
Opinión
El PP y la gestión de expectativas, el PSOE y la reescritura del pasado
Establecen imaginarios presentes sobre hechos pasados que apenas guardan similitud con la impresión general del pasado cuando era presente

El Partido Popular tiene un problema con la gestión de las expectativas. Esto explica buena parte de esa sensación de «pues vaya una chufa» que ha quedado después de conocerse el informe de la UCO sobre Ángel Víctor Torres. Qué tiempos estos en los que un ministro comparece sinceramente ufano («¡satisfecho!») después de que la Guardia Civil ponga negro sobre blanco que es un mentiroso y que despachaba con semejante confianza con los mismos tipos dudosos que dijo no conocer.
Bastó que no hubiera «ni mordidas, ni comisiones, ni pisos en Atocha, ni mujeres explotadas sexualmente» para que la bala se considerase completamente esquivada. El listón empieza a poder saltarse levantando un poquito la pierna. El precedente de Santos Cerdán –meses de especulaciones que cristalizaron en un documento mucho más demoledor de lo que cualquiera hubiera imaginado– había inducido a la oposición a dejarse llevar por una fantasía que equiparase las nuevas revelaciones sobre la trama con la saga «Misión imposible»: cada secuencia como una pirueta más enrevesada que la anterior.
Esta fantasía avivada desde la política –con cierto apoyo mediático– ahonda en la frustración que la oposición sociológica al «sanchismo» viene ya experimentando hace mucho. Su agonía va camino de hacerse más larga que la retirada de los escenarios de Miguel Ríos. En Génova deberían cincelar en mármol esa definición del presidente del Gobierno que debemos a Ignacio Varela y que le describe como el sujeto que siempre va a seguir caminando en ese punto en el que cualquier otro se hubiera detenido.
Vean, si no, el menú informativo de lo que llevamos de semana. Solo en la misma mañana asistimos a la imagen histórica de un fiscal general en el banquillo y al auto de procesamiento de José Luis Ábalos. Pero, después de más siete años, el truco de seguir actuando como si no pasara nada está realmente afinado. Todavía ayer, la delirante comparecencia de los diputados de Junts en el Congreso sirvió de excusa al PP para expedir el enésimo certificado de defunción de la legislatura. Como si no supiéramos ya que los de Puigdemont son esos padres que amenazan con el Apocalipsis cuando acaben de contar hasta tres y, llegado el momento de la verdad, empiezan con «dos y medio» y «dos y tres cuartos».
Este problema popular con la gestión de las expectativas contrasta con el talento del PSOE para reescribir el pasado. Son únicos estableciendo imaginarios presentes sobre hechos pasados que apenas guardan alguna similitud con la impresión general de aquel pasado cuando era presente. El legado de José Luis Rodríguez Zapatero lo ejemplifica bien. A día de hoy, no son pocos los acampados hace quince años contra su Gobierno que ahora tienen en su recuerdo la imagen de un estadista de talla excepcional. Ni rastro del presidente que tuvo que asegurar que no se volvería a presentar para intentar mejorar en algo las perspectivas electorales de sus barones territoriales.
El desparpajo ha llegado al extremo de acuñar el constructo «crisis de 2012». Como si el ajuste que se hizo entonces no tuviera su origen en el desplome de cuatro años antes, negado hasta cuando ya era evidentísimo por el mismo que se tendría que haber ocupado de evitarlo. Este talento les lleva a tener, incluso, la capacidad de reescribir la reescritura anterior del pasado. Durante décadas, los casos de corrupción que salpicaron los últimos años de mandato de Felipe González fueron poco menos que una invención de Luis María Anson. Ahora, los dirigentes actuales se cuidan muy mucho de excluirle de la lista de los presidentes «limpios», integrada en exclusiva por Zapatero y el propio Sánchez.
No hay episodio, por complejo que resulte, que no pueda ser simplificado con éxito hasta grabar en la cabeza del votante que sólo se debió, por inoperancia o mala fe, al PP. Por eso no debería sorprendernos el cuadro actual en Valencia. Con la inestimable ayuda de Carlos Mazón, el PSOE ha conseguido moldear un recuerdo colectivo de la gestión de la dana de hace un año en el que todas las culpas terminan en la sobremesa del Ventorro. La foto de la dejación de funciones que nos mostraba Paiporta pocos días después era bastante más amplia.
Ha escuchado a analistas muy brillantes poner el acento en la sorprendente imagen de improvisación que ofrece estos días el PP, como si careciera por completo de plan trazado ante un escenario –la salida del presidente valenciano– que hace más de 365 días que podía considerarse previsible. Miguel Ríos lanza hoy nuevo disco. Lo va a tener de gira hasta bien entrado 2026. El álbum se titula «El último vals». Bueno, ya veremos.
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