
Polémica
¿De verdad los gallegos no tienen sentido del humor?
La crítica de Belarra a Rajoy sobre la supuesta “falta de gracejo” de los gallegos se suma a agravios como los de Rosa Díez o Carlos Boyero

Parece que el expresidente Mariano Rajoy ha desarrollado un sentido del humor tan peculiar que dejaba ayer desconcertada a Ione Belarra, portavoz de Podemos. Durante su intervención en la comisión de investigación sobre la Operación Cataluña, Rajoy respondió con su tradicional ironía a las acusaciones de espionaje contra su Gobierno. Esto no sentó bien a Belarra, quien al tiempo que lo acusaba de tomar por tontos a los diputados, replicaba con una frase que, a la postre, se ha mostrado carente de sentido del humor: “No sé de dónde ha sacado ese gracejo, porque usted es gallego y los gallegos no tienen fama de graciosos”.
La respuesta, que rápidamente se hizo viral en redes sociales, dejó en bandeja la réplica al ex presidente, uno de los políticos más rápidos en estas lides, y uno, también, de los que mejor manejan esa fina ironía, cuya barrera con la falta de respeto resulta, a veces, eso, demasiado fina.
A fin de cuentas, a Rajoy le podrá haber faltado en alguna ocasión algo de claridad en sus explicaciones -tal vez esto sí que sea más propio del gallego que la carencia de sentido del humor-, pero lo de hacer frases memorables es un don que trae de serie el antiguo presidente. Basta con observar su respuesta: “No voy a responder a si creo que ustedes son tontos porque tampoco se trata de generar un mail ambiente. Yo pienso lo que pienso y usted piensa lo que piensa, y hace muy bien”.
Un agravio más
En cualquier caso, ese error de Belarra, o esa falta de distinción entre la ironía y la falta de respeto, suele resultar frecuente en la política nacional. Algo que el propio Rajoy vivió durante su periplo público en alguna que otra ocasión.
Por ejemplo, cuando Rosa Díez, líder entonces de la aún tierna UPyD, espetaba a Iñaki Gabilondo en una entrevista en 2010 otra de esas frases memorables para, en esta ocasión, definir a Zapatero: “Podría ser gallego en el sentido más peyorativo del término”. Tal vez aquí se incluyese también esa falta de sentido del humor.
Gabilondo, rápido como siempre, recogió el guante y contrapreguntó: “¿Y Rajoy?”. A lo que Díez, para acabar de arreglarlo, respondió con un seco “es gallego” carente, por lo visto, de cualquier tipo de ironía.
Aunque sin irse tan lejos y en otro ámbito, durante una entrevista en 2024, el crítico de cine Carlos Boyero expresó su “manía personal” hacia actores con ciertos acentos, refiriéndose específicamente al acento gallego de Luis Zahera.
Un acento al que también recurrió inefable Alfonso Guerra durante los 80, cuando trataba de imitar esa entonación tan característica para burlarse de Manuel Fraga en el Congreso. El gesto, que hoy sería digno de un trending topic inado, resultaba entonces mucho más divertido. Aunque resultase de todo ello una mezcla de acentos del norte y del sur, de Galicia y de Andalucía.
En cualquier caso, y volviendo a nuestros días, afirmar que los gallegos no tienen humor es algo así como decir que en Galicia no llueve. A fin de cuentas, esa retranca gallega es una de las señas de mejor identifica a la comunidad.
Un arte de decir las cosas sin decirlas, de hacer chistes con seriedad absoluta y de soltar verdades como puños sin levantar la voz. Algo en lo que el propio Rajoy ha sido, es y será todo un maestro. Uno capaz de transitar entre frases inolvidables como “A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión, que también es tomar una decisión” o “Un vaso es un vaso y un plato es un plato”. Locuciones en las que, eso sí, no se salta la barrera de la ironía a la falta de respeto.
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