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Premios Princesa de Asturias

Discurso de Eduardo Mendoza, Premio de las Letras: "El colegio me volvió vago, malgastador y un poco golfo, tres cosas buenas para escribir novelas "

Reproducimos las palabras íntegras que el escritor barcelonés ha pronunciado al recoger el prestigioso galardón este viernes en Oviedo

Eduardo Mendoza(Barcelona, 1943) es autor de una extensa obra que ha sido traducida a varios idiomas. Generalmente ambientada en su ciudad natal, su bibliografía arrancó con la publicación de la novela "La verdad sobre el caso Savolta" (1975), en la que muestra un estilo en el que se mezclan elementos propios de la novela gótica, la ciencia ficción o la novela negra, así como un particular sentido del humor, la sátira y la parodia. Es por tanto firme merecedor del Premio Princesa de Asturias de las Letras, que recibe, según el acta del jurado, por su "decisiva aportación a las letras en lengua española del último medio siglo, con un conjunto de novelas que combinan la voluntad de innovación con la capacidad de llegar a un público muy amplio, y que gozan de extenso reconocimiento internacional. Su prosa clara engloba tanto el lenguaje popular como los cultismos más inesperados. En sus libros sobresalen el sentido del humor y la visión desenfadada y humanista de la existencia".

Reproducimos a continuación el discurso íntegro que ha pronunciado tras recoger el premio en el Teatro Campoamor de Oviedo:

Majestades, Princesa, Alteza, autoridades, miembros del jurado, familiares, amigos, señoras y señores.

Este premio ha sido para mí una sorpresa, un honor, una alegría y también un incentivo, porque yo, si no me miro al espejo, todavía me considero una joven promesa de la Narrativa Española. Lo último que se pierde no es la esperanza, sino la vanidad.

Pero sé que no me han premiado mí, que no merezco gran cosa, sino a mi obra, y una obra es la suma de muchos factores.

Tuve la suerte de nacer y criarme rodeado de libros y de personas que me leyeron en voz alta, pusieron a mi disposición una amplia biblioteca, me estimularon y me orientaron.

En el colegio recibí una educación estricta, tediosa y opresiva. Tenazmente me inculcaron las virtudes del trabajo, el ahorro y el decoro, gracias a lo cual salí vago, malgastador y un poco golfo, tres cosas malas en sí, pero buenas para escribir novelas.

Crecí en Barcelona, una ciudad de tamaño medio, cálida y soleada, tranquila laboriosa y conservadora, cuna de santos infantiles y abuelos entrañables. También un ciudad portuaria, viciosa y canalla. Yendo de la una a la otra y buceando en bibliotecas y hemerotecas descubrí que Barcelona tenía además un interesante pasado turbulento y criminal, del que me apropié para escribir mis novelas. Las ciudades, como las novelas, son de todos y no son de nadie.

El resto lo debo a los amigos, los maestros, las personas que me quieren, algunas aquí presentes: mi mujer, mis hijos, mi familia, mis editores, mis agentes, tantos y tantas que para nombrarlos no necesitaría tres o cuatro minutos, sino tres o cuatro horas.

Lo demás es mérito mío. Ya está bien de modestia. Alguien me ha llamado proveedor de felicidad. Es el mejor elogio que he recibido en mi vida y me gustaría que fuera cierto, aunque sea en dosis homeopáticas. Pero si alguna felicidad he dado a mis lectores, ellos me la han devuelto con creces con su lealtad, su complicidad y su cariño.

No soy optimista ni pesimista, porque no sirvo para prever el futuro, pero no me gusta el mundo tal como lo veo, quizá porque he tenido la suerte de vivir una larga etapa excepcional de relativa paz, estabilidad y bienestar. A mi edad, preferiría disfrutar de lo que hay y no andar quejándome de lo que falta, pero me temo que no podrá ser.

Por lo demás, los años me han hecho valorar sobre todas las cosas el respeto. Y si algo me han enseñado es que todo es relativo. O quizá no.

Se me acaba el tiempo. Hace ahora un año justo, en este mismo lugar, mi amigo Juan Manuel Serrat acabó su intervención con una hermosa canción. Como ustedes seguramente preferirán que yo no haga lo mismo, sólo me queda expresar una vez más, sinceramente conmovido, mi gratitud.