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Felipe de Edimburgo: de ameba a alteza real

Siempre por detrás de la Reina Isabel, el duque ha sabido ganarse su puesto dentro de la familia real a pesar de sus continuas polémicas y meteduras de pata

Felipe de Edimburgo con aborígenes en Australia
Felipe de Edimburgo con aborígenes en Australialarazon

Nació encima de una mesa de cocina en una isla griega. Salió al exilio con apenas un año de edad, escondido en una caja de frutas en un barco. No tuvo casa hasta que se casó con Isabel Windsor. Su madre, la princesa Alicia, era sorda, casi monja y con problemas mentales, hasta el punto de pasar la infancia de Felipe ingresada en un psiquiátrico suizo mientras su marido, Felipe, se entretenía en Mónaco.

Desde hace tres años, el marido de Isabel II está retirado de la vida pública. Aun así, el 20 de abril emitió un comunicado oficial de apoyo a todo el personal que está trabajando durante la pandemia en Inglaterra. Esa ha sido su última declaración, porque en foto lo hemos visto hace tres días, con motivo de su 99 cumpleaños, confinado en Windsor, donde lleva tres meses con su esposa. Viven en la inmensidad de Windsor, con sus 800 estancias, su servicio doméstico y los corgis, esos perros que llegaron a la vida de Isabel cuando su padre le regaló uno a Susan al cumplir los 18; desde entonces han sido 30, entre corgis y dorgis, los perros que han vivido como reyes con los reyes.

Precisamente, al cumplir también los 18, Isabel, además de un corgi, recibe un flechazo disparado por Felipe de Grecia y Dinamarca, un apuesto y rubio teniente de la marina inglesa sin apellido, sin tierra y sin familia, a pesar de ser pariente de media realeza europea. Y aunque era primo de la entonces princesa, a la reina madre no le gusta. Primero, porque desconfía de su tutor, lord Mounbatten y Dicky para la familia real. La reina madre, que pinta canas además de beber excelentes gin tonics, sabe que Dicky trata de colocarles a su sobrino y nada mejor que casándolo con la futura reina y también porque los cuñados del pretendiente han luchado del lado nazi. Aunque su apellido mutara del alemán Battemberg, de su tía la reina Victoria, al Mountbatten de los parientes ingleses, las raíces alemanas siguen presentes.

Abrazar el anglicanismo

Ocho años esperaron en los que Felipe demostró su lealtad a Inglaterra luchando en la Guerra Mundial, renunciando a la ortodoxia de la iglesia griega y abrazando el anglicanismo, más como pose que como creencia porque pasa por ser ateo; de hecho, bosteza en las ceremonias religiosas. Renunció así a sus raíces griegas y al título de príncipe de Grecia y Dinamarca, adopta el apellido Mountbatten de su tío y tutor y por último y no menos importante para un futuro príncipe inglés, solicita la nacionalidad inglesa. Vencidos los escollos, aunque con los recelos de la Corte, el rey Jorge le concede el título, distinguido pero no regio, de duque de Edimburgo. Ya se pueden casar.

Felipe se tomó su revancha en un pulso con su esposa y decidió dar la vuelta al mundo en el yate real, embarcando a sus mejores amigos. Esa distancia puso las cosas en su sitio. Isabel le ordenó que regresara y tomó dos decisiones vitales para Felipe: le concedió el título de príncipe de Inglaterra con tratamiento de Alteza Real y aceptó que los hijos de ambos pudieran llevar el apellido Mountbatten Windsor. En ese momento, Felipe dejó de sentirse «una ameba, un hombre que no puede dar su apellido a sus hijos», y colaboró, tanto que ahora, en el balance de sus 99 años, se sabe que ha pertenecido a 800 organizaciones, ha dado 5.496 discursos, escrito 14 libros y en una isla del Pacífico le han convertido en Dios, lo que para un ateo es una paradoja. Encontró en la protección de la Naturaleza un refugio para dotar a su vida de sentido, mientras su mujer regía a un país y a la Commonwealth y él se convertía en su mayor seguidor: «Yo, Felipe, duque de Edimburgo, me convierto en tu vasallo en cuerpo, alma y devoción terrenal y la fe y la verdad me unirán a ti en la vida y en la muerte contra viento y marea por la gracia de Dios», palabras que pronunció de rodillas ante su esposa el día que la coronaron como Isabel II.

A los 26 años, mientras viajaban por Kenia, su mujer se convertía en reina. En ese momento, pasó de ser el líder, el esposo y padre de dos hijos que brillaba y trabajaba, a ser el consorte tres pasos por detrás de su esposa y un marido políticamente incorrecto.

Un duque

Sus chistes, meteduras de pata, su falta de tacto con sus comentarios sexistas, racistas e incluso ofensivos para muchos le han convertido en una marioneta de los «shows» cómicos en Reino Unido, y se ha ganado apodos poco simpáticos, como el de duque de «Edimburro». Sin embargo, si no fue un esposo y un padre ejemplares, sí se puede afirmar que es un abuelo y bisabuelo cariñoso y alguien que, como dijo su esposa, «no acepta los cumplidos. Por lo que solo diré que, durante estos años, ha sido mi fuerza y mi apoyo, y yo, su familia y este país tenemos una deuda mayor de la que él reconocería y mayor de lo que nunca sabremos».