Naturaleza

Esta aldea gallega escondida en Los Ancares no dejará de sorprenderte

Se trata de un espacio casi secreto entre montañas en el que la piedra y el silencio resisten al paso del tiempo

Imagen de la aldea.
Imagen de la aldea. Turismo de Galicia

En lo más hondo de Os Ancares existe un lugar que parece haberse olvidado del tiempo. La niebla lo acaricia al amanecer, las aves lo sobrevuelan en silencio y el rumor de un río acompaña cada paso como una música que viene de otra época. Para llegar hasta aquí hay que adentrarse por estrechas pistas de montaña, cruzar valles y dejar atrás la prisa. Nada anticipa al viajero que al final del camino encontrará una aldea de piedra, un puente medieval que se curva sobre las aguas, y una torre que aún vigila, firme, desde las alturas.

El entorno es sobrecogedor: prados en terrazas, bosques de castaños, colinas suaves y cielos cambiantes. Una postal que parece salida de otro tiempo, donde las estaciones aún se miden por las hojas, la niebla o la leña apilada entre las puertas. Aquí, todo habla de raíces: los muros, los tejados de pizarra, los hórreos, los caminos empedrados. Pero el nombre de esta aldea se resiste a aparecer, como si quisiera mantenerse en secreto un poco más, como si su belleza pidiera ser descubierta con pausa, sin etiquetas.

Este rincón escondido se llama A Pobra de Navia, y es la capital del municipio de Navia de Suarna, en el corazón lucense de Os Ancares. A caballo entre Galicia, León y Asturias, su localización estratégica la convirtió en un enclave importante durante siglos. A orillas del río Navia y protegida por la altura, su historia está marcada por su castillo, del que aún se conservan muros y una torre. Fue bastión defensivo, residencia señorial y objetivo de las Revueltas Irmandiñas en el siglo XV, cuando los campesinos gallegos se levantaron contra los abusos de la nobleza.

La aldea entre el paisaje.
La aldea entre el paisaje. Wikipedia

A Ponte Vella

A sus pies, el puente medieval, conocido como A Ponte Vella, es una joya de la ingeniería gótica. Construido en el siglo XV, con un arco apuntado de más de veinte metros de luz, une las dos orillas del pueblo como un símbolo del pasado que aún sostiene el presente. Su silueta sobre el río es una de las imágenes más icónicas de la Galicia interior. No lejos de él, la Praza Chao da Torre concentra el latido del lugar: casas con balcones de madera, un ayuntamiento modesto y vecinos que aún se saludan por su nombre.

La vida en A Pobra de Navia es tranquila, pero tiene también su dinamismo. Cada jueves se celebra el tradicional mercadillo, donde se venden quesos, miel, verduras y pulpo recién cocido. En febrero, el pueblo recupera todo su esplendor con la Festa da Androlla, una fiesta gastronómica en honor a este embutido típico de montaña, con música de gaitas y mesas largas al aire libre. Son momentos en los que la comunidad se reúne, se reconoce y se afirma.

El entorno natural que rodea la aldea es parte de la Reserva de la Biosfera de Os Ancares, un santuario de biodiversidad donde aún habitan especies como el oso pardo o el urogallo. Desde aquí parten rutas de senderismo que atraviesan bosques primitivos, minas olvidadas o antiguos castros prerromanos. En invierno, la nieve cubre los tejados; en otoño, el bosque se enciende de ocres y naranjas. La naturaleza, aquí, no es un decorado: es una forma de vida.

A pesar del aislamiento y de la pérdida de población que sufre la zona, los vecinos se resisten a dejar atrás su historia. Se han recuperado viñedos en las laderas del río y se impulsan rutas artísticas que tiñen los muros de colores, mezclando tradición con creación contemporánea.

A Pobra de Navia es, en definitiva, una aldea que resume la esencia del rural gallego: historia, paisaje y resistencia. Un lugar en el que las piedras cuentan historias y el silencio tiene el eco de los siglos. Para quien se atreve a buscarla entre las montañas, la recompensa es clara: la belleza indescifrable de lo auténtico.