Opinión
Fiebre por los cordones
Partir de una interdicción absoluta a pactar con este o aquel es empezar mal de entrada: les votamos para que lleguen a acuerdos
Esto de los cordones sanitarios que se ha puesto tan de moda, ¿es en verdad algo realmente sano o no será más bien muy antihigiénico para la democracia? Porque, vamos a ver, es perfectamente comprensible que, ante los que tienen unas ideas totalmente opuestas a las de uno, se sienta como muy difícil o improbable la simple posibilidad de ponerse de acuerdo. Ahora bien, renunciar de buen principio a puntos de acercamiento (y a cualquier tipo de diálogo) es darse por vencido de antemano e ignorar las bases más elementales de lo democrático. Partir –como fundamento de nuestra tarea política– de una interdicción absoluta a pactar con este o aquel es empezar mal de entrada. Nuestros representantes políticos parecen olvidarse de que les votamos con el objetivo básico de que se pongan de acuerdo e intenten armonizar las fricciones que siempre existirán entre nosotros los votantes. Esa es la única gestión razonable y con futuro que nos puede llevar a algún tipo de avance constructivo como sociedad. Pero es como si últimamente los políticos hubieran dejado para la gestión tan solo un rincón minúsculo de sus preocupaciones y se dedicaran exclusivamente a estar pendientes de la comunicación.
Difundir la idea de «cordones sanitarios» en lo político empezó al filo del cambio de siglo. Obedecía a una escasez de ideas y proyectos en partidos que ya llevaban cuatro décadas peleando por el poder. Ante ese vacío intelectual e ideológico, –con escasa altura de miras– se optó, aunque no se quiera reconocer, por intentar crear unos relatos que, al menos, funcionaran como justificación para disfrazar lo que ya era una obscena y simple carrera por el poder. El punto débil de esos relatos es que nunca han sido políticos, sino meramente retóricos y literarios.
Démonos cuenta de que, cuando se usa la expresión «cordón sanitario» estamos ante una simple metáfora que insinúa, pero que políticamente explica bien poco. Remite a significados de asepsia, de evitar contaminaciones, cosas que están muy bien en los quirófanos, pero no tienen ningún contenido político ni ideológico real. Ese traslado de conceptos de un campo de especialización a otro –en el que no tienen ningún sentido– es una práctica común de la charlatanería, hija del desconcierto, propia de nuestra época. Recuerda a esos videntes que hablan de «energías positivas», sin tener la menor formación en cuestiones de física y matemática, para trasladarlos alegremente sin ninguna base ni certeza al plano psicológico.
El primer ejemplo de estos relatos supuestamente sanitarios fue, al poco de inaugurarse la centuria, el Pacto del Tinell; que sirvió de base para alumbrar el tripartito en Cataluña. Una serie de partidos que no habían alcanzado individualmente por muy poco el número de votos necesarios para hacerse con el poder decidieron unirse para conseguirlo. Como provenían de proyectos tan inconciliables que harían sospechar una simple maniobra para mandar como fuera, inventaron lo del relato sanitario para explicar su ilógica alianza. Se comprometieron a que, hicieran lo que hicieran, se prohibían a sí mismos pactar en ningún momento con los conservadores de ámbito estatal. Cada uno es muy libre de prohibirse a sí mismo lo que le venga en gana, pero el inconveniente es que hablamos de un sistema democrático en el que esos conservadores habían conseguido un buen número de votos de parte de los gobernados para ser representados en las instituciones democráticas. Esa interdicción, por tanto, más allá de la literatura de ficción, ¿qué suponía? ¿qué debíamos dejar fuera de la búsqueda de consensos a una parte de nuestros conciudadanos? Y si mañana esos representantes proponían algo razonable y necesario ¿debíamos negarnos la posibilidad de explorarlo por habernos prohibido pactar en ningún sentido con ellos?
Me van a permitir que sea escéptico en política con todas esas metáforas quirúrgicas. La última vez que se usaron hace cien años se acabó proponiendo la necesidad de «cirujanos de hierro» y se facilitó el acceso al poder de un sinfín de totalitarios. Tanto febricitante que muestra un fervor desmesurado por la asepsia me hace pensar, por seguir con las metáforas termodinámicas, que les falta políticamente un hervor. Ya me dirán de qué sirve tanto cordón sanitario si al final acaban todos con fiebre.
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