
Opinión
Puro cálculo y mucho ruido
Junts gana titulares con su maniobra; el Gobierno, por el momento, gana excusas. La ruptura funciona como válvula de escape

Junts ha roto con el Gobierno. La decisión obedece menos a una convicción que a una necesidad de presencia. El partido de Carles Puigdemont busca recuperar voz en un escenario que ya apenas lo escucha. No hay épica en el gesto, sino voluntad de volver a ocupar un plano que se estrecha. Desde Bruselas, el expresidente observa cómo su movimiento se disuelve entre la burocracia y la nostalgia. El tiempo ha ido agotando la mística del exilio, y el liderazgo que un día encarnó la desobediencia se ha convertido en rutina.
Mientras tanto, en Cataluña, nuevos actores —Aliança Catalana— empujan desde los márgenes con un discurso de pureza, promesas de identidad y desprecio por el pacto. Esa presión obliga a moverse: quien vive del símbolo no puede permitirse la indiferencia. En el fondo, Puigdemont no actúa por cálculo, sino por miedo a desaparecer. La ruptura le devuelve, aunque sea por un instante, el papel de protagonista.
Su estrategia es transparente: conservar la pureza de la oposición sin perder del todo la influencia. Es una cuerda tensa entre orgullo y necesidad. El exilio prolonga el mito, pero también lo encierra. El gesto de hoy recuerda que el personaje sigue vivo, aunque el relato ya no conmueva. Su partido no busca derribar al Gobierno; aspira a fijar precio, retener su base, recuperar centralidad en Cataluña y llegar a la siguiente cita electoral con identidad y mando.
La ruptura es, por tanto, un intento de volver a existir. Junts cree que con la decisión recupera un tono de oposición que le permitirá respirar, reafirmarse, recordar a los suyos que aún conserva fuego. Deja de ser socio obediente y vuelve a ser emblema. En un tiempo de política líquida, basta con el gesto para fingir destino.
Y en el Congreso, el movimiento abre más incógnitas que certezas. Queda poco más de un año de legislatura y el Gobierno ya carece de una mayoría operativa. Cada votación se negocia como una excepción, cada ley requiere una geometría distinta, cada decreto se tramita en el aire. El Ejecutivo vive de la aritmética de lo posible, sostenido por la fatiga de todos. Pero más allá de esa fragilidad numérica, la frase de Pedro Sánchez —“avanzar (…) con o sin concurso del poder legislativo”— se ha convertido en doctrina. La ruptura no lo debilita: le ofrece la coartada para perseverar en su método. La inacción deja de ser un defecto para presentarse como programa.
Esa es la consecuencia política del episodio. Sánchez no pierde nada esencial: ya había renunciado a legislar, y el botón de la convocatoria electoral sigue bajo su dedo. Lo que gana es relato: un adversario visible y una excusa para justificar la inmovilidad. En realidad, Junts no rompe el bloque, sino el relato del bloque; y al hacerlo, da al presidente un nuevo argumento para resistir sin hacer. El ruido, que tantas veces suple la realidad, le ofrece una tregua momentánea. Entre la fragilidad de los apoyos y la fatiga del país, el Ejecutivo se replegará en su única certeza: que mientras todo se debilita alrededor, el tiempo siempre corre a favor del que ya gobierna.
La maniobra de Junts encaja en esa coreografía. Cada actor interpreta su papel con precisión de oficio. El partido catalán gana titulares; el Gobierno, por el momento, gana excusas. La ruptura funciona como válvula de escape en un sistema exhausto que sobrevive a base de aplazamientos. Es un ejercicio de supervivencia compartida: uno busca resucitar su relato; el otro, prolongar su tiempo. En ese trueque de intereses, la política se vacía de propósito y el Parlamento pierde su condición de centro real del poder. Si se puede “avanzar sin concurso del legislativo”, la soberanía se ha trasladado al calendario.
Hay en todo ello una teatralidad que ya pertenece al paisaje político: la retórica del gesto, esa liturgia de titulares que no cambian nada; la solemnidad como placebo del contenido; la palabra “ruptura”, gastada hasta el extremo de no significar más que ruido. Se rompe para figurar, se pacta para posponer, se gobierna para resistir. El resultado práctico es un país que vive en la parálisis lacerante de un Gobierno y de un bloque de investidura entregados a la administración del vacío.
El episodio deja una sensación ambigua: nada ha cambiado y, sin embargo, algo se ha movido en el aire. Junts intenta revivir su propio pulso; el Gobierno mantiene su respiración contenida; la política continúa en su letargo activo. La escena está llena de palabras graves, pero el escenario sigue igual. Tal vez el verdadero drama sea ese: un país convertido en función que se repite sin descanso. Los actores se sustituyen, las luces se atenúan, el decorado envejece. Solo persiste la sensación de asistir a una obra sin desenlace. Junts irrumpe, Sánchez calcula, el público bosteza. Y la política, ese arte que debería transformar la realidad, se ha reducido a conservarla inmóvil, en beneficio de pocos.
✕
Accede a tu cuenta para comentar


