Cataluña
La sucesión y la herencia
Cuando era joven no me encajaba la supervivencia de la Monarquía hereditaria en un sistema democrático. Era, es, una mutación del poder de otros tiempos. Según fui conociendo la realidad de la política española fui percibiendo que la alta Jefatura del Estado en nuestro país, en la práctica, puede funcionar eficazmente con personas preparadas para destinar toda su vida adulta en representarnos a todos e interesarse con educación y cortesía por cada colectivo social. Con personas capaces de simbolizar la fraternidad en momentos de duelo nacional más allá de las rivalidades partidistas. Considerando los intereses diplomáticos, no creo que haya dudas acerca de la conveniencia para los intereses nacionales de una Casa Real, con un protocolo y una estética reconocible, estable y perdurable.
Don Juan Carlos y Doña Sofía nos han acompañado con muchas más luces que sombras durante casi cuatro décadas y es de justicia agradecerlo. Como es de ley asegurar una correcta investidura de los sucesores. Como lo es entender el agotamiento moral al que se puede llegar en ciertos momentos, en una tarea tan hermosa y tan expuesta, al mismo tiempo.
La institución monárquica española se desbarató más de una vez en la turbulenta historia política de los siglos XIX y XX. Podríamos fijarnos un instante en la revolución de 1868 que destronó a Isabel II, pero que volvió a configurar el país como una monarquía –constitucional– por lo que hizo falta fichar a un Rey. Así se le propuso al anciano general Espartero que vivía retirado en Logroño, así que fueron los diputados en comisión buscando candidatos por Europa. El general Prim desarrolló la operación de importar un Rey italiano y convenció a Amadeo de Saboya. Pisó Amadeo el territorio nacional a finales de 1870 conociendo la noticia del asesinato del propio general Prim, a cuyo velatorio pudo llegar, y renunció al trono de nuestro país en 1873, incapaz de poner orden al alboroto político y a la inestabilidad política que incluía una guerra carlista y pendencias independentistas en Cuba.
El príncipe Felipe y la Princesa Letizia también encuentran un panorama degradado de la política española, que les intentará enredar. Tendrán que ganarse el prestigio a fuerza de inteligencia y fortaleza moral, porque heredan una plaza extremadamente complicada también por la grieta actual de la institución monárquica que, sólo cicatrizará con ejemplaridad y muchísima paciencia. Y todo ello en medio de la desesperación de millones de familias empobrecidas y con un sistema bipartidista esclerotizado que les intentará abrazar para simular su renovación.
Se adivina un arte de engaño que pondría a prueba a todo el sistema político, pero también a la joven pareja reinante. Elegir entre la igualdad presente y futura de todos los ciudadanos españoles o una cierta tregua por parte de los nacionalistas. Los nacionalistas juegan a formas de identidad cerradas y victimistas, cultivan el sentimentalismo político y bajo el chantaje de la potencial escisión del territorio nacional esconden campar –sin responsabilidad– como élites, incluso extractivas. Ofrecerán una reforma constitucional a los del bipartidismo exhausto y debilitado en Cataluña y Euskadi. O viceversa. Estamos así porque los nacionalistas nunca creyeron en el Título VIII de la Constitución, salvo como plataforma para amarrar el poder y utilizar el dinero público para derrumbar los lazos simbólicos e identitarios comunes. Y porque no lo supimos ver. Tal vez con un envoltorio amable se mostrarán las pruebas que marcarán el destino de la dinastía y de España.
* Ex presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo (FVT)
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