La investidura de Sánchez
Las dos coartadas de Sánchez
Moncloa maneja dos opciones tras el fracaso de la votación de ayer, que suavizó Podemos en el último minuto con su abstención
Moncloa maneja dos opciones tras el fracaso de la votación de ayer, que suavizó Podemos en el último minuto con su abstención.
De una hora a otra todo puede cambiar. La primera votación de la investidura de Pedro Sánchez se cerró ayer con un fracaso absoluto del candidato socialista. En total, 124 votos a favor de su partido y el Partido Regionalista Cántabro; 170 en contra del PP, Cs, Vox, JxCat, Navarra Suma, Coalición Canaria y ERC, y 52 abstenciones de Podemos, PNV, Bildu y Compromís. Aunque el fracaso podía haber sido aún mayor si en el último momento Unidas Podemos no hubiera rectificado el «No» anunciado por la abstención, tan en el último momento que la candidata a la Vicepresidencia del nuevo Gobierno de Sánchez, Irene Montero, votó telemáticamente «No» en lugar de abstenerse. La impresión que dejó la jornada es que el vértigo al fracaso puede hacer que contra pronóstico haya al final acuerdo y Gobierno de coalición este jueves, cuando se producirá la segunda votación. Todo es tan inédito, y es tan difícil separar la parte de verdad de todas las mentiras sobre las que los dos equipos negociadores han construido su propaganda, que aquello que los hechos inducen a pensar que ya es imposible, es justo lo que puede que tenga más posibilidades de hacerse realidad.
Los bofetazos cruzados continuaron ayer en los segundos niveles antes de que Sánchez sometiera su candidatura a su primera votación. Ahora bien, justo una vez que terminó la puesta en escena del cruce de puñetazos e insultos entre PSOE y Unidas Podemos, las dos partes se emplazaron a retomar la negociación. Quizás no es tan casualidad que desde que se abrió el debate el lunes por la mañana hasta que se cerró ayer a mediodía, los contactos quedaran interrumpidos, ya que esta estrategia sirvió para que así no restaran fuerza al doble juego aparentemente inexplicable de Sánchez, los golpes a su socio prioritario, el único que Moncloa sabe que puede darles el Gobierno, al tiempo que entre descalificaciones seguía invocando la abstención del PP y de Ciudadanos.
Ayer en los pasillos del Congreso empezó a circular una interpretación sobre lo que hay detrás de la estrategia de Sánchez en la que hubo coincidencias en la bancada de la derecha y de la izquierda. El guión que ha impuesto Sánchez, con la inspiración de su consejero áulico, Iván Redondo, tiene «todo el sentido a partir del jueves» sólo, sostienen estas reflexiones cruzadas, si finalmente hay acuerdo con Unidas Podemos. Inviable sin el apoyo de ERC, EH Bildu, PNV y JxCAT. Detrás del «bosque» empezó a intuirse que si Sánchez dedicó la primera jornada del debate de investidura a echar leña a las urnas fue porque ha mantenido una «gran farsa» desde el día después de las elecciones para poder decir mañana «no me ataquen ustedes diciendo que soy presidente gracias a los independentistas y a la extrema izquierda porque les pedí abstenerse para no depender de ellos y lo rechazaron». Y ante ese acuerdo de coalición, el candidato socialista también ha intentado hacerse con la coartada de que «lo que no puede España es estar otros siete meses sin Gobierno». «Todavía nos falta por ver a Sánchez diciendo que él es responsable por pactar un Gobierno con los conjurados para romper España, y que los irresponsables somos los demás por no ayudarle».
Esto enlaza con otra reflexión que hacía ayer un «notable» del PSOE. Su tesis es que si tienen que tragar con el «Gobierno de coalición» no hay tanto problema como dicen las «crónicas políticas» porque «Sánchez no tiene por qué agotar la legislatura». «En un año, cuando no pueda aprobar nada y los de Podemos se salgan del tiesto, pues a disolver. Desde el Gobierno siempre es más fácil encontrar una solución para todo». Hasta los «barones» que han caído en la incoherencia de aplaudir que Sánchez haga ahora todo lo que ellos condenaron y por lo que forzaron su salida de la dirección socialista están convencidos de que «si se va a las urnas «porque se disuelve al no ceder a las exigencias de unos y otros, iremos en una posición estupenda».
Por debajo del ruido de la pelea partidista ayer había quien desde la «cocina» de otras fuerzas reconocían que sea de la factoría de «Iván o de quien sea, el plan es políticamente impecable». «Todo política». Y en esto explican que se haya dicho una cosa y la contraria; que no se haya negociado en serio; o que todo haya ido dirigido a alimentar el relato mediático y la propaganda.
Mañana saldremos de dudas. Pero quienes conocen bien al líder socialista sostienen que Sánchez, pese a ser muy osado, no se va a arriesgar a nuevas elecciones con la sentencia del Tribunal Supremo sobre el juicio del «procés» encima de la mesa. Con la posible sentencia de los ERE. Y con un más que posible nuevo competidor en la izquierda, Íñigo Errejón. Porque aunque Moncloa ha dado aire durante las últimas semanas al mensaje de que Pablo Iglesias no puede permitirse el lujo de ir nuevo a otras elecciones porque la irrupción de Errejón le dejaría por completo fuera de juego, la realidad es que detrás de la propaganda tanto Moncloa como Iglesias han hecho sus cálculos y no coinciden precisamente con esta mantra. Sánchez sabe que de la división de la izquierda en tres siglas, Iglesias saldría perdiendo, sí, pero el que más tiene que perder es él, porque podría llevarle a una situación parecida a la de Pablo Casado. Que ganando en votos, como le ha ocurrido a la derecha en las últimas elecciones generales, el reparto de escaños le alejase de La Moncloa en la que sigue habitando en funciones. Ahora tiene el Gobierno en sus manos, en esas circunstancias, habría que ver. Las próximas horas serán decisivas y la negociación se mantiene a cara de perro. Pero ayer Sus Señorías dejaron el Congreso sin descartar que después de todo lo visto, y pese a que Sánchez e Iglesias han dejado claro que se detestan, al final contra todo lo más aparentemente racional el jueves se encuentren con que al despertar lo que había era un Gobierno de coalición.
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