75 años del Rey
La forja de un hombre que cambió España
Nació en Roma, vivió en Suiza y Estoril y a los 10 años pisó por primera vez España. La vida de Don Juan Carlos ha sido un constante no parar. Tras acceder al trono, su lucha ha sido la de proteger la libertad de los españoles
Cuando Juan Carlos de Borbón y Borbón vino al mundo, los presagios no eran precisamente muy favorables. Y en cierta medida se cumplieron. Al menos durante muchos años.
Nació en Roma el 5 de enero de 1938, cuando en España se libraba la batalla de Teruel. Hijo del infante Juan de Borbón y nieto de un rey en el exilio, las expectativas vitales en aquel momento no eran precisamente favorables. Por si fuera poco, llegó antes de tiempo («feo y sietemesino», lo describió su abuela, la reina Victoria Eugenia), con su padre ausente, cazando en un safari.
Bautizado en la capilla de la Orden de Malta, por el cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pío XII, la residencia de la familia en Roma no tenía nada de palacio. Era un primer piso en Viale Parioli 112, un barrio de la burguesía. Y no andaban bien de dinero.
Aunque él entonces no se enteró porque tenía tres años, el 15 de enero de 1941 se convirtió en heredero dinástico, al abdicar Alfonso XIII en su tercer hijo, Juan, tras la renuncia más o menos voluntaria de los dos primeros, Alfonso y Gonzalo. El 28 febrero fallecía Alfonso XIII. Don Juan anunció que llevaría el título de Conde de Barcelona y el pequeño Juan Carlos fue saludado por vez primera como Príncipe de Asturias.
En 1942, y ante la amenaza de la Guerra Mundial, los Barcelona se trasladaron a Suiza, donde ya residía Victoria Eugenia. El pequeño Juan Carlos padeció las dificultades de una vida de exiliado. Recibió una educación anárquica, por los constantes cambios de residencia y de colegio, pero sobre todo por los largos periodos sin colegio alguno.
Algo cambió, aunque sólo temporalmente, cuando ingresó interno en el colegio Ville Saint Jean, en Friburgo, donde la única compañía fue su fiel preceptor Eugenio Vegas Latapié, a quien llegó a considerar un segundo padre. El Conde de Barcelona impuso un régimen de ausencias, de pocas llamadas telefónicas, aparentemente para endurecer a su hijo. Y cuando la familia se instaló en Estoril, en la vecina Portugal, no pudo menos que sentir la nostalgia de la ausencia de España. Allí continuó su errática educación.
Las cosas cambiaron cuando, como fruto de la entrevista mantenida por su padre y Franco en el «Azor», se pactó que el joven infante sería educado en España. A ambos les interesaba la jugada: a Don Juan para amarrar la españolidad de su hijo, a Franco, para tenerlo cerca e influir en su formación.
Pisó tierra española por vez primera con diez años. Su residencia en Madrid fue la finca «Las Jarillas», donde tuvo como compañeros a un escogido grupo de chicos de familias monárquicas, entre ellos Jaime Carvajal, Carlos de Borbón dos Sicilias, Fernando Falcó... Esa estancia ofreció momentos de cierta felicidad, por la cercanía de sus compañeros de juegos, aunque amargada por la necesidad de acudir cada final de curso al Instituto San Isidoro para los exámenes orales ante un tribunal de catedráticos, que, sin embargo, tampoco se mostraron demasiado rigurosos. Juanito fue aprobando curso por curso.
Terminado el bachillerato, Don Juan se mostraba partidario de que su hijo estudiara en una universidad extranjera, como Bolonia o Lovaina, mientras que Franco insistió en que continuara en su país, con el argumento de que, si no, en realidad sería un príncipe «extranjero». Se entrevistaron en la finca «Las Cabezas» en Extremadura, y de nuevo ganó Franco.
La educación diseñada por el general tuvo, como no podía ser menos, carácter militar. En 1954, con 16 años, Juan Carlos ingresó en la Academia General de Zaragoza. No lo pasó muy bien tampoco, entre otras cosas porque parte de sus compañeros eran hijos de militares y por tanto afectos al régimen, que en aquel momento no hacía nada por asentar la imagen de la monarquía. Más bien lo contrario.
