Educación

La ansiedad del maestro cuando quedan días para comenzar el curso escolar

Una maestra nos lo narra en primera persona

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Observen atónitos el reconocimiento que voy a hacer a continuación porque es de los que hacen historia: hay docentes malos. Sí, y también los hay que solo quieren serlo (al menos creen que va a ser posible) por las vacaciones. No somos perfectos, de verdad que no, como en todos los trabajos, en el nuestro, también hay profesionales espantosos.

Observen atónitos el reconocimiento que voy a hacer a continuación porque es de los que hacen historia: hay docentes malos. Sí, y también los hay que solo quieren serlo (al menos creen que va a ser posible) por las vacaciones. No somos perfectos, de verdad que no, como en todos los trabajos, en el nuestro, también hay profesionales espantosos.

Hecha la aclaración, me gustaría decirles que me dan mucha pena. Y desde luego que digo pena porque hoy en día ser maestro, profesor o incluso docente universitario sin que sea vocacional es algo así como ser ligeramente masoca. Miren ustedes, en julio terminé mi vigésimo curso como maestra. En algunas ocasiones mi plaza fue en primaria en un centro CAES (Centro de Atención Educativa Singular), otros dos cursos en centros de Formación de Personas Adultas, y el gran grosso como especialista de educación especial o logopeda en secundaria y en primaria, siempre con alumnado con necesidades educativas especiales importantes (niños o adolescentes con autismo, parálisis cerebral, Síndrome de Rett, de Down, etc). No saben ustedes lo feliz que he sido a lo largo de estos veinte años. No sería capaz de describirlo, del mismo modo que tampoco sería capaz de explicarles, aunque lo voy a intentar, lo desdichada y estresada que he estado también.

Me han pegado, y como a mí, a mis compañeros de fatigas, mil veces. Sé que mil podría parecer una cifra exagerada pero estoy convencida de que me quedo corta. En mi área, las agresiones físicas son comunes, poco graciosas y nada deseables, pero más corrientes de lo que parecen. Incluso he estado de baja varias veces a causa de ello.

Por desgracia, las agresiones físicas a docentes de otras áreas como primaria o secundaria, comienzan a ser también habituales, por no hablar de las emocionales, basta ver algunos comentarios escritos por adultos, imagino, en mi anterior columna donde hablaba sobre nuestras vacaciones. Se nos trata con violencia, con mucha violencia y no solo por parte de los alumnos. Ellos, al fin y al cabo, solo responden tal y como se les enseña.

En estos días, ser docente es una profesión de riesgo, y no solo en educación especial, no, también en colegios ordinarios donde, en teoría, el alumnado es normotípico. Trabajar en ese clima provoca ansiedad, baja autoestima, miedo a no estar haciendo bien nuestro trabajo. Créanme, he llegado a tener taquicardia ante una reunión de padres porque no sabía de qué forma iban a reaccionar, he estado presente en una situación donde a la directora del colegio, un padre le dio un bofetón, o he corrido a llamar al jefe de estudios cuando otro padre se ponía agresivo con algunas compañeras.

La imagen idílica del profesor dando clase a unos alumnos motivados, atentos, que levantan la mano y responden de forma correcta ha quedado relegada a algunos reductos y «aldeas galas como la de Astérix», permítanme la ironía. Hoy en día, sobre todo en secundaria, los insultos, faltas de respeto, malas contestaciones, amenazas y hasta golpes a mesas, sillas y mobiliario, están a la orden del día. ¿Lo más triste? Muchos de esos improperios salen de la boca de las familias. De verdad, si en casa no nos respetan, sus hijos no lo van a hacer jamás. Si ustedes nos quitan la autoridad (una autoridad bien entendida), jamás seremos capaces de enseñar nada. Un alumno que no respeta a su profesor, es un alumno que no aprende.

Y fíjese, que no sé si me causa, o nos causan más ansiedades, sus insultos y sus faltas de respeto, o el hecho de no poder realizar correctamente mi trabajo. ¿Sabe usted que nos pagan por ENSEÑAR? Aguantarle a usted y a sus paranoias sobre nuestras vacaciones, la manía que le tenemos a su hijo o lo bien que vivimos, no se contempla como suplemento salarial. Debería, pero no sucede. Seguimos con nuestros sueldos normalitos. Estables, pero normales, algo que nos permite llevar una vida digna y ya. Intente borrar de su mente que ganamos un pastón. Ni somos ricos, ni lo seremos jamás.

Estamos a pocos días del comienzo de un nuevo curso. Sé, pondría mis preciados deditos en el fuego, que muchos, la gran mayoría de mis compañeros dejará de dormir con tranquilidad a partir de entonces. Los docentes nos encontramos en continuo estado de alerta. ¿Creen ustedes que es fácil ser responsable de treinta niños/adolescentes día tras día? ¿Creen que es sencillo conseguir, o al menos poner nuestro máximo empeño para que aprendan? ¿Creen que es posible estar con niños durante tantas horas y no quererles? ¿Ustedes de verdad creen que no nos «enamoramos» de cada uno de sus retoños y que intentamos que descubran lo mejor de sí mismos, el inmenso potencial que tienen? Olvídese de pelearse conmigo o con mis admirados compañeros y trabajemos juntos. Familias y docentes unidos significa avance, niño motivado, aprendizaje, éxito.

¿Y qué es el éxito? Lograr ser una comunidad bien avenida. Ustedes no saben lo que nos gustaría no despertarnos de madrugada nerviosos, no acostarnos a las tantas preocupados porque tenemos un alumno con el que no sabemos qué más hacer, ni con él, ni con su familia, ni hiperventilar por los pasillos de los coles porque no llegamos a la siguiente clase, ni quedarnos sin voz ya en octubre y seguir sin ella en junio, o ponernos malos durante las vacaciones que es lo que la mayoría de nosotros hacemos en cuanto bajamos el nivel de estrés.

Y ya que estoy, sí estoy abusando de las conjunciones copulativas, me gustaría lanzarnos un dardo a nosotros mismos. Trabajar en un buen ambiente laboral es también la clave para bajar el nivel de estrés. Centros donde prima la competitividad y se premia la incompetencia, los malos modos, los abusos por parte de los equipos directivos, las faltas de confianza hacia los docentes que se dejan la piel, espacios educativos donde abundan los egos y no el compañerismo, la inaccesibilidad de dirección, los «pssss, tú a la fila» y otras tácticas que lamentablemente muchos conocemos, NO constituyen la mejor forma de conseguir motivar a un docente. Porque yo me pregunto... ¿Si un profesor es capaz de tratar a un igual así, cómo tratará a un niño?

Ahí lo dejo... Feliz entrada de curso a todos, y permítanme por una vez personalizar mi despedida deseando un feliz comienzo a mi colegio, esa pequeña «Aldea gala» donde una es muy feliz como docente.

Yolanda Quiralte Gómez

Maestra de Educación Especial

Logopeda en U.E.C.I.L (Unidad Específica de Comunicación y Lenguaje)

Escritora.