Jorge Vilches

Indicios autoritarios

La controversia con Milei le sirve para activar al electorado de izquierdas, como el asunto de Israel. Sánchez basa su política de atracción electoral en cavar trincheras y levantar muros

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante un acto del PSC, en el Palau de Congressos de Catalunya, a 18 de mayo de 2024, en Barcelona, Catalunya (España). El acto se celebra unos días después de la victoria de Salvador Illa en las elecciones catalanas del 12M y a unas semanas de las elecciones europeas, para las que la vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, es la candidata del PSOE. 18 MAYO 2024;PSC;PSO...
Pedro Sánchez participa en un acto del PSC en BarcelonaAlberto ParedesEuropa Press

Una de las trazas habituales de los gobernantes autoritarios es tener unas pésimas relaciones internacionales. Ese tipo de caudillo busca enemigos fuera para cerrar filas dentro y legitimar sus políticas autoritarias. Normalmente se enfrentan a países que representan estereotipos ideológicos opuestos a los suyos. Esa es justamente la política de Sánchez, que posterga la diplomacia de Estado en favor de su proyecto personal. Por eso buscó el enfrentamiento con Israel y luego con Argentina. Con los ataques al primero se gana el histórico antisemitismo de la izquierda, y con el choque con Milei el aplauso de los progres que en España siempre guardaron un sitio en su corazón para los comunistas hispanoamericanos.

Al mismo tiempo, ese tipo de líder que confunde el Estado con su persona -pongamos que hablo de Sánchez-, mantiene buenas relaciones con países afines. Es el extraño caso de Venezuela, donde se vulneran los derechos humanos, y cuyos dirigentes tienen prohibido pisar Europa, pero aquí se les recibe. Lo mismo se puede decir de las concesiones a Marruecos, que no fueron habladas previamente con la oposición ni consultadas en la sede de la soberanía nacional.

Los líderes autoritarios se atraen. Véase el caso de Trump y Putin, y que no por casualidad se combina con el desprecio del norteamericano a las democracias europeas. También este tipo de dirigente tiene la boca suelta. Acuérdense de los insultos de Sánchez a Meloni y Zelenski, que luego se tuvo que tragar. O los que profirió al alemán Manfred Weber, presidente del Partido Popular Europeo. O cuando expresó sin necesidad su preferencia por candidatos electorales en otros países, digamos Brasil o la propia Argentina, poniendo a uno de ellos como la culminación de todos los males.

No lo hace por dignidad, sino por interés político a corto plazo. Sánchez solo se mueve con estrategias breves, hasta el próximo objetivo, y no mira más allá. Si ha buscado la ruptura diplomática con Israel y Argentina es para tener alguna oportunidad en las elecciones europeas del 9 de junio.

Las encuestas le auguran una derrota, con una fuerte subida del PP. Esto para Sánchez es insoportable, porque el presidente toma cualquier convocatoria en las urnas como un plebiscito sobre su persona y sus políticas arriesgadas. Cada medida que toma es controvertida, dudosamente legal, sospechosamente inconstitucional, con un aroma autoritario que llega hasta Bruselas. Y ahí es donde se quiere presentar Sánchez con una victoria, para decir que los españoles han ratificado su transición de la ley a la ley y su colonización partidista y moral del Estado.

La controversia con Milei sirve para activar al electorado de izquierdas, como el asunto de Israel. Sánchez basa su política de atracción electoral en cavar trincheras y levantar muros. Ahora considera que su éxito frente al PP en las europeas depende de la captación del votante de extrema izquierda, del que tradicionalmente se decide por Sumar o Podemos, o incluso del que se abstiene porque ninguno de estos es suficientemente izquierdista, y que odia a Milei.

El problema es que el modelo estratégico de Sánchez para resolver sus carencias internas sitúa a España entre los países con un líder cada vez más parecido a los autoritarios. Uno que, en lugar de ser afín a los grandes jefes europeos de las democracias históricas, hace un discurso de asamblea universitaria, irresponsable e impredecible.

Sánchez se ha convertido para la prensa internacional en el “king drama”, en un histrión populista más propio de latitudes caribeñas. La “carta a la ciudadanía” puso nombre a su esposa para los medios extranjeros y, lo peor, vinculada con la corrupción. El motivo del choque con Milei, la mención a Begoña Sánchez, que no tiene papel institucional, le equipara a los Kirchner. Sus ministros piden la extinción de Israel “desde el río hasta el mar” sin reproche por su parte y le ponen al lado de Hamas. Y todavía quiere tener un papel en el futuro de la Unión Europea.