Ya no rugen los leones

La ley del embudo

Resulta llamativo pedir elecciones en un territorio porque me interesa y no convocarlas con carácter general porque no me conviene

Los leones del Palacio de las Cortes
Los leones del Palacio de las CortesArchivo

Los leones que guardan la entrada del Congreso se habrían quedado estupefactos si, como ocurre, ya no les sorprendiera nada de lo que hacen algunas de señorías. Pedir elecciones en un territorio porque me conviene mientras yo no las convoco, pese a mi absoluta imposibilidad parlamentaria, porque no me interesa, es llamativo.

Mientras, el Congreso languidece pese a haber incrementado un 10% su presupuesto para el año que viene, hasta los 121,24 millones de euros, lo que podría hacer pensar en una etapa de florecimiento y dinamismo de la Cámara. No lo parece. Ya lo dijo el presidente del Gobierno: se puede gobernar sin el parlamento. El PP votó en contra de dicho incremento de gasto, algo es algo.

En cualquier caso, habrá que reconocer una cierta coherencia a Pedro Sánchez cuando se niega a convocar elecciones y agotar la legislatura, sobre todo después del portazo de los de Puigdemont. Ya lo esculpió en el hemiciclo cuando le respondió a Mariano Rajoy aquello de “no esa no” y escribió a continuación qué parte de la frase no había entendido. No va a haber comicios generales hasta 2027 y punto. Que el Congreso es interiorizado cada día vez más por los españoles como una institución inútil y costosa, ¡Ah, se siente!, como acuñó el humorista.

A los sufridos ciudadanos les quedará el consuelo del “cafelito” y el chocolate calentitos, con los que les obsequiará la presidenta de la Cámara, a costa de los presupuestos, claro que sufragan los beneficiarios, cuando se celebren estas Navidades las Jornadas de Puertas Abiertas. Eso tras esperar una larga cola siempre la atenta mirada de los imperturbables leones.

Una vez traspasada la puerta y llegados al hemiciclo, se harán la fotografía en el escaño de Sánchez o en el de Feijoo o buscarán con detenimientos los impactos de bala que dejaron los disparos durante el asalto del 23-F de 1981. Tal vez, alguno, proveniente de tierras aragonesas, se acuerde de lo ocurrido en 2003, protagonizado por el inolvidable José Antonio Labordeta, ejemplo de parlamentarismo libre, cuando los diputados del PP le interrumpían contantemente. Les mandó de forma literal “a la mierda”.

Aquello tuvo su aquel. Deberían reflexionar nuestros representantes sobre la paciencia del pueblo español al que no se le puede tener entretenido con asuntos colaterales no vaya a ser que hagan suya la frase del genial cantautor.

Los leones que tantas veces vieron entrar –y salir— a Francisco Franco del Palacio de las Cortes sin duda recuerdan más el acto de proclamación como Rey de don Juan Carlos el 22 de noviembre de 1975 que la muerte y las colas que se formaron para pasar por la capilla ardiente de Franco. Eran los albores de una democracia que se intuía pero que tanto costó consolidar. “No cayó del cielo”, como dice en sus memorias don Juan Carlos.

Es verdad, lo saben los felinos forjados con los cañones tomados al enemigo, que la historia hay que recordarla entera por aquello de que si no se hace los pueblos están condenados a repetirla. Si se ha llegado a una situación de inoperancia del Congreso, habría que tomar las decisiones correspondientes, como ocurre en cualquier democracia consolidada. Lo que es compatible con no olvidar unas épocas, posteriores a una guerra entre hermanos, que nunca se deben repetir.