Opinión

Navegando hacia la muerte para huir del terror

Cómo será la vida al otro lado del Atlántico para tener que tomar la decisión de coger a tus hijas y subirte a una barcaza en la ruta migratoria más mortífera

Al menos siete personas murieron al volcar su cayuco cuando estaban siendo rescatados cerca de El Hierro
Al menos siete personas murieron al volcar su cayuco cuando estaban siendo rescatados cerca de El HierroEFERTVE Canarias

Me siento incapaz de ponerme en la piel de esa madre que reconoció, flotando en el mar, el cuerpo de su niña de tan solo 5 años. O de aquella que, junto a su otra hija, dio sepultura a una pequeña de apenas 12 años. Fueron dos de las siete mujeres que fallecieron al volcar su cayuco, en el muelle de la isla de El Hierro, hace tan solo cuatro días. Tengo dos hijos en una edad similar y no quiero ni imaginar el desgarro de esas madres.

Fatumata, con tan solo 12 años, seguro que soñaba una vida mejor, estudiar, tener futuro, sentirse libre... y esos sueños los ha arrancado el mar. Cómo serán sus vidas al otro lado del Atlántico para tener que tomar la dura y difícil decisión de coger a tus hijas, subirte en una de esas embarcaciones precarias, en la ruta migratoria más mortífera que existe, la atlántica, permanecer en ella durante diez días, sentada, sin poder moverte, haciéndote tus necesidades encima y saber que puedes estar navegando hacia la muerte. La mayoría de estas mujeres y menores proceden de países del Sahel y de África occidental, vienen huyendo de la guerra, las violaciones, los abusos, la pobreza o el hambre.

Estas son las invasiones que algunos señalan desde la falta de humanidad y la distancia de quienes no quieren sentir el dolor ajeno. Esta sociedad ha naturalizado de manera espantosa el convivir con estas noticias. Sus vidas valen muy poco, su dolor no lo sentimos.

Estamos a tan solo unos kilómetros del lugar donde esas madres deben decidir si permanecer en ese dolor o poner rumbo al que quizás sea su único viaje. Ellas sabemos que han muerto; otros muchos permanecen bajo las aguas del mar de la muerte y jamás sabremos sus nombres, de dónde venían, sus historias y lo más dramático: sus familias, si las tuviesen, tampoco sabrán que han muerto, simplemente dejarán de saber de ellos.

Este año, en lo que llevamos de 2025, han llegado ya 97 cayucos solo a la isla de El Hierro. Alrededor de 1.500 historias terribles de personas que transitan en busca de esperanza, que llegan agotadas, deshidratadas, buscando la salvación y encuentran la solidaridad y el cariño de gente buena, como son los vecinos de La Restinga, que han hecho del compartir y el salvar a otros su día a día.

Pero también van a encontrar lo que nunca imaginaban: la insolidaridad, el racismo, la insensibilidad de una sociedad acomodada en el viejo continente que no entiende que la fortuna de haber podido nacer a este lado del mar, con todas las comodidades y libertades, debería hacer algo de mella en nosotros. Pero el color importa, vaya si importa.

Seguiremos escuchando a algunos políticos con mensajes incendiarios que hablarán de invasiones, de efecto llamada, de si cabemos o no en este viejo continente que envejece de manera egoísta e insolidaria. Y yo pensaré en Fatumata.

Lo que no veremos es a esos mismos políticos analizando qué es lo que podemos hacer para ayudar a los «ángeles del mar», nuestros servidores de Salvamento Marítimo, para que tengan más medios y mejores protocolos que eviten estas desgracias.

Por un momento, pensemos en qué deben sentir cuando un niño se escurre entre el chaleco salvavidas o pierdes los ojos de terror de esa pequeña que se traga rápidamente el mar. Ellos mañana volverán a salir al mar, pero esta noche recordarán, una y otra vez, esas imágenes, viven en la tragedia.

Quizás en lugar de competir entre nosotros para ver quién resulta más duro e insolidario, lo que deberíamos hacer es escucharlos a ellos, saber cómo se sienten, qué necesitan de sus instituciones, cómo debemos ayudarles.

Quizás pueda tratarse de una comisión de esas que con facilidad creamos en las Cortes Generales cuando se trata únicamente de erosionar al adversario, pero esta vez esa comisión tendrá como objetivo construir en lugar de destruir, colaborar en lugar de confrontar, argumentar en lugar de insultar... En definitiva, hacer política con mayúsculas, de esa que escasea tanto en estos tiempos y al mismo tiempo es más necesaria que nunca.

Quizás se trate de escuchar antes de hacer soflamas inhumanas e indolentes ante el horror. Quizás es entender que Canarias o Andalucía son para todos ellos la puerta de entrada a Europa y como tal deben ser escuchadas.

Quizás sea tan solo imaginar, por un momento, cuánto y cómo debe ser el terror que empuja a todas esas personas a navegar hacia la muerte.