Opinión
«¿Es mentira? Sí, sí; es así»
El presidente cabalgaba triunfante sobre su propio almíbar, y al escuchar los ladridos de la oposición, jalonaba su discurso con una pregunta retórica
Acudir a una comparecencia de Pedro Sánchez es una experiencia desconcertante. Llegas resuelto a exigir explicaciones a este Gobierno paralizado, salpicado por la corrupción, y sales teniéndole tirria al Partido Popular. Qué rabia da el PP cuando peor lo hace el PSOE. Son los efectos prestidigitadores del cuento que te cuenta el Calleja de Moncloa en cuanto te descuidas.
La primera comparecencia de Sánchez, tras el portazo de los Pimpinela de Waterloo, fue un hito narrativo, al que no le faltó ni la mímica. Sánchez hizo un derroche de risitas, encogimiento de hombros y, al pensar en Feijóo como presidente, hasta se tapó la cara, como el monito del WhatsApp.
Todo empezó con un tostón equipado de todos los clichés de la cosmovisión sanchista: vivienda, ecologismo, Israel… El presidente cabalgaba triunfante sobre su propio almíbar, y al escuchar los ladridos de la oposición, jalonaba su discurso con una pregunta retórica a modo de leitmotiv: «¿Es mentira? Sí, sí; es así». Pedro se preguntaba y Pedro se contestaba.
Tocó entonces hablar de la situación legislativa: y con Junts boicoteando, ¿cómo te vas a apañar? Ahí es cuando a DJ Armengol sólo le faltó introducir por lo bajini una balada de Phil Collins, mientras Sánchez evocaba con melancolía lo complicado que fue siempre sacar este proyecto adelante, sorteando epidemias, guerras y hasta volcanes. Según Sánchez, todo fue posible porque hubo unos socios que abrazaron el espíritu de acuerdo.
Se echó en falta que DJ Armengol diera paso a «Cuando fuimos los mejores» para que el éxtasis del estribillo de Loquillo coincidiera con la gran proclama: las mayorías no dan estabilidad; ¡son las políticas, estúpido! A Sánchez se le puso cara de entrenador pragmático al afirmar que «lo relevante son los resultados» y que juntos habían conseguido la paz social.
Los ministros contemplaban a su jefe como pensando: «Si Junts no se conmueve con esto, yo ya no sé». Fue tan sentido el discurso de Sánchez que hasta hizo su testamento preventivo, dando por hecho que su herencia será una economía sólida, menos desigualdad y una Cataluña normalizada. El informe de Cáritas, el proyecto de cupo fiscal y el chantaje separatista quedaron en el tintero, por lo que sea. Ahora bien, lo que nos dejó locos fue lo que el presidente acabaría llamando, en una especie de lapsus, «la ecuación».
Llegado el turno de la corrupción, nos pegó el cambiazo con la historia y milagros del Estado del Bienestar. Todo para desembocar en la gran ecuación: lo malo no es lo que hayan robado algunos socialistas, sino lo que roba el PP al Estado del Bienestar con su mala gestión. A partir de ahí, golpiza tremenda a Madrid y Andalucía.
Sánchez se presentó como una especie de Manolo Guardia Urbano que se limita a abrir el grifo del dinero, de tal manera que ahora resulta que si el cohete no va bien es porque los territorios del PP no gestionan correctamente. Qué rabia da el PP.
Habló Núñez Feijóo, que ironizó sobre el arte de Sánchez para no hablar de la corrupción ni cuando habla de corrupción. El líder del PP recordó las confesiones de la «fontanera» Leire y recomendó a Sánchez que mire bien en Moncloa, no vaya a estar todavía escondido allí su hermano. En la despensa, al lado de las chirimoyas.
Feijóo prometió que él no amnistiará a Sánchez. Pensando en ese futuro, el jefe de la oposición prometió una bajada histórica de impuestos a los jóvenes y se puso la gorra de cartero para mandar recriminaciones a los grupos que sostienen la legislatura. Lo de mandar mensajes se puso de moda, porque Santiago Abascal también lanzó sus críticas al PP entre palo y palo a Sánchez. El líder de Vox se comprometió a exigir elecciones en Valencia, si Sánchez las convoca para toda España. El presidente se partió la caja.
El fallo en Matrix llegó cuando Sumar vino a reconocer que sí hay pobreza infantil en España. Menos mal que estaba ERC para defender al Gobierno. Rufián prometió la independencia de Cataluña y ha acabado de abogado de Begoña Gómez y García Ortiz. Épico «downgrade» el suyo. Luego hizo un par de recomendaciones al Ejecutivo: hablar de vivienda y seguridad. Puso a parir a la derecha para acabar reconociendo lo acertado de su agenda.
Rufián, por cierto, pronosticó que Junts llevará al PP a Moncloa y Nogueras vaciló a su paisano con lo socialista que se ha vuelto. Eso fue antes de que la lugarteniente de Puigdemont pusiera el moflete caliente a Sánchez: «Cínico e hipócrita» le llamó sin anestesia, reiterando que «esta relación se ha acabado».
El rostro de Sánchez no supo cómo encajar el gran bofetón del día. Fue ahí cuando el PNV preguntó ¿a dónde vamos? La pregunta quedó por responder en unas réplicas que sólo sacaron al Sánchez más arrogante: el que advierte a Abascal que él no se calla ni bajo el agua, el que advierte a Sumar que no le gusta su actitud, el que insiste en ser conciliador con Nogueras. Sánchez no va a ningún sitio. Ya está en Moncloa, lo único que le interesa.