Poder
De la conga al haiku: un “POETA japonés” llamado Miquel Iceta
Del pico y pala con «el procés» a la delicadeza de un haiku, un breve poema japonés que tiene su origen en las notas escritas por los amantes tras una noche de pasión adúltera
A un tris se quedó el miércoles Miquel Iceta de defender los indultos en el Congreso al son del chotis del Pichi. Por la letra, y conociendo sus dotes de bailarín, pareció que se iba a arrancar por Las Leandras: «No ha nacido quien…». En lugar de cantar, se desgañitó entre los aplausos de su bancada. Vestido de chulapo y con otro temple frenaría mejor los últimos choques parlamentarios y conectaría con ese otro yo más gentil que asoma en sus redes sociales. Cada día nos obsequia con un haiku, un breve poema japonés que tiene su origen en aquellas notas escritas con gran sutileza por los amantes después una noche de pasión adúltera.
Iceta es ahora uno de los protagonistas de la agenda gubernamental. Su figura es clave en el «conflicto» catalán y desde la tribuna del Congreso se muestra firme defensor del federalismo y los indultos. Ideólogo del PSC y político de raza, le apasiona su oficio y está demostrando que puede ser el más entusiasta, exaltado y enardecido. A sus 60 años, no parece que todo este tinglado pueda causarle ni zozobra ni inquietud, a pesar del evidente coste y el desgaste que le supondrá la polémica secesionista. Dilapidó muchos años a la sombra y este es su momento. En aquella entrevista con Bertín Osborne, en noviembre de 2017, confesó que, siendo «un tipo bajito, calvito, gordito y gay», siempre le dio reparo dar un paso al frente y presentarse a la presidencia catalana. «Cuando me presenté sentí como si me hubiese quitado la faja y lo disfruté», declaró.
Contó también que tuvo que aparcar la religión antes de cumplir la mayoría de edad porque de lo contrario habría tenido que confesar sus relaciones homosexuales. Después de revelar públicamente su homosexualidad en 1999, se dejó los sesos reclamando el matrimonio gay, aunque él conserva intacta su soltería. Pero resulta que este hombre terco y polemista, que usa pico y pala para armar una línea federalista que exigiría una reforma de la Constitución y dejaría al país patas arriba, en su vida privada no es tan fiero como lo pintan.
Al llegar a casa, se despoja de toda retórica y nos abre la puerta a lo sagrado en sus redes sociales a través de los haikus, esos sencillos poemas orientales en los que la vida queda reducida a un instante muy ligado a la naturaleza y al paso de las cuatro estaciones. Desde 2014, cada día nos seduce con uno sintetizando en unas pocas sílabas una impresión. A cualquier occidental, y lego en la materia, un haiku le deja tibio. ¿Qué nos está diciendo el flamante ministro que hace solo unas horas enronquecía frente a los diputados de VOX? Atilano Sevillano, filólogo, escritor, autor de varios libros de haikus e, igual que Iceta, amante de la brevedad, nos advierte de la complejidad de esta poesía, a pesar de su aparente simplicidad. «Es necesario impregnarse del budismo zen, el taoísmo y el sintoísmo para sintonizar con ellos». En su opinión, su presencia se ha convertido casi en moda y a menudo se usa el envase del haiku sin penetrar en el fondo de su esencia.
No sabemos hasta dónde alcanza la sensibilidad de Iceta, pero según explica Sevillano a LA RAZÓN, esta «delicada forma poética japonesa compuesta de tres versos breves no rimados encierra un mundo. Además de retratar el instante como una pintura inspiradora, son una invitación a disfrutar de los pequeños grandes momentos de la vida con atención y serenidad». El haiku vuelve extraordinario lo cotidiano, evoca todo un mundo de sugerencias y captura en el instante toda la eternidad. Insiste en que es complejo entenderlo. «Requiere observación, practicar la paciencia y agrado por las plantas, los animales y el paisaje», advierte el filólogo.
Dondiego de día
El haiku tiene también la capacidad de apaciguar y de mostrar que la sencillez rinde los mejores frutos. En esas horas en las que Iceta se muestra amigable, sensiblero y engatusador, a menudo escoge los versos de Matsuo Bashô, un poeta vagabundo del siglo XVII que se inspiró en la poesía de la corte imperial. El repertorio de haikus en sus redes sociales, igual que antes el contoneo de sus caderas, le convierten en una suerte de Dondiego de día, esa planta inspiradora cuyas flores abren de día y se cierran al caer la noche. Su carácter camaleónico no pasa desapercibido en el Congreso y siembra la duda de si trata de almibarar los indultos o si los haikus no serán como aquellos guantes perfumados que se ofrecían a los soldados en tiempos de los Reyes Católicos para que no oliesen el hedor de la batalla.
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