Por defender a su padre, en alguna ocasión tuvo que quedar por la noche en las caballerizas para enfrentarse a puñetazos con un compañero. Aunque poco a poco el joven Juan Carlos acabó integrándose en un mundo al que desde entonces no ha sido ajeno y donde tiene grandes amigos. Bien le vendrá años más tarde.
En 1956, durante las vacaciones de Semana Santa en Estoril, Juan Carlos protagonizó uno de los momentos más dramáticos de su vida. El 29 de marzo, jugando con su hermano menor, Alfonsito, disparó contra él creyendo que el arma estaba descargada, y le causó la muerte en el acto. Más terrible aún fue la reacción desesperada de su padre: le pidió que, bajo juramento, dijera que no lo había matado a propósito. Aparte de otras consideraciones, Don Juan había pensado en su hijo pequeño como una «alternativa» dinástica por si el experimento del envío de Juan Carlos a España, junto a Franco, fallaba.
Terminada en 1960 la formación militar, se diseñó para él un plan especial de estudios en contacto con la Universidad. No se trataba de que hiciera una carrera, sino de que un grupo de catedráticos le instruyera en sus especialidades. Así trabó contacto con una persona que será decisiva en su vida: Torcuato Fernández Miranda, quien se convirtió en su principal mentor político. Él le explicó cómo se podía desmontar el régimen de Franco, bajo el principio de ir «de la ley a la ley». Le convenció de que las Leyes Fundamentales, teóricamente inviolables y permanentes, contenían dentro el mecanismo de su desmontaje. Como así se hizo.
En 1961 empezó a residir en La Zarzuela, un pequeño pabellón de caza cercano a El Pardo. El 8 de junio, en la boda en Londres del duque de Kent, el protocolo le situó como acompañante de la princesa Sofía, hija de los reyes de Grecia. La había conocido en agosto de 1954, cuando acudieron al «crucero del amor», un viaje de familias reales en el yate «Agamenon».
Ese verano de 1961, los Barcelona fueron huéspedes en la isla de Corfú, y el 13 septiembre se hizo público en Lausana el compromiso matrimonial. Franco se enteró por una llamada de Don Juan.
Tras la boda en Atenas el 14 de mayo de 1962, por partida doble porque hubo ceremonia ortodoxa y católica, y después de un viaje de novios de casi un año, al final y en contra del parecer del conde de Barcelona, el matrimonio fijó su residencia en La Zarzuela. Siguen años de oscuridad, espiados por los sirvientes, que enviaban información a Franco. Los tiempos, en palabras de doña Sofía, en que «no éramos nadie».
Franco le dio un consejo: «Alteza, haced que los españoles os conozcan». Y los príncipes se dedicaron a recorrer España. No siempre bien acogidos, porque los falangistas difundían el grito «No queremos reyes idiotas». En algunos lugares les tiraron tomates. El 20 de diciembre de 1963 viene al mundo el primer hijo, Elena. El 13 de junio de 1965 nace Cristina. Los jóvenes padres están deseando que llegue el varón. El 30 de enero de 1968 nace Felipe, y su padre lo celebra en la clínica descorchando una botella de cava con los periodistas. Al bautizo en Madrid asiste la reina Victoria Eugenia, que hace de madrina. Y, al encontrarse con Franco, le comenta que ya tiene tres Borbones para elegir.
Ese nacimiento propició que Franco comunicara al príncipe Juan Carlos, muy a la gallega, que tenía «más posibilidades» que su padre de convertirse en sucesor. Se lo confirmó el 12 de julio de 1969. El príncipe tiene 41 años. El 22 de julio fue proclamado en las Cortes. La reacción de don Juan al enterarse fue contundente. Dejó de hablar a su hijo durante meses, y prohibió a las infantas Pilar y Margarita que estuvieran en el acto de jura.
A pesar de todo, los príncipes no las tenían todas consigo de que en efecto la sucesión se consumara cuando muriese Franco. No sólo porque dentro del régimen había quienes proponían el regencialismo, es decir, colocar otro general al frente del Estado, sino también porque desde el entorno de El Pardo se alentaba la opción de Alfonso de Borbón Dampierre, casado con la nieta del general.
