Opinión

La falta de auctoritas de Sánchez

Desde su tesis doctoral hasta la inmundicia moral y política que afecta a su Gabinete y mariachis adláteres, no parece que sea la persona adecuada para implantar medida alguna de regeneración

Santos Cerdán y Pedro Sanchez
Pedro Sánchez, junto a Santos Cerdán en una imagen de archivoJ G Feria

No voy a entrar a especular sobre las medidas de regeneración concretas, aunque algunas son redundantes o inciden en la tendencia de Sánchez de acumulación de poder sin ni siquiera ocultarlo, que tal es el caso del incremento competencial de una Fiscalía hoy prostituida. No quiero quedarme mirando el dedo cuando la luna está llena. Creo que hay que observar el bosque y no quedarse en la visión miope de quince destartalados árboles que nos lo oculten.

Miremos, pues, la luna; hollemos el bosque, atendamos, en suma, a la esencia de la cuestión: ¿goza hoy de credibilidad el presidente del Gobierno para proceder a enunciar estas propuestas después de tantos años en el poder y, sobre todo, con la degeneración institucional, política, moral y social a la que nos ha llevado junto a sus mariachis? Respondamos a la cuestión atendiendo a dos conceptos que a menudo se confunden y que afectan a la legitimación y ejercicio del poder: auctoritas y potestas. Para distinguirlos, creo que es el momento de traer ante el lector las reflexiones de García Pelayo, catedrático de Derecho constitucional y primer presidente del Tribunal Constitucional español.

Se pueden encontrar, perdonen el tic academicista, en «Auctoritas» (Ideas de la política y otros escritos, Madrid, CEC, 1983, pp. 135-180 [139]). Escribía el maestro: «La auctoritas se basa en el crédito que ofrece una persona o una institución por sus pasados logros y, por tanto, tiene como supuesto la confianza; el poder, en cambio, tiene como supuesto (…) la disposición de medios capaces de allanar la contraria disposición ajena. El poder puede, por un azar histórico, caer en manos de cualquiera: de un criminal, de un inmoral, de un adulador, incluso de un tonto (hábil, sin embargo, para moverse entre los pasillos que conducen a los recipientes del poder).

La auctoritas, en cambio, se posee como un don natural o adquirido, pero, en todo caso, actualizado en una conducta ejemplar, como una superioridad mostrada en las res gestae o cosas realizadas (…)». Insisto: son palabras prestadas y escritas en el siglo pasado que, quizás, solo quizás, gocen de cierta actualidad.

Para resumir, la auctoritas posibilita al dirigente la adopción de decisiones basada en sus conocimientos reconocidos, su valía personal, su capacidad ética; vamos en su «ser» y su «saber». Evidentemente todo ello apoyado en la fuerza moral que sus hechos y actos anteriores ratifican. La potestas, por contra, se refiere a la capacidad legal para tomar decisiones, vamos, que se proyecten en el BOE dichas propuestas.

Lamentablemente, Sánchez y su Gobierno «frankenstein» (ahora ya también su partido, después de las aclamaciones norcoreanas a su Gran Timonel), no gozan de auctoritas (tampoco de potestas) para presentar esas quince medidas o las que fuesen. Ni el uno ni los otros tienen capacidad moral ni para «convencer» a una mayoría de ciudadanos que creen en la libertad y en la igualdad, ni tampoco para «vencer» en el Parlamento y lograr aprobar medida alguna que deba serlo por ley.

¿Qué opinarían los españoles sobre las intenciones de Koldo de dirigir una ONG para defender a las prostitutas? ¿Y de que Cerdán fuera el encargado de habilitar un sistema de control de las adjudicaciones de contratos públicos? ¿Sería creíble? ¿Puede el presidente Sánchez, como escribía García Pelayo, presentar «logros» o «acreditar una conducta ejemplar, mostrada en las cosas realizadas»? Todo lo contrario: desde su tesis doctoral (sic) hasta la inmundicia moral y política que afecta a su Gabinete y mariachis adláteres, no parece que sea la persona adecuada para implantar medida alguna de regeneración. Ni credibilidad, ni auctoritas, tampoco potestas. Y es que nadie en su sano juicio pondrá a la zorra a cuidar sus gallinas, reza el refranero.

El presidente del Gobierno debía haber dimitido desde hace tiempo por responsabilidad política in eligendo e in vigilando, por un mínimo respeto ético y democrático. Si, además, como es el caso, carece de auctoritas y goza de una más que limitada potestas», mantenerse en el poder por el mero hecho de continuar en la poltrona y gozar de sus privilegios, acerca a Sánchez, más aún, hacia lo iliberal, hacia la negación de la democracia. Y con la misma, y de su mano, avanzamos un paso más en la peligrosa pendiente de la conculcación de nuestras libertades.Y mañana, entre los quince árboles con los que pretenden cegar nuestra visión del bosque, observaremos nuevas traiciones a nuestra desvencijada democracia, ajando la libertad y la igualdad de todos los españoles: una Navarra vasca, el cupo catalán, o la transferencia de la Seguridad Social a aquella región del norte… Para eso sí aceptará la fuerza que le prestan los enemigos de España y de la democracia. Por la fuerza, sí, por la fuerza.

José Manuel Vera Santos es catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad Rey Juan Carlos