
Turismo
El pueblo marinero de Galicia forjado entre ballenas y bogavantes
En este pedacito de tierra el mar entra hasta las casas y las mareas rigen la vida desde hace siglos

En la costa norte de Galicia, encajado entre acantilados y espuma, existe un lugar donde el mar no sólo se contempla: podría decirse que se habita. Se trata de una diminuta aldea marinera del municipio de Ribadeo; un pueblo que huele a salitre y a fuego, un rincón en el que las olas golpean las piedras con la misma cadencia con la que laten los recuerdos de otro tiempo, de otra época, de un pasado repleto de redes, ballenas y bogavantes.
En Rinlo el mar se introduce en el corazón del pueblo como una calle líquida. La frase, lejos de ser una metáfora, se transforma en realidad: su puerto se adentra tanto en la trama urbana que casi alcanza los escalones de las casas. Allí las barcas se mecen junto a fachadas de piedra y pizarra, mientras las gaviotas y los gatos comparten tiempo y tejados.
A fin de cuentas, San Pedro de Rinlo (nombre oficial de un pedacito de Galicia que apenas suma 225 habitantes) no se entiende sin el mar, pero tampoco sin sus gentes; esas que llevan generaciones escribiendo la historia al ritmo de mareas. Y aunque hoy no salgan a cazar cetáceos, como hacían en otra época, la epopeya marinera sigue flotando en el ambiente.
No en vano, la cofradía de pescadores de Rinlo es la segunda más antigua de España. Durante siglos, el pueblo fue un puerto ballenero activo. Luego, con la decadencia de la caza de ballenas, llegó la necesidad de reinventarse. Y fue entonces cuando surgió una de esas ideas tan brillantes que permanecen en el imaginario colectivo: las cetáreas naturales.

En 1904, aprovechando una lengua de mar que se colaba entre las rocas, los vecinos construyeron una piscina de piedra que se llenaba con las mareas. Allí criaban centollos y bogavantes, vivos, frescos, listos para su venta o consumo. Era una forma de domar el mar sin alejarse de sus casas. Llegaron a funcionar hasta tres cetáreas, y aún hoy sus restos se pueden visitar: muros de piedra carcomidos por el salitre, monumentos mudos al ingenio marinero.
Rinlo se come
De este modo, si hay un motivo por el que muchos conocen Rinlo hoy, ese es su arroz con bogavante. No aparece en rankings internacionales ni en las guías de tendencias gastronómicas, pero en Galicia se conoce el lugar en el que se puede disfrutar del mejor arroz con bogavante: Rinlo.
Muchos de los establecimientos, próximos al muelle, cocinan este plato con bogavantes recién salidos del Cantábrico. El resultado es un arroz caldoso, intenso, servido en cazuela de barro, capaz de reunir a familias enteras, parejas de escapada o peregrinos del Camino del Norte que hacen un desvío exprés para probarlo.

Pero hay más. Los percebes de Rinlo, bravos y sabrosos, protagonizan cada verano una fiesta en el puerto. Se cuecen más de mil kilos en la Festa do Percebe, regados con vino blanco y acompañados de gaitas y buen humor. Es un homenaje a los percebeiros que se juegan la vida en las rocas, y también al propio pueblo, que celebra lo que es sin estridencias.
Turismo a fuego lento
Y pese a todo, Rinlo sigue siendo un lugar tranquilo, ajeno al turismo masivo. Muchos lo descubren por su cercanía con la Playa de las Catedrales, otros lo alcanzan caminando por la senda costera que conecta Ribadeo con los acantilados del este gallego. Pero quien llega a Rinlo se queda más de lo previsto: porque aquí no hay monumentos espectaculares ni hoteles de lujo, sino una parte del alma de Galicia, esa que conecta con el mar, con la historia, con la gastronomía.
Un relato que se escribe a través de calles estrechas que suben hasta la iglesia de San Pedro; que se oculta en las fachadas desconchadas, en las redes secándose al sol, en los saludos lentos o en los cafés que se alarga; que se descubre en el aire salado, en las conversaciones o en la luz que tiñe el puerto al atardecer.
Rinlo es un museo sin vitrinas, un lugar donde el patrimonio se vive y no se exhibe; en el que uno, si presta atención, descubrirá lo que el mar, las piedras o la gente tengan a bien contar en cada caso. Un puerto en el que el mar entra en las casas, con su resaca, con sus idas y venidas, con la historia que ha sabido transformarse y permanece.
✕
Accede a tu cuenta para comentar