
30 años del asesinato de Gregorio Ordóñez
«Muchos lo mencionan, pero muy pocos lo imitan»
El teniente de alcalde de San Sebastián asesinado en 1995, visto hoy a través de los ojos de su hermana. «Su legado es más necesario que nunca ante este tribalismo político»
Hoy se cumplen 30 años desde que tres pistoleros de ETA asesinaron a mi hermano Gregorio Ordóñez con un tiro en la nuca. Confieso que este año estoy más sensible que otras veces cuando recuerdo a mi hermano. Quizá porque estoy recibiendo incontables muestras de cariño y de admiración hacia él: de amigos y familiares, de otras víctimas del terrorismo… Pero también, y puede que esto sea lo más emocionante, de muchos ciudadanos anónimos, independientemente de su tendencia política o ideológica. Todos, sin excepción, me dicen lo mucho que lo admiran y cuánto lo echan de menos, incluso aunque no lo hayan conocido porque son muy jóvenes.
Gregorio fue un auténtico servidor público que trabajó única y exclusivamente para ayudar a sus conciudadanos. Su lema era «Siempre a tu servicio», que explicó así: «Significa que, frente a la politización, apostamos por el trabajo diario en favor y beneficio de todos, sean del color que sean». Sus máximas, a la hora de hacer política, eran un escrupuloso respeto a sus adversarios y el diálogo –salvo con los violentos– para llegar a acuerdos en favor de la ciudadanía.
El legado de Gregorio Ordóñez es más necesario que nunca en este contexto de tribalismo político en el que vivimos. Muchos lo mencionan, pero muy pocos lo imitan. Gregorio transmitía sus convicciones con tanta fuerza y confianza que muchos donostiarras le hubieran votado para que fuera su alcalde si ETA no les hubiera arrebatado su derecho a elegirlo. En una sociedad asfixiada por el terrorismo y la violencia, Gregorio estaba rompiendo «las cadenas del miedo», como él las llamaba, para que los ciudadanos recuperaran «la libertad de poder decir lo que uno piensa». Decía que prefería «estar amenazado por ser fiel a mis principios que vivir con la comodidad de quienes se arrodillan suplicantes ante ETA».
Treinta años después de su asesinato, duele pensar cuántas veces nuestros gobernantes se han arrodillado suplicantes ante ETA. La derrota de ETA por el Estado de derecho, con la que Gregorio tanto soñó, nunca se produjo. Es cierto que se ha conseguido que ETA ya no nos mate, lo cual es, sin duda, lo mejor que nos ha pasado en nuestra historia reciente. Nunca ha habido un tiempo mejor para vivir y para hacer política en nuestro país que sin ETA. Pero la tan ansiada paz se ha logrado a cambio de un precio: la legalización de los brazos políticos de ETA, la escenificación de un final sin vencedores ni vencidos y la impunidad para muchos de sus asesinos. Y las víctimas estamos pagando las consecuencias de este final.
«Sus máximas a la hora de hacer política eran el respeto escrupuloso al adversario y el diálogo, salvo con los violentos»
Hay quien asegura que la democracia ha triunfado, que es un éxito que quienes antes pegaban tiros y jaleaban los asesinatos hoy hagan política. Esas mismas personas olvidan que los asesinos nunca tuvieron que elegir entre terrorismo o política porque para la izquierda abertzale el terrorismo de ETA era, precisamente, otra forma más de hacer política. Solo dejaron la política durante el brevísimo tiempo en el que estuvieron ilegalizados. En los más de cuarenta años de trayectoria criminal de ETA, la organización terrorista casi siempre estuvo representada en las instituciones. Y, al contrario que al PP o al PSOE, a las sucesivas fachadas electorales de ETA nunca les costó llenar sus listas electorales en Euskadi.
Me pregunto si se puede considerar un éxito que esos mismos jefes políticos de ETA estén hoy en las instituciones, cada vez con más poder, sin haber condenado un solo atentado terrorista, sin siquiera decir que matar estuvo mal, y beneficiándose de un marco de impunidad que pocos se atreven a cuestionar. Los que nunca se manchaban las manos de sangre, pero ordenaban los asesinatos y los aplaudían, hoy dirigen Bildu, antes Herri Batasuna, y siguen justificando la existencia de ETA y prohibiendo a los que tan cínicamente llaman «presos políticos» que se arrepientan de sus crímenes y reparen el tremendo daño que causaron, no solo a sus víctimas, sino también a la sociedad en su conjunto y a nuestro Estado de derecho.
Pocas personas vinculadas a ETA parecen pensar en romper esa disciplina mafiosa y hacer una revisión crítica de su pasado criminal, como se les debería exigir, pero no se les exige. No solo eso, sino que llevamos años viendo cómo se hacen trampas al Estado de derecho para que vean reducidas sus penas de prisión, lo cual es un ataque frontal al derecho de las víctimas a la Justicia. Las últimas trampas son los terceros grados fraudulentos que está otorgando el Gobierno vasco sin que los terroristas cumplan con el requisito del arrepentimiento que la Ley exige para progresar en grado. Esta debe de ser la «inversión en convivencia» sin «presos políticos vascos» de la que habla Otegi, sin que su sórdida desfachatez cause prácticamente ningún escándalo.
En un momento de exigencias menguantes, quiero rescatar la brújula moral de Gregorio Ordóñez en la que no quisieron ni quieren mirarse los cínicos, ni los totalitarios, ni los espectadores pasivos que vivieron con la violencia y los asesinatos de sus vecinos como si esa realidad no fuera con ellos. Pero en la que sí se miran muchos ciudadanos que estos días recuerdan a Gregorio con cariño y admiración. A todos ellos, mi más sincero agradecimiento.
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