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El poder secreto de Hollande
A François Hollande se le rompió el amor. A menos que la noticia con la que ayer despertaban los franceses y que atribuye al presidente una relación secreta con la actriz gala Julie Gayet, no sea más que un devaneo pasajero. El semanario rosa «Closer» lo revelaba a todo color en un amplio reportaje de siete páginas, debidamente ilustradas. Aunque en ninguno de los clichés aparecen juntos. Eso sí, los indicios son elocuentes. Algunos medios ya se habían hecho eco en las últimas semanas de las citas «privadas» contenidas en la agenda presidencial y de las escapadas en solitario de Hollande. Idas y venidas nocturnas ahora inmortalizadas y hechas públicas. Visitas que ambos se prodigan y que no son precisamente de cortesía. Al parecer, hace tiempo que practicarían un ritual muy bien rodado, explica la revista.
Violación de la vida privada
La primera en llegar es siempre la actriz, de 41 años, a bordo de unCitroën blanco. Minutos después, un guardaespaldas del presidente, presto a inspeccionar el vestíbulo del edificio, a solo dos pasos del Elíseo, en el prestigioso distrito VIII de la capital y donde Julie Gayet disfruta de un apartamento puesto a disposición de los tortolitos por una pareja amiga de la artista. Una vez comprobado que el camino está libre, es el turno de Hollande, que este año cumple los sesenta. Aunque el presidente extrema las precauciones. Conducido hasta el lugar en scooter por un motorista –siempre el mismo–, desembarca, y sin quitarse el casco en ningún momento, se adentra en el edificio en dirección al cuarto piso. Así sucedió, cuenta la revista, la noche del 30 al 31 de diciembre y del 1 al 2 de enero. En ningún momento se aprecia la cara del político socialista pero varios detalles le delatarían. Su hechura, su sobria indumentaria así como sus zapatos, indica el magazine; los mismos que calzó en un reciente encuentro con su primer ministro o durante la visita a finales de diciembre a Arabia Saudí. Pero sobre todo, su guardaespaldas personal, que vigila cada paso de Hollande y hasta sube los «croissants» a la pareja a primera hora de la mañana, y que es el mismo que ya le protegió siendo candidato durante la campaña presidencial de 2012.
El scoop ha tenido un efecto explosivo y los servicios del Elíseo, que según varios medios estaban informados de las intenciones de la revista, no habrían hecho nada para frenarlo. Aunque, eso sí, tenían su contraataque debidamente preparado. A las 7 en punto de la mañana y en un comunicado en el que se obvia su condición de presidente de la República, François Hollande «deplora profundamente la violación al respeto de su vida privada al que tiene derecho como todo ciudadano», rezaba la nota publicada por la agencia France Presse. Hollande no ha desmentido el rumor, lo que tampoco convierte a la supuesta amante del presidente en la nueva inquilina elísea.
Precisamente en palacio es donde la situación es más tensa. En el Elíseo sólo hay sitio para dos. Y desde finales de 2013, la primera dama, Valerie Trierweiler, se habría recluido en la llamada «ala Madame», la reservada a la consorte presidencial, evitando dejarse ver por las estancias oficiales.
Si los colaboradores más íntimos de Hollande conocían desde hace un tiempo la fecha de publicación de estas fotos, Trierweiler sólo fue informada horas antes. El tiempo suficiente para que su gabinete tratara de impedir su divulgación, aseguraban ayer medios informados. La imagen más reciente de la pareja se remonta a este martes cuando posaban juntos para degustar la tradicional «galette» de Reyes. Y quizá la última. De momento, ya se sabe que Valérie no le acompañará en la visita oficial prevista a El Vaticano el 24 de enero. No por el escándalo desvelado sino porque ambos no están casados y la primera dama podría resultar persona «non grata» en la Santa Sede. Aunque de aquí a entonces, puede que haya preparado ya las maletas. Lo que sorprende es su ausencia de reacción, pues la periodista, reputada por su fuerte carácter, nos tenía acostumbrados a reactivos, impetuosos y polémicos tuits. Esta vez, frente al drama de la infidelidad parece menos rauda a la hora de desenvainar.
