José Antonio Vera

Miedo a Podemos

El presidente prefiere no enemistarse con Iglesias

Un estudio revela que los gobiernos de coalición tienden a un gasto más elevado
Pedro Sánchez y Pablo Iglesiasalberto r. roldánLa Razón

Lo que en realidad le ocurre a Sánchez es que no puede con Iglesias. Le da canguelo. Le tiemblan las piernas cuando lo tiene enfrente como enemigo, y por eso prefiere atarlo como el presunto colega que nunca fue ni lo será, porque Pablo es tan ambicioso que sigue aspirando a todo, a echarle el pulso cuando quiere, a condicionar el Gobierno, a romperlo si le place y a obligar al presidente a destituir a las ministras podemitas si se atreve, que no se atreverá. Como estamos viendo. Después del bochorno del martes, con medio Gobierno insultando al otro, y de las dos manifas de ayer, con pancartas enfrentadas, cualquiera diría que el presidente debería hacer, por obligación, lo que no ha hecho desde que Iglesias se le subió a la grupa obligándole a morderse la lengua, tragarse sapos, comerse el labio y firmar leyes atufadas de sectarismo como «la suelta-violadores» o la trans. ¿Por qué no lo hace?

El deterioro de su imagen, ya en caída libre desde hace meses, debería llevarle a la conclusión de que si pretende recuperar los votos perdidos de su cuadra, los que le han abandonado por bochorno, no tiene más remedio que echar lastre para argüir que todo lo que se ha hecho mal es por culpa de Podemos. Sólo que Iglesias hará entonces lo que más le gusta: encender la calle contra el PSOE, pedir una comisión sobre Tito Berni, animar las protestas anti-OTAN, excitar la ira LGTBi y recordarle a Sánchez los años de corrupción socialista. La cal viva de González. Mucho que perder, pese a haber perdido ya la credibilidad y tantas cosas más.

Por eso el presidente prefiere no enemistarse con Iglesias y hacer lo que le pide a gritos el partido: la destitución fulminante de Montero y el cese de Belarra. Nadie entiende que se entierre la ley, tras 750 violadores beneficiados y 70 excarcelados, y no caiga ni tan siquiera Pam. La super-secretaria, apodada «gustirrinín», según ella misma reconoce, sigue disertando sobre sexualidad y la «necesidad de disfrutar de nuestro placer», como si aquí eso hubiese estado prohibido. Son los peligros de la candidez. O de la necedad. Cuando se llega al Ministerio gracias al escrache y la pancarta, el resultado infecto es la ley que Sánchez nunca hubiera debido aprobar. Y el feminismo herido, roto a garrotazos, evidenciado en la doble manifestación de anoche. Carmen Calvo contra Montero y ésta contra Llop y Robles y las que no dicen, como ella, «todos, todas, todes», o no sostienen en el hemiciclo que ( portavoz podemita dixit) «si te penetra tu marido mientras duermes, o se quita el condón sin avisarte, es violación», y «si te molestan mientras perreas, es agresión». La pancarta instalada en el Gobierno. La ley-pasquín echada al desguace sin que nadie pida perdón. Sin ninguna destitución. Por eso el bloque podemita no se achanta. Son 56, más de los que parecían en un primer momento. Podemos + ERC + Bildu, un monolito sólido custodiado por Iglesias. A eso le teme Sánchez, que prefirió no ir a votar, porque tenía cosas más importantes que hacer, según su portavoz, pese a estar con la agenda liberada desde la 1 de la tarde.

El 8-M de ayer fue el peor de todos cuantos recordamos, con mujeres a gritos insultándose entre ellas. Peor aún que el infectódromo de hace tres años, cuando la vicepresidenta Calvo animó a miles de feministas a asistir a la manifestación «porque nos va la vida». La vida la perdieron muchas de las que fueron porque esa concentración debió haber sido prohibida. Aquello fue de juzgado de guardia. Lo de ayer, puro bochorno. Pena de ver como una fiesta otrora transversal, seria y respetada, se ha convertido en un cenagal a golpe de insultos y discursos como pedradas. Llaman las podemitas a las del PSOE «puñado de fascistas», y a Sánchez «traidor» y «cobarde». Pero el presidente no hace nada.