
Celebraciones
Cuando Galicia apaga las luces: el regreso del Samaín, la noche en que los muertos caminan
De Cedeira a Ribadavia, la tierra de las meigas revive la antigua festividad celta del “fin del verano” con rituales, fuego y calabazas iluminadas

Hay noches en las que Galicia parece contener la respiración. En ellas, hasta los silencios hablan o susurran antiguas canciones de miedo. El viento sopla distinto, las sombras se alargan sobre los caminos y el rumor del mar acerca un eco oscuro, como si los antepasados pudiesen despertar de su largo letargo para caminar de nuevo entre los vivos.
Es la noche del 31 de octubre, una especie de tránsito en el que la frontera entre ambos mundos se disuelve y los espíritus, dicen, pueden cruzar por ese umbral. Los celtas la llamaban Samhain, el fin del verano, y marcaba el inicio del nuevo año, la estación oscura en la que las cosechas ya estaban a salvo y los vivos rendían tributo a los muertos.
Aquel tiempo de transición era sagrado. Se encendían hogueras para guiar a los espíritus benévolos y espantar a los malos, los druidas hacían ofrendas a los dioses del bosque y las familias dejaban el fuego encendido por si los suyos querían regresar a casa durante la noche.
También nacieron entonces las primeras máscaras y disfraces, un modo de pasar inadvertido ante las almas errantes. Todo ello en una Galicia que aún susurra leyendas, como la de la Santa Compaña, esa procesión de difuntos que vaga sin descanso por los montes anunciando la muerte a quien se cruce en su camino.
El despertar de una vieja tradición
Durante siglos, el Samaín resistió en silencio en aldeas y parroquias, disfrazado entre los magostos y las noches de difuntos. Sin embargo, hace unos 35 años, un grupo de vecinos de Cedeira decidió devolverle su esplendor, recuperando sus calabazas talladas, los ritos de fuego y el espíritu comunitario.

En Cedeira, este año, la cita será el 1 de noviembre, con talleres, una casa del terror, concursos de calabazas y una merienda otoñal con queso y miel. Al caer la noche, el casco histórico se sumirá en la penumbra y solo las calabazas encendidas marcarán el camino de los vivos y los espíritus.
Antes, este mismo fin de semana, será el del pistoletazo de salida para una Galicia que se viste de misterio. En Quiroga (Lugo), la sexta edición del Quimedo ofrecerá un recorrido por ocho casas del terror en las que participarán casi cien actores, con entradas agotadas y un ambiente digno de leyenda.
El 31 de octubre, Catoira (Pontevedra) celebrará su ‘procesión das caveiras’: una caminata a oscuras en la que las luces del pueblo se apagan para dejar paso a una atmósfera espectral. La Escuela Municipal de Teatro dramatizará escenas de miedo mientras la Banda Municipal, vestida de ultratumba, acompañará con melodías inquietantes.
A pocos kilómetros, el Samaín Briz de Marín tomará el Parque dos Sentidos con túneles del terror, bosques encantados y danzas bajo la luna. En Ourense, Allariz volverá a engalanar su casco histórico con decorados tétricos y humorísticos, mientras el Museo Galego do Xoguete organizará juegos de pistas familiares.

La villa de Ribadavia volverá a sumergirse en la magia de su Noite Meiga, una de las más célebres de Galicia. Allí se mezclan los aquelarres con los túneles del terror del castillo de los Condes de Sarmiento, los conciertos de música tradicional, las queimadas y un espectáculo de fuego y acrobacias aéreas que cada año atrae a cientos de visitantes.
Y en Sabucedo (Pontevedra), cuna de la Rapa das Bestas, el MUSA unirá tradición y comunidad: talleres de cocina, lectura de cuentos, un magosto y la esperada procesión de la Santa Compaña, encabezada por un caballo negro pintado como esqueleto.
Entre el fuego y la niebla
Este completo escenario arroja una realidad inevitable: el Samaín es algo más que una fiesta; es la memoria de un pueblo que no olvida sus raíces. Cada calabaza encendida supone una especie de ofrenda hacia el pasado, un diminuto golpe de luz entre generaciones.
A fin de cuentas, en las aldeas gallegas, cuando el viento baja soplando desde el monte y la niebla se cuela entre las siluetas de los hórreos, no cuesta imaginar a los antiguos druidas caminando entre nosotros. Porque, como dicen los mayores, aquí los muertos no se van del todo. Simplemente, cada otoño, vuelven a casa por una noche.
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