Sin embargo, Valérie era a los ojos del Hollande «la mujer de mi vida». Así lo afirmaba en 2010 a la revista «Gala». Antes, el político mantuvo una larga relación con la ex candidata también socialista Ségolène Royal, con quien comparte cuatro hijos y no tuvieron reparos en presumir de familia feliz posando para «Paris Match» en 1988.En Julie Gayet, el presidente ha encontrado una «hollandista» de primera. Convencida por sus dotes como político y que habría acabado seducida por otros encantos. En 2012, la actriz y productora se enrolaba en la «troupe» de artistas partidarios de la candidatura del socialista al Elíseo. Ya entonces aparecía subyugada por las cualidades del candidato: un hombre «humilde», «formidable» y «verdaderamente a la escucha». Los rumores circulaban desde hacía varios meses. Ella, casada desde hace diez años y madre de dos hijos, consiguió frenarlos al desmentir la pasada primavera la relación que se le atribuía ya en esas fechas con el jefe del Estado.
A petición de la actriz, su abogado conminó ayer a la revista a retirar el escandaloso reportaje de su edición digital. La publicación accedió a suprimirlo en las «próximas horas» aunque según un portavoz eso «no pone en cuestión la veracidad de las informaciones», mientras su directora, Laurence Pieau, justificaba ayer la primicia por tratarse de una relación «de un presidente normal y de una persona normal». Una serie de fotos robadas que no le habrían reportado a su autor los pingües beneficios que cabría esperar. No habrían superado los 50.000 euros, sugiere el paparazzi Jean-Claude Elfassi entrevistado por «Le Figaro». Porque por apetitoso que puedan parecer, publicar las infidelidades del presidente de la República es un regalo envenenado para muchos medios que prefieren rechazar, lo que explica que este tipo de instantáneas se coticen a la baja cuando no terminan bajo llave en un cajón.
El Elíseo infiel
Una suerte de hechizo parece sobrevolar el Palacio del Elíseo. Como si cada presidente francés que por allí pasara no pudiera resistirse a la tentación de la infidelidad. O bien es la maldición de esta jaula dorada en la que los jefes de Estado galos pasan encerrados buena parte de su mandato. O a lo mejor, la consecuencia de una cierta sensación de omnipotencia, intrínseca a esta función suprema, que sitúa al presidente por encima del bien o del mal. O quizá, más llanamente, que el gusto por el adulterio y los amores clandestinos son parte del ADN del país vecino.
Es lo que cabe pensar cuando se analiza de cerca las vicisitudes sentimentales por las que han atravesado, al menos, los últimos cuatro presidentes franceses bajo la Quinta República. Porque en esto de los devaneos amorosos subrepticios en lo más alto del poder, Hollande no tiene la patente. Antes que él, otro socialista, su mentor, François Mitterrand, supo hilar fino para mantener en el más absoluto secreto –al menos en la opinión pública– la doble vida que durante sus catorce de años al frente de Elíseo llevó. Alojando incluso a su segunda familia en apartamentos del Estado y a cargo del contribuyente. Fruto de su relación con la conservadora de arte, Anne Pingeot, nació su hija Mazarine con el virus político en la sangre, porque desde su más temprana edad se afilió al Partido Socialista (PS) liderado durante años por su progenitor. Si el pueblo ignoraba esa circunstancia de la vida privada de Mitterrand, todo el microcosmos mediático lo sabía pero callaba. También su primera familia, la oficial, y la primera dama, Danielle, que asumía con cierta abnegación. Hasta que en 1994 se hace pública la existencia de su primera hija extramatrimonial.
La presidencia del conservador Jacques Chirac confirmó la llegada de un Don Juan cuyos líos de faldas eran más o menos «vox pópuli», pero con un internet incipiente y una sociedad entonces no demasiado adepta a los chascarrillos sobre los amoríos de sus gobernantes, la información no llegó nunca a ser portada de ningún diario. Quizá por ausencia de imágenes o porque sólo se trataba de fugaces relaciones ante las que su propia esposa, Bernadette, acostumbrada a hacer la vista gorda, acabaría reconociendo en un libro.
A Nicolas Sarkozy la infidelidad de su esposa Cecilia no le llegaría ocupando el palacio presidencial, aunque sí fue allí, recién instalado, donde ella le abandonaría definitivamente para correr a los brazos de otro hombre. Nunca antes, en la historia reciente, el Elíseo se ha visto en la tesitura de tener que anunciar un divorcio. Aunque también fue en esa residencia en la que «Sarko» construyó un nuevo amor junto a la modelo y cantante Carla Bruni.
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