Estrellas Michelin
El cuento chino de los premios Michelin
Antes Michelin era hermético tanto como la elección del Papa en el Vaticano. Ahora es simplemente hortera. En esta innecesaria edición virtual de 2021, que no se justifica porque los restaurantes han estado cerrados prácticamente todo el año, la que llaman «Biblia roja» ha dado el cante. Han necesitado que en streaming los pobres cocineros, a los que estos horteras llaman chefs, hayan estado al borde del infarto para que en una gala más triste que una elección de miss de provincias, hayan dado su veredicto. Tan tristón y absurdo como de costumbre.
Cayetana Guillén Cuervo con una falda imposible y Muñoz con un esmoquin de pacotilla han prologado un discurso de la jefa de la cosa donde se ha hablado atropelladamente de resiliencia, solidaridad, sostenibilidad, cambio climático y ostras hiervas. Todo para animar algo tan surrealista y berlanguiano como premiar la nada. A unos pobres cocineros, eso sí en castellano, que se esfuerzan con toda la ilusión para que estos artistas les “macarroneen” la puerta. Y siempre por la misma deriva de lo más previsible que, salvo el excelente Muna de Ponferrada, uno pueda esperar.
Las mismas estrellas que repiten año tras año y que tienen el mismo tufo coñazo francés de quien sube al Olimpo y se queda a vegetar. Podrían haberse ahorrado lo digital, el papel que casi nadie compra y esa dictadura insólita de quien sin conocer realmente cómo se come y bebe en España marca la ley. Seguimos prefiriendo la elección de la Reina de las Fiestas de 2021 en cualquier localidad gastronómica en España sin necesidad de que el secretario de estado de turismo de un gobierno que lucha contra el mismo nos tenga que adoctrinar. Vaya tostón.
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