Opinión
Los jóvenes y la percepción de Vox
Si los partidos tradicionales no son capaces de dar respuestas claras a problemas reales, alguien puede hacerlo desde la polarización y la estridencia
Si eres madre de un adolescente, sabrás que uno de los mejores momentos para mantener una conversación sincera es durante el trayecto en coche de vuelta a casa. Hace unas semanas, la radio nos regaló uno de esos momentos: se hablaba de una posible reforma electoral que permitiría votar a los jóvenes de 16 años. Mi hija, que no suele levantar la vista del móvil, lo hizo esta vez con cara de asombro:
–¡Se van a llevar una sorpresa! ¿Es que no saben que muchos votarían a Vox?
Su reacción no era ideológica. Lo que la desconcertaba era que el Gobierno pudiera impulsar una medida que, según su percepción, iría en contra de sus propios intereses. Porque, en su entorno, muchos adolescentes –especialmente chicos con inquietudes políticas– se sienten hoy más cercanos a Vox que a cualquier opción de izquierda o de centro.
Esa percepción se corresponde con lo que indican los estudios demoscópicos: alrededor del 28 % de los jóvenes de entre 18 y 24 años declara su intención de voto a Vox. Un porcentaje muy similar al de quienes manifiestan su intención de abstenerse en una futura convocatoria electoral. La desconexión con los partidos tradicionales es evidente, pero no es cierto que todos los jóvenes estén despolitizados: muchos han encontrado en Vox un discurso que conecta con sus emociones y frustraciones.
En los institutos no es raro encontrar adolescentes que se declaran abiertamente votantes de Vox. Lo hacen sin complejos ante sus compañeros y profesores, a menudo luciendo en la muñeca una pulsera con la bandera de España. ¿Es una toma de postura política? En parte sí, pero sobre todo es un gesto de rebeldía ante un discurso dominante que perciben como incoherente y moralizante desde la izquierda.
En muchos casos, el factor identitario pesa más que cualquier otra motivación. Sentirse español y exhibirlo se ha convertido, paradójicamente, en un acto contracultural. Mientras los adultos vemos los informativos, ellos están en TikTok viendo vídeos de menos de un minuto, pero no por ello desconectados de la realidad. Saben quién es Puigdemont, quién es Sánchez y quién es Irene Montero.
Han oído una y otra vez que ser español es ser «facha», que ser de derechas es ser «ultra», y que ser hombre es, poco menos, que ser culpable por defecto.
También se preguntan –con esa lógica directa y demoledora que tiene la juventud– cómo es posible que un prófugo de la justicia condicione al Gobierno de España.
O por qué algunas agresiones sexuales se condenan con toda contundencia y otras se silencian si el agresor es extranjero. O por qué a algunos les cuesta tanto independizarse, mientras otros ocupan viviendas con impunidad.
Estos jóvenes reaccionan afirmando lo que sienten que sus mayores niegan o desprecian. Se aferran a símbolos que consideran propios porque perciben que están siendo atacados. Quieren sentirse parte de una comunidad, esa que el independentismo ataca y la izquierda infravalora y desprecia subrayando siempre las leyendas negras de nuestro país. Jóvenes que parece solo pueden expresar su identidad cuando gana la selección española.
Ellos no cuentan con las herramientas que tuvimos nosotros para formarnos políticamente. No porque sean peores, sino porque viven en una sociedad más polarizada, más acelerada, más superficial. En una sociedad donde muchos amigos prefieren no hablar de política para no discutir; donde muchos educadores evitan temas de actualidad por miedo al conflicto; donde casi no hay espacios para el debate y la construcción argumental en las aulas.
Y en este panorama, Vox ha sabido ver un vacío. Ha detectado malestares que otros partidos prefieren ignorar o minimizar. Ha construido un discurso claro –aunque a menudo simplista o inviable– sobre cuestiones que generan incomodidad. Y lo ha hecho en el lenguaje de la inmediatez: mensajes que caben en un tuit, ideas que pueden viralizarse en un minuto y veinte segundos.
Mientras tanto, los demás partidos oscilan entre negar que exista el problema o reaccionar tarde y a remolque. Y en política, quien define el marco del debate ya ha ganado media batalla. Y ahí está el peligro real. ¿Queremos que normalicen que la solución a la inmigración es echar a 8 millones del país? ¿O queremos venderles que no existe ningún problema y que hablar de ello es sinónimo de ser un racista? ¿Pensamos que la solución es calcular siempre si el discurso puede o no molestar a tal o cual votante? ¿Mejor tocar los temas espinosos si no hay más remedio y hay que responder a una noticia viral?
Todos los ciudadanos –también los adolescentes– quieren sentirse escuchados, defendidos y representados. Quieren respuestas claras a problemas reales. Y si los partidos tradicionales no son capaces de dárselas, alguien lo hará en su lugar y desgraciadamente puede hacerlo desde la polarización, la inmediatez y la estridencia.
Ana Losada es presidenta de la Asamblea por una Escuela Bilingüe (AEB)