Opinión
El problema "Puigdemont"
En el Grupo Socialista del Congreso creen que la legislatura va a ser lo más parecido a un calvario. No existe todavía un clamor interno, pero se palpa la prevención
Pedro Sánchez tuvo claro desde la noche del 23-J que iba seguir como presidente del Gobierno. Por enrevesado que fuese el resultado, sabía que la suma entre PP y Vox era insuficiente, que no daba para alcanzar la mayoría absoluta. Él, en cambio, tenía la opción de tirar para adelante con sus socios habituales, como Sumar, ERC, PNV o Bildu, entre otros. Pero, además, necesitaba el apoyo de Carles Puigdemont. Eran las cuentas que se habían hecho preventivamente en La Moncloa pensando en depender de numerosos grupos, también de Junts. «La previsión de Sánchez fue ese escenario», afirman desde su entorno. De hecho, me relatan que tomó cuerpo de inmediato. La misma noche electoral, un alto cargo de La Moncloa ya marcó el móvil de la portavoz parlamentaria, Miriam Nogueras.
Los puentes fueron tendidos para poner el destino de España en sus manos. El propio secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, se ha retratado al reconocer que la primera reunión con Junts la tuvo en un ahora lejano día de marzo, dos meses antes de las urnas municipales y autonómicas. El encuentro sirvió para empezar a hacerle el boca a boca al fugado ex presidente de la Generalitat. «Solucionad “el problema” Puigdemont», exigió Sánchez a su núcleo duro, convencido como está de ser todopoderoso desde la presidencia del Gobierno. Incluso para convertir el país en un remedo de democracia. Sánchez siempre ha creído tenerlo relativamente fácil con un Puigdemont que poco o nada tenía que perder y sí mucho que ganar con su investidura.
Sánchez ha logrado salvar un «match ball», eso sí, dependiendo de la voluntad de Puigdemont. Su nuevo aliado se lo dejó claro al dejar en el aire durante unas horas su reelección. «Hay que concienciarse -concedían en el Grupo Socialista del Congreso-, la legislatura va a ser lo más parecido a un calvario”. No existe todavía un clamor interno, pero se palpa la prevención. Junts se ha encargado de espolearla y la investidura apenas ha quedado como una meta volante, porque todas las votaciones pasarán por los separatistas. Y diputados vaticinan una «agonía parlamentaria». Intramuros de La Moncloa confían en engrasar las relaciones y presumen de estar acostumbrados a vivir al límite. Ese diagnóstico no quita el vértigo que algunos sufren. El mismo Óscar López, jefe de Gabinete del presidente, se ha visto forzado entre bambalinas a calmar los enojos de Nogueras. Me consta.
Junts tiene, tras vivir en la marginalidad durante la anterior legislatura, una inconcebible cuota de poder en el país. Y la suya, al igual que han anticipado el resto de los compañeros de viaje, va a ser una agresión continua al orden constitucional. Para Sánchez, el Gobierno bien valía, de entrada, una amnistía, y quien se oponga desafía sus designios. Para él, el pago a plazos solo acaba de arrancar. Ya llegará el referéndum de autodeterminación o similar. El diagnóstico de situación es un camino tortuoso: el país dividido en dos bloques irreconciliables, la opinión pública escandalizada y echándose a diario a la calle, el poder judicial en alerta, los inversores reevaluando sus posiciones, la Unión Europea expectante ante la deriva, etc., etc., etc.
La ambición personal de Sánchez le hace incapaz de actuar como el presidente de todos los españoles. Tampoco lo pretende. Ha levantado «un muro» en nombre de media España, la que supuestamente le vota a él y a sus socios, en contra de la otra mitad. Los acontecimientos se amontonan y son materia suficiente para extraer las lecciones oportunas y actuar en consecuencia. Estamos ante la pura autodefensa democrática. Pero, cuando uno juega siempre al límite, como acostumbra Sánchez, llega un momento en que cae. De victoria en victoria hasta la derrota final.
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