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Vic: Urgencia de campanario

En Vic alertan a la población por megafonía de que viven una «emergencia nacional», un espectáculo que muchos vecinos tachan de «hitleriano».

El Ayuntamiento de Vic ha llenado la ciudad de pancartas y símbolos independentistas
El Ayuntamiento de Vic ha llenado la ciudad de pancartas y símbolos independentistaslarazon

En Vic alertan a la población por megafonía de que viven una «emergencia nacional», un espectáculo que muchos vecinos tachan de «hitleriano».

El escritor inglés George Orwell, en su obra «1984», inventó el personaje del «Gran Hermano», una imagen del poder futuro basada en la propaganda, el control de las gentes y de sus pensamientos. La imagen era tan acertada que ha tenido un éxito absoluto en las décadas siguientes. Hasta programas de televisión usan ese nombre para designar al ojo del poder que todo lo fiscaliza. Eso, ni más menos, es lo que llamamos un clásico: un libro de hace muchos años que todavía se entiende.

Orwell puede presumir en su trayectoria de tres clásicos («1984», «Rebelión en la granja» y «Homenaje a Cataluña»), algo al alcance de muy pocos. Si viviera ahora y volviera a Cataluña, terminaría escribiendo su cuarto clásico. Bastaría que se dirigiera a Vic a eso de las ocho de la tarde, donde el Ayuntamiento ha instalado una megafonía por la que, a esa hora, empiezan a sonar unas amenazadoras y estresantes campanas. Acto seguido, una voz grave, escogida adrede para que suene como la voz del supremo en las pueriles películas de Hollywood, avisa, con el tono ominoso de las emergencias, de que se hallan ante una situación de «urgencia nacional».

Vic es una población que anda discutiendo siempre a Manresa, Berga y Gerona el trono de ser el núcleo principal del tradicionalismo regional catalán. Con sus 44.000 habitantes, está entre pueblo grande y ciudad pequeña. Es una localidad próspera, centro mercantil de las explotaciones porcinas de la zona. Quizá porque el nacionalismo suele ser el vicio de las conurbaciones ricas y aburridas es por lo que el Ayuntamiento se permite estas frivolidades de estética totalitaria; imposibles en lugares más grandes como Tarragona, donde la cercanía de su planta petroquímica (y la eventualidad de un catastrófico escape) imposibilita hacer el tonto con las alarmas de emergencia y asustar a la gente.

La alcaldesa de Vic, Anna Erra, gobierna en minoría y ha sido quien ha puesto en marcha esta insensata iniciativa sin contar con el resto de partidos. Sorprende que una persona con estudios de Geografía e Histeria (quise decir Historia, perdón por el chiste fácil) y, sobre todo, con estudios de Magisterio como ella, desconozca la obra de Orwell y la popularidad y significado de sus imágenes e ignore los recuerdos que traerá a la gente la emisión de voces admonitorias desde una megafonía institucional. Cabe preguntarse qué les enseñaba a su alumnos y en manos de quién hemos puesto la educación de nuestros hijos. En lugar de perder el tiempo intentando transformar en distopía de «1984» a su hermosa localidad, podía haberles dado a conocer «Laura y la ciudad de los santos» de Miquel Llor. Ya que de clásicos hemos empezado hablando, es bueno recordar esta obra como clásico de la literatura catalana, donde se retrata a Vic, en 1931, como un lugar asfixiado por su tendencia al tradicionalismo rural. Por si es de las que cree que nuestros cachorros solo atienden al audiovisual, que sepa que también hay película de Gonzalo Herralde de 1986 adaptando la obra.

Ideas demenciales

En Vic, hace poco menos de un mes, alguien tuvo la demencial idea de arrollar con un coche 20 cruces amarillas que alguien había tenido la no menos demencial idea de plantar en la plaza del pueblo con la aquiescencia del consistorio. Nadie con dos dedos de frente puede pensar que la mejor manera de calmar a esa gente que anda mal de los nervios sea emitir estresantes y alarmantes mensajes por altavoces. Las cruces por las esquinas, los discursos de la voz del Gran Hermano resonando por las calles, incluso el perfil de los edificios de la hermosa plaza del mercado de Vic, empiezan a conformar un decorado siniestro que recuerda las peligrosas imágenes de «El triunfo de la voluntad» de Leni Riefenstahl. Los habitantes de Vic no son tontos y algunos leen a pesar de sus maestras. Por eso, no es de extrañar que una peatona de Vic (mayor, catalanísima, leída...) calificara despectivamente todo este espectáculo como «hitleriano».

Otra característica final y definitiva de los clásicos es que son libros que nos recomiendan a todos con respeto en el colegio y que, acto seguido, casi nadie lee con veneración, olvidándolos inmediatamente. En Cataluña, hablamos con respeto del libro «Homenaje a Cataluña» de Orwell, supongo que porque se menciona a nuestra región en el título y esa simple notoriedad basta para emocionarnos. Pero da la sensación de que casi nadie debe haberlo abierto, porque lo que encontramos en su interior es una crítica feroz de actitudes como la del Ayuntamiento de Erra. No es extraño, sino significativo, que después de conocernos, Orwell inventara su Gran Hermano.