Opinión
El original y la copia
De tanto querer legitimar la indulgencia hacia el proyecto separatista para poder pactar con ellos, han disuelto el propio proyecto básico socialista de la igualdad.
La explicación que ha dado el Gobierno al trasvase de votos socialistas en Galicia hacia el BNG ha pretendido sortear el peso de la cuestión candente de la amnistía sanchista. Se ha intentado sostener que la amnistía no ha sido el problema que ha marcado la pérdida de votos, argumentando que el BNG era también favorable a esa iniciativa. El argumento, por simplista, tiene sin embargo una cara oculta, cuya principal zona de oscuridad es por qué esos votos, si así fuera, no se han ido a Sumar o a Podemos, quienes tampoco se mostraban en contra pero que han quedado fuera del Parlamento gallego. Ese agujero negro de la astrofísica política puede iluminarse a la luz de lo que le ha pasado siempre al socialismo en Cataluña.
En Cataluña, los socialistas siempre han coqueteado con la idea de mostrarse como la cara razonable del nacionalismo regionalista. A pesar de ese proyecto de imagen de supuesta sensatez, jamás han conseguido gobernar la autonomía en solitario, incluso a pesar de tener una fuerte implantación en la región. Para defender esa discutible línea de acción contaban con la fuerza de constituir uno de los principales graneros de votos del socialismo (junto con Andalucía) a nivel estatal. Pero, por ese camino, han arrastrado a todo el socialismo a un lugar donde las contradicciones ya resultan inocultables e insostenibles.
El mito de querer convertir una región en nación a fuerza de voluntarismo choca siempre con realidades demográficas, sociológicas psicológicas y afectivas que no pueden ignorarse. La única manera de no reconocerlas es, obviamente, prescindir de la sensatez y radicalizarse. Y en eso los competidores de los socialistas siempre tendrán mucha más facilidad y les llevarán una enorme ventaja, porque para ellos promover iniciativas separatistas no supone una negación de su ADN ideológico por descabelladas que sean. Por eso, cuando los socialistas han necesitado los votos del nacionalismo radical para alcanzar el poder se han encontrado con que su habitual indulgencia hacia el separatismo quedaba acorralada por las exigencias de estos de que se les perdonaran hasta los posibles delitos que pudieran haber cometido promoviendo su ideario.
La amnistía fue el proyecto particular de la corriente de Pedro Sánchez para alcanzar la Presidencia tras las últimas elecciones. Un proyecto que se le antojó genial y ha resultado un fracaso estrepitoso. De tanto querer legitimar la indulgencia hacia el proyecto separatista para poder pactar con ellos, han disuelto el propio proyecto básico socialista de la igualdad. Para perdonarlos y legitimar el proyecto de la amnistía que les exigen, terminan trasladando a la población el mensaje implícito de que lo que hicieron no fue tan grave y, con ello, dándoles en cierto modo la razón en una propuesta cuyo punto de partida es una clara desigualdad. Pierden de vista el corolario implícito que de ello se desprende y que la población detecta rápidamente. Esa consecuencia argumental es que les están diciendo que, si los separatistas tenían razón, el proyecto de desigualdad es bueno. Y eso es probablemente más de lo que un ideario ciertamente socialista puede soportar. Si estás diciendo que la desigualdad tiene razón, al final la gente preferirá el original que la copia descafeinada.
Algo similar sucedió en 2003 en Cataluña, cuando quisieron extraer réditos de gobernabilidad de esa indulgencia, formando un tripartito. La insensata ocurrencia de que iban a domesticar a una ideología marcada por la desigualdad todos sabemos cómo terminó. Ni Maragall ni Zapatero fueron capaces de plantar cara al separatismo y ofrecer soluciones y eso les explotó en la cara, creando las condiciones objetivas para la aparición del partido de los Ciutadans (en su versión original) y provocando otra cosa para ellos más grave: que desde entonces nunca han vuelto a tener la misma implantación entre la población que tuvieron en sus mejores momentos. Si no pudieron gobernar entonces libremente, ahora aún podrán menos. Quienes han demostrado manejarse tan rematadamente mal con las hipotecas políticas, quizá deberían plantearse escoger otra línea de acción alejada de ellas.
¿Qué viabilidad tiene intelectual e ideológicamente un partido socialista que renuncia a su tradicional proyecto de igualdad? A todos (conservadores o progresistas) nos resulta clara la respuesta.
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