Andalucía

Cayetana inicia las vacaciones sin Alfonso Díez «por obras»

La Duquesa de Alba y Alfonso Díez
La Duquesa de Alba y Alfonso Díezlarazon

Causa extrañeza que la Duquesa de Alba –que pronto verá su rizada efigie anunciando aceite de cosecha propia, siguiendo así el ejemplo del marqués de Griñón y otros titulados que ceden, prestan, o venden su nombre para comercializarlo– se haya marchado sola a San Sebastián, donde la espera la primera parada de un verano que ella eternizaba siguiendo por una Marbella ahora borrada de su vacación, en el chalé a pie de playa que heredó y ocupa su hijo Fernando –la cara buena de los hermanos–, y rematando en Ibiza, que a finales de agosto es más plácida y acogedora sin el trasiego vacacional.

Este año la isla tiene las novedades del estrenado hotel Pachá, llamado Destino, o la impactante Ushuaia Tower, donde Abel Matutes alzaprima la decaída playa d'en Bossa donde lo más emblemático es su Palladium. Acaso se revitalizó, pero no con el pretencioso Hotel Santos amadrinado días atrás por Arancha de Benito, Óscar Higares y Joaquín Prat anunciando su debú paterno. Ocupa la parte más estrecha de la inmensa playa que se inicia en Figueretas, ya rozando la entrada. El nuevo Ushuaia tiene un aire trepidante y hay «suites» de 12.000 euros, precio comparable a los desmadres del Lío –nunca mejor puesto–,o el Cipriani, vecino al Casino.

Cayetana lo deja para el final, y prefiere la tranquilidad donostiarra compartida por su hijo Cayetano, esa Genoveva que no se sabe ya qué es –además de llevar las RR PP de la Fundación Alba– y sus niños. La Duquesa los adora y tal dedicación impulsó el matrimonio y cinco años de relaciones sin ganas de darse el «sí, quiero».

Que no se disparen lenguas de vecindario ante lo que no debe extrañar: Alfonso se quedó en Andalucía, haciendo cosas en Sanlúcar, tan distinta y más aristocrática que la Chipiona donde no rinde el museo, tributo merecido a Rocío Jurado. Aunque ahora idean una apañadita visita o circuito por los lugares frecuentados por la cantante, como el céntrico chalé de su abuela Rocío –con aquella terraza-tribuna como si fuese la Casa Rosada en que posaban con apariencias cada 7 de septiembre–, el Santuario de Regla, el colegio donde estudió, la zapatería de su padre, que era honesto remendón, y el polémico huerto de los naranjos de las paellas dominicales, poco vinculado a «la más grande», aunque fue de su propiedad. «Alfonso ultima las obras de su casita en Sanlúcar, algo más de cien metros repartidos en dos plantas, y no quiere quitarle el ojo no vayan a pifiarla. De ahí que retarde reunirse con Cayetana», me revela una persona del círculo amistosamente protector que sabe que la Duquesa hizo una fugaz parada y casi fonda en Córdoba para dar el pésame a su amiga, la anticuaria María Dolores del Pozo, que tanto protegió a la pareja en tiempos de su casi anonimato sentimental.

Sin enredos domésticos

Está desolada y es de las incondicionales de la aristócrata que, fiel a su costumbre ya instaurada, prefiere no mezclar churras con merinas, y que su descendencia no conviva con Alfonso. Prefieren la nada comprometedora formalidad que se tienen con las visitas, aunque desaparecieron los recelos y el mal rollo opositor a lo que ahora todos consideran como alguien caído del cielo. A final de semana se reunirán en Donostia, cuando Cayetano y los suyos se vayan. Así no hay forma de enredos domésticos de alta alcurnia.