Memoria histórica

Franco no eligió ser enterrado allí

A su muerte, Arias excluyó de la decisión a la familia, e indicó que no había muerto una persona, sino el Jefe del Estado. El criterio para la elección del lugar fue la solemnidad, el simbolismo y la lejanía para evitar peregrinaciones y vandalismo

Franco visitando las obras del Valle de los Caídos
Franco visitando las obras del Valle de los Caídoslarazon

A su muerte, Arias excluyó de la decisión a la familia, e indicó que no había muerto una persona, sino el Jefe del Estado. El criterio para la elección del lugar fue la solemnidad, el simbolismo y la lejanía para evitar peregrinaciones y vandalismo.

Pedro Sánchez ha decidido trasladar los restos del general Franco del Valle de los Caídos a otro lugar. Quizá así el Gobierno socialista cumpla uno de los deseos del dictador, quien jamás expresó su deseo de ser enterrado allí. La familia Franco poseía un panteón en El Pardo, aunque el dictador también había hablado de ser enterrado en el Tercio de la Legión, o en el Pazo de Meirás. Pero no dejó nada escrito. A su muerte, Arias excluyó de la decisión a la familia, e indicó que no había muerto una persona, sino el Jefe del Estado. El criterio para la elección del lugar fue la solemnidad, el simbolismo y la lejanía para evitar peregrinaciones y vandalismo.

Surgió así la idea del Valle de los Caídos, que no estaba pensado para eso. Entre el 20 y el 23 de noviembre de 1975, con Franco ya muerto, construyeron a toda prisa un mausoleo tras el Altar Mayor reformando conducciones de aire y líneas de alta tensión que pasaban por el hueco. La decisión de ser enterrado allí no fue de Franco, que había ordenado construir un monumento en homenaje a los caídos «en el camino de Dios y de la Patria». La decisión de que hubiera también republicanos llegó con el aperturismo, pero procurando que hubieran sido soldados y «católicos reconocidos». Los enterramientos se produjeron entre 1956 y 1983, ya gobernando el PSOE.

Para ese mausoleo general, el gobierno expropió el terreno al marqués de Muñiz, y en la inauguración Franco hizo detonar una roca ante los embajadores de Alemania, Italia y Portugal. El proyecto se encargó al arquitecto vasco Pedro Muguruza, falangista, quien lo emplazó para un año. La financiación fue por donativos particulares y sorteos extraordinarios de Lotería. La mayoría de los obreros eran libres, hasta un 80%, aunque hubo una parte de presos políticos y comunes, entre los 600 de 1943 y los 275 de 1950. Los nueve años restantes de construcción hubo una plantilla inferior a los 600 obreros, todos libres.

La decisión de trabajar en Cuelgamuros era del preso, bajo petición escrita porque redimían pena por el trabajo, hasta seis días por uno trabajado. Recibían un salario igual al de los trabajadores libres, pago por horas extras, jornada de 10:00 a 20:00 horas, domingos libres, permisos para acudir a fiestas de pueblos cercanos y visitas a sus familias, que vivían junto a la construcción. Las mujeres de los presos recibían un jornal y una paga por hijo menor de quince años. La vigilancia no era excesiva: algunos escaparon andando a plena luz del día.

En los 19 años que duró la construcción murieron 14 obreros, una siniestralidad trágicamente normal para la época, aunque hubo muchos accidentes y enfermos por silicosis.

La inauguración fue el 1 de abril de 1959, con cuarenta mil personas en la explanada de la Basílica, y dentro otras cuatro mil. El dictador dijo que aquel monumento recordaba el precio de «la Liberación» y concluyó que «la anti-España fue vencida y derrotada, pero no está muerta». En definitiva, un monumento propio de la mentalidad de una dictadura, pero que no fue construido para albergar los restos mortales de Franco.