Opinión
Suspenso en propaganda
Agitar el miedo a la «derecha y extrema derecha» no mueve el voto hacia el PSOE, sino que lo desliza hacia Sumar, y, además, da la imagen de debilidad.
El modelo propagandístico del sanchismo está mal construido. La combinación de la polarización en todos los frentes, desde el presidente al último concejal, con las promesas sin fundamento real, es una muestra de desesperación y poca pericia. Es la improvisación que caracteriza a este Ejecutivo. Más claro: ese modelo solo funciona si la descalificación absoluta y agresiva de la oposición se acompaña, por ejemplo, con un plan detallado, con cifras, fechas y mapas, de las viviendas que se van a construir. Lo contrario, que es tensionar la vida política y prometer humo tras cinco años de Gobierno, es un error de principiante. Radicalidad y realidad deben coincidir.
Para empezar, los papeles están mal repartidos. En cualquier equipo electoral clásico hay que distinguir al propagandista del agitador. El primero presenta la doctrina y promete proyectos. Tiene un perfil moderado, aunque a veces se le escape algún exabrupto. El segundo agita a los suyos contra la oposición con medios groseros fácilmente reconocibles incluso para el electorado más tosco. El propagandista aspira a ser estadista y es el cabeza de cartel, mientras que el agitador se inmola por la causa. Este modelo, que fue, por ejemplo, el de Felipe González y Alfonso Guerra, preserva la figura del que puede llegar a ser presidente del Gobierno.
El problema es cuando la polarización es la principal baza electoral y el líder representa los dos papeles. Ocurrió también con Felipe González en sus últimos años. Sacó la imagen del doberman para definir a Aznar en 1996 porque las encuestas, como hoy con Feijóo, auguraban una victoria del PP. Los sanchistas creen que la flauta puede sonar otra vez, y ganar por la mínima con el auxilio de los independentistas. Son demasiadas carambolas como para que funcione la jugada.
El sanchismo ha desgastado tanto las reglas de la propaganda que ya no sirven. El señalamiento del enemigo está muy manido, tanto como su desfiguración exagerada. Agitar el miedo a la «derecha y extrema derecha» no mueve el voto hacia el PSOE, sino que lo desliza hacia Sumar, y, además, da la imagen de debilidad. Feijóo no tiene la pinta del ultra antisistema que señalan y el Gobierno queda como un histérico.
Falla también en la repetición. Goebbels, el nazi del que bebe el populismo, también Podemos, decía que la Iglesia se mantenía por repetir el mismo discurso durante dos mil años con el mismo lenguaje. Esto es un desastre en el sanchismo porque Sánchez vive públicamente en la mentira desde 2018. No hay repetición de ideas, sino de imágenes sobre lo feminista, ecologista y progresista que es su persona, aunque sea con propuestas contradictorias. Un ejemplo: dijo que la ley del «solo sí es sí» iba a ser copiada en el extranjero, y con el mismo rostro pétreo expresó la urgencia de reformarla.
La regla de la cercanía se ejecuta mal. El candidato, como escribió Walter Lippmann, debe hacer promesas que sean creíbles, sustentadas en la mentalidad y experiencia del electorado. La demagogia desde el Gobierno -que no desde la oposición- reduce la credibilidad del candidato. Lo decía esta semana María Guardiola, número uno del PP en Extremadura para el 28-M, sobre Fernández Vara: lo que no haya hecho en estos 16 años de mandato ya no lo va a hacer aunque lo prometa otra vez. Esta afirmación es demoledora. El CIS es un chiste, por lo que la regla del contagio, es decir, dar noticias para conseguir el efecto de la profecía autocumplida, no funciona. Está tan desprestigiado que ya podrán presentar un estudio con 20.000 encuestados que nadie le creerá.
El resto de la campaña del PSOE es pobre. El intento de desmontar el punto fuerte del adversario alardeando de gestión es patético. Ejemplo: Isabel Rodríguez dijo que los populares se aprovechan de las crisis económicas. Claro, de las crisis provocadas por los socialistas. En fin, un suspenso.
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