El 20 noviembre de 1973, fue asesinado el presidente del Gobierno, almirante Carrero Blanco, una de las personas que, desde dentro del sistema, más había trabajado por la opción de don Juan Carlos. Y, para sorpresa de muchos le sucedió Arias Navarro, persona con entrada en El Pardo y poco amigo del Príncipe. Al año siguiente, el 9 de julio Franco fue hospitalizado por una flebitis y el día 19, en aplicación de la ley, el príncipe asumió las funciones de Jefe del Estado. El general volvió a tomar el mando el 2 de septiembre, prácticamente sin avisar.
El 12 de octubre de 1975, Franco asistió a un acto en el Instituto de Cultura Hispánica y contrajo la gripe. El doctor Pozuelo diagnosticó un infarto silente. El día 17, el general se encerró en su despacho y redactó de puño y letra su testamento, en el que prestó un último gran servicio al que iba a ser su sucesor: «Por el amor que siento por nuestra patria, os pido –escribió– que perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro Rey de España del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis en todo momento el mismo apoyo y colaboración que de vosotros he tenido». Pidió a su hija, Carmen, que lo pasara a limpio, y la única corrección que indicó fue que, cuando hablaba del futuro Rey de España, escribiera el nombre: Don Juan Carlos de Borbón.
Después de una atroz agonía, el 20 de noviembre falleció Franco, en La Paz. El día 22, Don Juan Carlos fue proclamado Rey de España ante las Cortes y pronunció el primer discurso de la Corona. El 27, en los Jerónimos, se celebró una misa de asunción del trono. Y el 25 diciembre dirigió su primer mensaje navideño a los españoles, una costumbre que perdura hasta hoy. A partir de ese momento, apareció un nuevo personaje, hasta entonces desconocido. Don Juan Carlos asumió en primera persona la tarea de devolver las libertades a los españoles, configurando para ello una monarquía parlamentaria con todas sus consecuencias: una de ellas, despojarse de los poderes heredados de Franco, que eran todos, para convertirse en un rey casi sin poder. La soberanía reside en el pueblo español, tal como proclama la Constitución de 1978. Se ha hablado mucho de los «padres de la Constitución», pero suele olvidarse incluir entre ellos, y en primera línea a Don Juan Carlos.
Aquel joven rey se aplicó al desmontaje del sistema político heredado, con la ayuda de un presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, que fue otra de sus grandes intuiciones.
La transición española constituye la historia de un gran éxito como nación y como pueblo. Y, en ella, el instante más peligroso fue la intentona golpista del 23 de febrero de 1981. Ese día, con el Congreso secuestrado por Antonio Tejero, los españoles no respiraron aliviados hasta que, a las 1:23 de la madrugada, el Rey, con uniforme de capitán general, compareció antes las cámaras de televisión: el golpe había fracasado.
El verdadero «annus horribilis» de la monarquía en España fue 1992. Pocos recordarán los ecos de la entrevista a Don Juan Carlos de Selina Scott, o el jaleo que se montó con la publicación del libro «El rey» de José Luis Vilallonga, y que Mario Conde entraba y salía de La Zarzuela, o que «El Mundo» publicó informaciones delicadas sobre la vida privada del rey tomadas de «Oggi» que aparecían por vez primera...
De aquello se salió. Ahora aplican ese apelativo al recién terminado 2012, por el famoso viaje del Rey a Botsuana, de donde volvió camino del hospital, y sobre todo por las consecuencias de «caso Urdangarín». Otros lo llaman «Annus pessimus». Y quizá tienen razón. Aunque la realidad es que Don Juan Carlos no se resigna. Cree que de esto se puede salir.
Don Juan Carlos piensa que sus 37 años de servicios, lo que ha hecho por este país, no se merecen un resumen como el que podrían pintar los sucesos del último año. Y se ha propuesto recuperar la iniciativa. Por eso las palizas que se ha dado en viajes agotadores para promover los intereses económicos de España, por eso ha aguantado hasta que no podía mas los dolores en la cadera izquierda, de la que finalmente se ha operado. Por eso está dispuesto a seguir al frente de la nave.
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