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Fortaleza
Sobre un espolón rocoso cubierto de musgo y leyendas se alza una torre silenciosa que ha contemplado siglos de guerras, pactos, venganzas y amores prohibidos. El Castillo de Andrade, también conocido como de Nogueirosa, es mucho más que una fortaleza medieval en ruinas: es un centinela de piedra que conserva un pedacito de memoria de Galicia y, sobre todo, es el escenario de una de los relatos más sobrecogedores de amor maldito que se recuerdan en estas tierras. Tanto que aún hoy, al pasar frente a él, hay quien se santigua murmurando: “Que Deus teña na gloria os que morreron no castelo da fame” ("Que Dios tenga en la gloria a los que murieron en el castillo del hambre").
El Castillo de Andrade fue levantado a partir de 1369 por Fernán Pérez de Andrade, apodado "O Boo", como símbolo de dominio y defensa sobre las tierras del Eume. Situado en la parroquia de Nogueirosa, sobre la Peña Leboreira a más de 300 metros de altura, controlaba visualmente buena parte de la costa y del señorío eumés.
Con su torre del homenaje cuadrada y altiva, de veinte metros de altura, estaba concebido como bastión militar más que como residencia señorial. De hecho, la familia vivía en el palacio de Pontedeume y solo se refugiaba en el castillo en tiempos de peligro.
A lo largo de su historia, esta fortaleza resistió los embates de las Revueltas Irmandiñas -1431 y 1467-, las mayores rebeliones populares de la Europa del siglo XV. La segunda de ellas consiguió dañar parcialmente la construcción, aunque no logró borrarla del mapa. Tampoco los Reyes Católicos, que en 1480 decretaron el derribo de muchas fortalezas gallegas, lograron acabar con ella: el hijo de Nuno Freire de Andrade, Diego, se alineó con la corona y logró salvar el castillo del derribo.
Sin embargo, tras la muerte de Diego de Andrade en 1492, el castillo quedó deshabitado y con el paso de los siglos cayó en ruinas, hasta que fue parcialmente restaurado en 1929. Hoy pertenece a la Casa de Alba, heredera del linaje de los Andrade, que cedió su uso al Ayuntamiento de Pontedeume para fines turísticos y culturales.
El castillo se compone de un recinto fortificado irregular de seis lados, un patio de armas y la torre del homenaje, a la que se accede por una entrada situada a la altura del primer piso, como medida defensiva.
Las murallas, de más de dos metros y medio de espesor, apenas se ven horadadas por estrechas saeteras. En su interior, se distinguían antiguamente cuatro niveles: calabozo, cuerpo de guardia, habitación del alcaide y una estancia superior cubierta por una bóveda apuntada con arcos fajones. La terraza estaba rematada por almenas y matacanes desde donde se repelían ataques.
Se cree que cada esquina de la torre coincide con un punto cardinal, lo que ha llevado a pensar que también servía como rudimentario reloj solar. Desde lo alto, la vista alcanza las rías de Ares, Betanzos y Ferrol, en un panorama que aún hoy estremece por su belleza y por su historia.
Pero si por algo es conocido el Castillo de Andrade es por la leyenda que le da nombre popular: el “castelo da fame”. Una historia transmitida durante siglos, que mezcla hechos, tradición oral y una buena dosis de tragedia.
A finales de 1389, la fortaleza estaba bajo la custodia de un alcaide violento llamado Pero López. Este, encaprichado de Elvira, doncella de la Señora de Andrade, fue rechazado por ella, quien mantenía en secreto un romance con Mauro, el paje favorito del Señor y su hijo bastardo. Los celos y el despecho empujaron al alcaide a maquinar una venganza que acabaría transformándose en un crimen horrendo.
Con la ayuda de Zaid, un esclavo mudo y fiel, narcotizó a los amantes y los encerró en un calabozo secreto, oculto tras una pared de la torre. Allí los encadenó frente a frente, condenándolos a contemplarse en el tormento de la impotencia.
Zaid les llevaba comida, hasta que un día Mauro logró soltarse, atacó al esclavo y lo dejó malherido. Pero cuando fue a liberar a Elvira, Zaid, moribundo, se arrastró hasta cerrar el paso oculto. Ambos jóvenes murieron de hambre, atrapados en aquel lóbrego infierno.
El crimen solo salió a la luz cuando Pero López, agonizante por una pelea, confesó su crimen al Señor de Andrade, quien, al descubrir que Mauro era su hijo, lo asesinó en un arrebato de dolor. Luego corrió al castillo, descorrió el muro y halló los cuerpos abrazados en una despedida eterna.
Los enterró con todos los honores y pasó el resto de su vida encerrado en la torre, consumido por el dolor. Desde entonces, el castillo lleva el nombre de los que murieron de hambre por amor.
Hoy, recorrer los muros del Castillo de Andrade es un viaje a la Edad Media y una forma de asomarse al alma de Galicia, una tierra donde la historia se entreteje con la leyenda. Los visitantes pueden subir hasta lo alto de la torre por apenas un euro y contemplar las mismas tierras que Fernán Pérez de Andrade recibió como regalo.
Y allí, entre verdes, brumas y ríos, el visitante podrá preguntarse si aún resuenan los ecos de los suspiros de Elvira y Mauro. Tal vez por eso, los campesinos, al pasar, todavía rezan: “Que Deus teña na gloria os que morreron no castelo da fame”. Porque hay lugares donde el tiempo no pasa. Observa. Y espera.