Opinión
Frente al peor PSOE
Al indultar en la pasada legislatura y al proponer ahora la amnistía transmite que la violencia contra la Constitución es aceptable
El pulso a una democracia se toma cuando tiene que enfrentarse a un peligro. Es el momento de calibrar la fortaleza de las instituciones, la lealtad de los partidos, la independencia de los jueces, o el apego de la ciudadanía a la libertad. Es indudable que nos encontramos en una de esas situaciones. Sánchez está violentando el sistema para conservar el poder, y rompiendo los pilares de la democracia por su investidura. Parémonos un momento y miremos con perspectiva histórica. Se trata de un político capaz de cometer un acto anticonstitucional para gobernar. ¿Qué se puede esperar al día siguiente de que lo consiga?
No hace falta más que aplicar a Sánchez algunas de las características que Juan José Linz, sociólogo español del siglo XX, estableció para distinguir a los políticos autoritarios que se camuflan en las democracias y que son un peligro. La primera es la distorsión del marco constitucional en beneficio propio. Son líderes que, sin rechazar abiertamente la Constitución, como Sánchez, la manejan a su antojo y sugieren la necesidad de tomar medidas que la contradicen o vulneran, como la amnistía de Puigdemont y su tropa. Ese tipo de líder peligroso presenta medidas extraconstitucionales como beneficiosas para su país, cuando en realidad solo sirven a su propósito particular y no cuentan con una demanda mayoritaria en la sociedad ni se presentó a las elecciones con dicha propuesta. Más claro imposible.
A esto Linz sumaba una segunda característica que a Sánchez le viene al pelo: el político autoritario niega la legitimidad de sus oponentes. Eso es lo que ha hecho el secretario general del PSOE negando el derecho de Feijóo a seguir la indicación del Rey de que forme gobierno, y llamando «golpista» al PP por convocar una manifestación en defensa de la Constitución. Los populares, según el sanchismo, carecen de legitimidad para hacer política.
Es por esto que frente a las urnas y a las reglas democráticas de juego, el sanchismo y sus satélites hablan de una «mayoría social». Esa contraposición entre votos y sentir social es propia de quienes quieren saltarse la democracia. No importa lo que la gente haya votado porque el líder peligroso se esconde tras un sujeto al que nadie conoce, esa «mayoría social», para arrogarse una legitimidad que las elecciones no le dieron.
La tercera característica definida por Linz es quizá una de las más terribles. Se trata de la banalización de la violencia. Este PSOE echado al monte no alienta directamente los actos violentos, pero les ha dado impunidad y una justificación política. Eso es lo que ha hecho en su alianza con Bildu, al que ha permitido en la ley de memoria democrática definir el terrorismo etarra como una lucha por la libertad y la democracia. De ahí los homenajes consentidos a etarras o la política penitenciaria de acercar «cinco a la semana».
No acaba ahí. Al indultar a los golpistas de ERC en la pasada legislatura y al proponer ahora la amnistía para los de Junts transmite que la violencia contra la Constitución es aceptable. Esa muestra de tolerancia con los actos violentos siempre que beneficien los propósitos o ambición de un político, decía Linz, le definen como peligroso para la democracia.
Por último, y no menos importante, está el deseo de ese político y su partido, Sánchez y el PSOE, de limitar la libertad de expresión, en concreto, la crítica. Esto es especialmente alarmante cuando se hace desde el Gobierno. Esta tendencia liberticida explica los cambios de opinión repentinos de sus terminales mediáticas en cuanto al encaje constitucional de la amnistía. Así, lo que era despreciable antes del 23J se convierte en una brillante idea porque conviene al líder socialista.
Estas características explican la expulsión de Redondo Terreros sin respetar los estatutos del partido. Nos encontramos, en suma, frente al peor PSOE, el sanchista, que está poniendo a prueba la solidez de nuestra democracia.
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