Jorge Vilches

Socialista a la defensiva

España vota en un referéndum constante, pero eso está perjudicando allí donde el «sanchismo» disgusta al votante de centroizquierda

28M.- Sánchez señala que Sevilla estuvo en su cita con Biden y transferirá en junio 20 millones para el metro
28M.- Sánchez señala que Sevilla estuvo en su cita con Biden y transferirá en junio 20 millones para el metroEuropa Press

La adopción del populismo por parte del PSOE de Sánchez tiene dos consecuencias en la campaña. La primera es que cada elección es un plebiscito sobre la situación nacional. La segunda es el atrincheramiento de su electorado. Su votante se convierte en un elector a la defensiva, un resistente que se calza un impermeable para que la realidad no le moje. Es un tipo que desprecia a los medios que no aplauden a su Gobierno. Un elector que se aferra a las esencias izquierdistas de ricos contra pobres y de la derecha demoníaca para negar los datos.

Estas condiciones las conoce la sala de máquinas del «sanchismo», que alimenta el carácter defensivo de su electorado y el sentido plebiscitario de los comicios locales. Presenta las urnas como una manera de frenar a la «malvada» derecha política, mediática y económica. Quiere convertir el voto en una forma de dar una buena lección a todos los que se atreven a criticar al Gobierno de «coalición progresista».

La verdad es que lo han conseguido. España vota en un referéndum constante. Ahora bien, esto está perjudicando allí donde el «sanchismo» disgusta al votante de centroizquierda, como en la Comunidad Valenciana o Castilla-La Mancha, incluso en Sevilla. El carácter nacional no beneficia tampoco a Podemos, esa jaula de grillos siempre enojados. Sin embargo, la bajada es mínima. Las encuestas de verdad, no las del CIS, indican que hay pocos vuelcos porque el PP no consigue mayorías absolutas. Michavila afirma que ni siquiera Ayuso la tiene segura. Si el PP crece es porque Cs desaparece.

El carácter plebiscitario no deteriora en exceso al PSOE por el tono defensivo conferido a sus votantes. Les han contado que es preciso resistir si no quieren perder derechos ni que gobierne España la «coalición del mal» formada por el PP y Vox. Esto obliga al «sanchismo» a enardecer los ánimos de sus electores con un discurso tan agresivo con el enemigo como lleno de promesas. La victoria sobre la derecha, dicen, ratificaría que no se equivocaron y que, con un poco de paciencia se llegará al paraíso ecofeminista de justicia social.

El PSOE resiste bien en muchos lugares, como Asturias, Castilla-La Mancha y Extremadura, y crece en otros, como Cataluña. No habrá una desaparición del PSOE. No se va a repetir la experiencia de Grecia, Italia y Francia, donde el Partido Socialista ha pasado a la historia. Aquí aguanta y gobierna gracias a la facilidad que tiene para crear un relato que justifique el pacto con todo partido que se ponga a tiro, salvo el PP y Vox.

La estrategia de la resistencia permite que cuele el blanqueamiento de los bilduetarras y de los golpistas de ERC. Su votante prefiere una coalición con quienes dieron un golpe en 2017 o mataron a socialistas por el mero hecho de serlo, y a muchas personas que no eran del PSOE, con tal de que no llegue la derecha al poder. Ese miedo –otros hablan de odio–, es tan fuerte que aceptan a los ex de ETA como buenos y deseables socios en la defensa de su Gobierno.

El «sanchismo» ha forjado muy bien a este elector a la defensiva, muy fiel, que cree firmemente en resistir a toda costa y por eso se arriesga a tomar las elecciones como un plebiscito. Habrá erosión, lo conocen, pero menor si sus electores encajan la alianza con Bildu y ERC como una coalición de circunstancias despreciable, pero necesaria para evitar la invasión de la derecha.

Al tiempo, el PP de Feijóo trata de aprovechar el carácter plebiscitario de las elecciones locales y el relato sanchista sobre la bondad de sus aliados rupturistas atrayendo a los socialdemócratas espantados del PSOE. De ahí la feliz frase de «derogar el sanchismo», no a la izquierda y al Partido Socialista, y que, de momento, le permite presumir de apuntar con tino a La Moncloa.