas lo que busquen sea independizarse del aburrimiento.
Puede que los independentistas lo que busquen sea independizarse del aburrimiento.
«No es la ley, es una guerra». Fabuloso. A las nueve de la mañana de ayer, TV3 ya emitía la primera barbaridad bélica de esta campaña. En un producto tan complejo y poliédrico de ofrecer como las noticias, es algo relativamente fácil subrayar un aspecto y no otro de una información. Así, para resguardarse con la excusa de que no lo decían ellos, los noticiarios leían de buena mañana un artículo de Xavier Antich en un diario nacionalista y destacaban ese exabrupto como si fuera un diagnóstico de la realidad. Lo difundían acríticamente, solo diciendo que era «durísimo» pero no explicitando si eso era bueno o malo, ni reflexionando si se trataba de una pedagogía del enfrentamiento enardeciendo lo drástico.
A continuación, entrevistaron a Josep Rull para que contara sus penas carcelarias. El ex-consejero se ponía poético y nos daba una versión de la cárcel llena de paternalismo, edulcoramiento y gitanos que nos hacía considerarlo quizá más capacitado para dirigir un centro parroquial que la complejidad de un país. Con una ingenuidad naif que rayaba el cinismo, contó cómo mentía a los presos sobre porqué estaba detenido y, a continuación, cómo no se arrepentía de nada, ni de los gastos, ni de la posible malversación. Viva la autocrítica.
Al mediodía, TV3 empezó sus conexiones con Bruselas. Para celebrar que estamos en campaña, un montón de posibles votantes catalanes se han ido a mil quinientos kilómetros del lugar de votación para hacer saber su manera de pensar. Quizá nadie les ha notificado que los belgas no pueden votar en nuestros comicios. Se notaba que los asistentes estaban disfrutando, pero no se distinguía muy bien si la alegría procedía de un verdadero espíritu nacional o de la brusca y vivificadora emancipación de la tiranía doméstica. Un participante con cara de vientre satisfecho comentaba cómo tenía una estelada de guardia siempre en casa para correr estas juergas. Sonaba como si el objetivo de ir a una manifestación cívica fuera parecido a visitar un after. Puede que los independentistas lo que busquen no sea independizarse de España, sino del aburrimiento. Tendrá razón quién afirmaba que el nacionalismo democrático es cosa de sociedades ricas y codiciosas que se aburren. Al fin y al cabo, salir unos días de fiesta, sentirse un poco héroe de la resistencia y volver a casa luego a tiempo para el trabajo es una manera de darle algo de emoción a unas catalanas vidas (las nuestras) muy consuetudinarias. Es como si Rick de Casablanca tuviera que volver el lunes a impartir sus cursos de autoayuda en el casal del barrio después de pasar un finde con el comisario Renaud jugando en el Casino.
Artur Mas habló pero como, desde que se ha lanzado a defender la independencia, cambia de opinión cada día, nadie le hizo mucho caso. Sí que se escuchó, volcado ya decididamente hacia afirmaciones poéticas de irredentismo, a Puigdemont, quien hizo acto de presencia con un cómico babero amarillo gigantesco que no mejorará su imagen para Charlie Hebdo.
Para equilibrarlo, TV3 intentó afirmaciones descomunales como «se han superado todas las expectativas», a pesar de que no se alcanzaron los cincuenta mil proyectados en inicio.
Al menos ayer, por primera vez, la tertulia matinal estuvo un poco equilibrada: dos nacionalistas y dos escépticos. Vamos avanzando mínimamente.
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