Ante el 28-M
Sánchez prefiere a Bildu
La Cámara Alta se convertía, de nuevo, en el mismo bochornoso circo en que había mutado un rato antes, al llegar Sánchez a su escaño, cuando a los aplausos de sus acólitos en pie se sumaban los gritos de “guapo”
Empezaba en alto el cara a cara en el Senado entre Pedro Sánchez y Feijóo, sin prolegómenos, con este último citando literalmente a un Sánchez pretérito que recitaba, retador, que con Bildu él no iba a pactar nunca. “Si quieren lo digo cinco veces, veinte veces: con Bildu no voy a pactar”. Repítalo otra vez, le instaba el líder de la oposición, y le espetaba dos frases lapidarias: que es más generoso con los verdugos que con las víctimas y que España ha tenido mucha más dignidad que él. Se refería al desprecio social suscitado ante las listas de Bildu con sus 44 condenados, siete de ellos por participación en asesinatos, y ante lo que el presidente guardó silencio durante 72 horas antes de pronunciarse, esperando a ver por dónde se respiraba y qué era lo que más convenía. “Debería caérsele la cara de vergüenza”, le decía. Pero Sánchez no sabe lo que es la vergüenza. Por eso, no solo no contestaba a la pregunta directa de Feijóo (“¿Rompe usted con Bildu o rompe con la decencia?”), sino que tiraba de chuleta para invocar al fantasma del 11-M y, obviando la historia de nuestro país y el esfuerzo de tantos, se apuntaba desacomplejadamente para el PSOE en solitario el tanto de acabar con ETA al tiempo que acusaba al PP de dificultar voluntariosamente esa derrota. “Qué soberbia ante los españoles y qué sumiso ante sus socios”, le contestaba un Feijóo que se permitía ironizar con un “le ha faltado dar las gracias a los asesinos”.
Los gritos de la bancada socialista impedían al líder de la oposición continuar tras preguntar al presidente del gobierno si podía comprometerse, allí y en ese momento, sin circunloquios, a no aceptar ningún voto de Bildu para gobernar en Navarra y Euskadi. Ander Gil, presidente del Senado, se veía obligado a pedir a silencio antes de poder proseguir. La Cámara Alta se convertía, de nuevo, en el mismo bochornoso circo en que había mutado un rato antes, al llegar Sánchez a su escaño, cuando a los aplausos de sus acólitos en pie se sumaban los gritos de “guapo”. Imposible dirimir si eran proferidos en serio por su cáfila de incondicionales o bien de coña por los integrantes de la oposición. Todavía no tengo claro cuál de las dos opciones me parece más cómica pero ambas provocan sonrojo. Retomaba la palabra tras la interrupción Feijóo enumerando a todos aquellos para los que Sánchez es una “esperanza electoral”: violadores, pederastas, sediciosos, okupas, “y, ahora, terroristas”. Se presentaba el líder de la oposición así como alternativa, como “un problema” para los que “utilicen el terrorismo para ir en una lista electoral”, y no una oportunidad, como se refirió Otegui al gobierno de Sánchez. “Aclare”, insistía, “si va a romper los pactos con Bildu. Sí o no”. Pero no iba Sánchez a contestar ante una pregunta directa. Ni a esa ni a ninguna. ¿Por quién le toman?. Él, al Senado, va a leer los apuntes que le han preparado otros. Y también a echar en cara a la oposición cualquier cosa que se les ocurra a sus escribas, independientemente de aquello que con lo que se le interpele.Por eso los cara a cara con Sánchez acaban siendo un par de monólogos entrelazadas y no un diálogo mínimamente constructivo. Ni siquiera meramente informativo.
Él, a lo suyo, ahora reprocha que Feijóo prometiese una política exenta de insultos y abierta a los pactos, luego que en lugar de centrar el partido le haya “abierto las puertas al partido de la ultraderecha”, más tarde que tenga pocos argumentos. Y también, como no, se dedica a hacer campaña aprovechando la intervención: que si cifras récord de empleos (no cuenta que somos el país con más paro de la OCDE y el segundo con más paro juvenil), que si los fondos europeos (omite que su gobierno ignora sistemáticamente los requerimientos información de la Comisión de Control Presupuestario del Parlamento Europeo, que ignora dónde han ido a parar los fondos recibidos), que si las tasas de inflación (no dice que, aunque se estima que bajen, no se espera que lo hagan también los precios), que si la paz social (no explica que no es la derecha la que amenaza con que ardan las calles si no ganan en las urnas). Seguía Sánchez con su matraca cuando le bajaban el micro, como les pasa a los viejos actores en los agradecimientos en Los Goya. Y es que le quitas a Sánchez su tiempo ilimitado y, sin ventaja, se te queda en eso: en un señor nervioso con apuntes gritando que viene el coco.
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