Buenos Aires
Dolly Fontana vetó a Alberto de Mónaco en Barcelona 92
Resulta curiosa esta añoranza del gran Samaranch evocado en casi todas las crónicas registradoras del desastre olímpico, y sigue sin entenderse qué hacía la guapa pero fría Amaia Salamanca sentada en lugar preferente. Mientras Barcelona cuestiona, cosas veredes, si poner o no el nombre de Samaranch a lo que ahora es Vía Olímpica ante el estadio remodelado para los fastos del 92, otros recordamos aquel agosto triunfal con una Olimpiada irrepetible, eso salta a la vista. Viví intensamente sus quince días desde aquella tarde inaugural donde, tras un almuerzo con las modelos convocadas por Javier Escobar, Claudia Schiffer se negó a compartir coche con sus compañeros, donde destacaban Pat Cleveland y la Bruni. Maese Pertegaz había diseñado para la veterana modelo americana un remedo de la Dama del Paraglás hecho en rojos ahora símbolo de nuestras jornadas deportivas y emblemático en los bien aprovechados días bonaerenses donde nuestra gente compró guantes y mocasines de carpincho que aquí, por ejemplo en Loewe, cuestan un potosí y allí casi los regalan pese a cómo subió todo desde que reina más que gobierna Cristina Kirchner.
Cómo no recordar los sudores compartidos por Valentino y Pertegaz subiendo a pie, en una tarde sofocante, las escaleras mecánicas estrenadas en Montjuic para acceder a las primeras pruebas, el italiano siempre resguardado por la lealtad profesional –la otra es cuestionable– de Giancarlo y Nati Abascal al frente de un grupo jubiloso que luego remató el día en el entonces atrayente Up-Down de Oriol Regàs, buen sustituto del irrepetible Bocaccio de Muntaner. Fue un hito en la nocturnidad de la ciudad más internacional de España que con la Olimpiada se relanzó urbanísticamente. Las obras cambiaron su entorno, ya algo imposible en este Madrid ninguneado por el COI, acaso forzado por presiones parisienses cara a un 2024 en el que aspira organizar los Juegos. Sería imposible un bis en un país europeo, de ahí que no se los concedieran a la capital española. O tal cuentan dolidos desde Javier Hidalgo a Carlos Herrera, excepciones entre los españolitos de a pie que, como Simoneta Gómez-Acebo, disfrutaron del bien situado NH Towers al lado de la Casa Rosada, hotel antaño propiedad de un gallego y que por eso era elegido por Fraga Iribarne para alojarse en Buenos Aires. Reconvertido por NH, yo lo recuperé la pasada Semana Santa quizá oliéndome que cobijaría a la rebosante expedición olímpica de España.
La merecida calle a Samaranch
Aquellos Juegos barceloneses, con Montserrat Caballé y Freddie Mercury dándole a lo que ya es himno deportivo, el «Barselona, Barselona», dio pie a situaciones chuscas, como el pasmo de nuestro contumaz enemigo Alberto de Mónaco –que en Barna paseó con las espaldas bien guardadas– que intentó entrar con polo de manga corta en el Up-Down que dirigía Dolly Fontana con el mismo reclamo que ahora lleva las RR PP del ya emblemático Hotel Mandarín de Paseo de Gracia. «Alteza, tiene que venir con chaqueta», le detuvieron en la puerta. «Pero, ¿saben quién soy?». «Sí Alteza, pero no permitimos el acceso sin alguna prenda de vestir correcta», le frenó Dolly con la mejor de sus amplias sonrisas. Y el príncipe de tanto cuento aceptó, tragó sapos y sólo así cruzó el umbral de aquel lugar del buen vivir en una Barcelona que estúpidamente hoy cuestiona si J. A. Samaranch merece una calle o no. Por cierto, alcaldesa, ¿para cuando la de Rocío Jurado en Madrid?
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