Benedicto XVI
Renovación o revolución
Las pasadas elecciones europeas con las que nadie contaba, han sido, empero, las más trascendentes de las últimas épocas, pues después de ella han pasado muchas cosas trascendentales para el futuro, sean o no, a causa de aquellas. Algo de lo que poca gente se ha dado cuenta es que pusieron de manifiesto un hecho: entre abstenciones de uno y otro lado, y votos «sui generis», algunos de cabreo, otros de protesta o castigo; han puesto de manifiesto que una nueva generación pide paso y esperanza. La juventud de este país es el tramo social que más ha sufrido la crisis, no sólo por estar la mayoría en paro, sino porque ha perdido gran parte de la esperanza. Cuando esto ha sucedido en la historia de los últimos siglos, las alternativas han sido dos: o renovarse, o hacer la revolución. Esta diferencia entre «renovación» y «revolución» podría equivaler a la que Hannah Arendt hacía entre la Revolución Americana y las Revoluciones Francesa y Rusa. Estas últimas establecieron un sendero violento, diseñado por la ideología iluminada de los revolucionarios, para alcanzar la «liberación» del sufrimiento y hallar consuelo a las penurias del pueblo. En marcado contraste, la Revolución Americana se orientó a fundar un espacio de «libertad y pluralismo», establecer instituciones equilibradas y duraderas, y garantizar un gobierno de leyes y no de hombres.
Vivimos nuevos tiempos, la galaxia Gutenberg ha sido sustituida por la aldea global y digitalizada; sin embargo, los dirigentes siguen siendo los mismos, el establishment permanece. Las nuevas generaciones aún no han accedido al poder. Dicen que se trata de la generación «ni, ni»: ni presente, ni futuro. Pero inevitablemente el tiempo, que resuelve toda duda, afirma tercamente: hay presente y habrá futuro. A mí lo que me preocupa es la falta de esperanza. Hace poco vi una magnífica película que cuenta una elocuente paradoja sobre esta cuestión. Se trata de la última entrega de X-men, en ella el Doctor Xavier señala el camino para evitar un futuro holocausto para los mutantes, estos tienen que volver al pasado, a modo de deconstrucción, al momento en que eran protagonistas de la historia, para corregir el error que les llevo a hacer la revolución: el miedo ¿Cómo? Asumiendo el «superpoder presente en cada ser humano: la esperanza; y por tanto, superando el miedo al dolor y al sufrimiento, aceptándolo y asumiéndolo».
Me recordó a las palabras de otro Doctor: «Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizá ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y de la soledad es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido». El Doctor, en este caso real, era Benedicto XVI, quien con su renuncia asumiendo su dolor, señaló el camino a seguir: la renovación. En España acabamos de vivir otro caso de «renuncia» protagonizada por el Rey Juan Carlos I. Su abdicación ha dado paso a la nueva generación, encarnada en el Rey Felipe VI y su Familia. El nuevo Rey ha optado por la esperanza, es el símbolo del triunfo de la renovación sobre la revolución: establecer instituciones equilibradas y duraderas, para garantizar un gobierno de leyes en un espacio de pluralismo y libertad: «Una monarquía renovada para un tiempo nuevo»
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