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Ana de Rojas, "la última Montarco" se despide de Ciudad Rodrigo

Ana de Rojas asegura que su apellido se irá con ella. Insiste en que Alejandra de Rojas no es su hermana

Ana de Rojas, hija de Eduardo de Rojas, conde de Montarco
Ana de Rojas, hija de Eduardo de Rojas, conde de MontarcoCedida

A unos 90 kilómetros de la ciudad de Salamanca y muy cerca de la frontera con Portugal se levanta Ciudad Rodrigo, una pequeña localidad cuya historia se remonta a cientos de años atrás y muy ligada a una de las casas nobiliarias más importantes de España: la Montarco. Su huella se aprecia en cada rincón de la villa, un importante legado que la máxima representante de la familia, Ana de Rojas, hija de María del Consuelo Pardo-Manuel de Villena y Eduardo de Rojas y Ordóñez, V conde de Montarco, pretende recoger en su libro: «Ciudad Rodrigo y el Palacio de Montarco».

La escritora, que todavía vive allí, explica en exclusiva a LA RAZÓN que su intención es «dejar constancia de la huella que dejaron los Montarco en esta tierra, porque fueron muy benefactores y gente que hizo mucho por Ciudad Rodrigo». Un asentamiento de nobles repleto de palacios y casas señoriales, pero de cuyos moradores apenas se conocen detalles. Ahora, Ana de Rojas llega dispuesta a contar su inédita historia: «Me apetecía hacer algo profundo sobre mi familia, quizás la que más vivió en el pueblo y tuvo más contacto con los vecinos».

Eduardo de Rojas, V conde de Montarco
Eduardo de Rojas, V conde de Montarco Cortesía

Para ella es importante recalcar que un título no ennoblece a la persona, sino que «es la persona quien ennoblece al título con sus actos», y la obra cuya publicación se espera «muy pronto» enumera varios ejemplos: «Mi familia hizo muchas cosas bonitas aquí. Hay un hospital en la ciudad que sobrevivió gracias a la donación de mi tatarabuelo. La condesa de Montarco, mi bisabuela, cedió muchas tierras para que los vecinos las pudieran trabajar y que la gente no tuviera que emigrar».

El complot Windsor

Sin embargo, es el nombre de su padre quien más vinculado está a la historia de Ciudad Rodrigo, entre cuyos anales se encuentran episodios tan destacables como un intento de complot durante la II Guerra Mundial que implicó al entonces duque de Windsor, Eduardo VIII, quien años antes abdicó en su hermano Jorge VI, el padre de la Reina Isabel II. Enfrentado a su familia por su romance con Wallis Simpson, una mujer doblemente divorciada, el ministro de Asuntos Exteriores de Hitler le convenció de que le restituirían como soberano del Reino Unido tras ganar la contienda si, a cambio, proclamaba al mundo a través de un mensaje de radio las virtudes de una alianza angloalemana, dos naciones enfrentadas. Como escenario de esa transmisión, Ramón Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno de Franco –amigo del III Reich–, propone a su secretario político, el conde de Montarco, que le preste su palacio en Ciudad Rodrigo por su cercanía a la frontera con Portugal, por si eran descubiertos y tenían que huir en el último momento. Finalmente, el MI6 descubrió los planes y trasladó de inmediato al duque de Windsor y a su polémica pareja a las Bahamas, y aunque el complot nunca llegó a buen puerto, alcanzó tal repercusión que años después el conde de Montarco fue entrevistado sobre este asunto por la BBC.

Wallis Simpson y Eduardo VIII (AP Photo, File)
Wallis Simpson y Eduardo VIII (AP Photo, File)(AP Photo, File)Agencia AP

Pese a estos lazos con el Gobierno franquista y la Alemania nazi, Ana de Rojas recuerda a su padre como un hombre que no se cerraba a nuevas ideas y que disfrutaba empapándose de todo tipo de corrientes: «Él fundó la Falange y hoy sería un facha para todo el mundo, pero era muy liberal. En casa teníamos siempre dos periódicos, el ‘‘Abc” y “Le Monde”, que recibía por correo sellado porque estaba prohibido en aquella época. “Le Monde” era su periódico de cabecera, y eso dice mucho de la personalidad de mi padre. Tenía la mente abierta y estaba dispuesto a escuchar todas las ideas».

Eduardo de Rojas leyendo "La gaceta rural", su periódico
Eduardo de Rojas leyendo "La gaceta rural", su periódicoCortesía

El libro que De Rojas está ultimando muestra un fiel retrato del conde de Montarco, más apasionado de la prensa que de las letras en general. «No le gustaba leer mucho, lo hacía porque no le quedaba otro remedio, y tampoco escribía. De hecho, decidió escribir sus memorias, pero no era capaz de escribir más de una cuartilla en todo un día. Su verdadera pasión era el periódico “La gaceta rural”, donde yo trabajé con él 10 años y los últimos cinco lo dirigí yo. Yo traté de mantenerlo, pero ahora es un blog. También me quedé con la yeguada de Montarco, de Pura Raza Española y con mucho prestigio. Ahora está revitalizada, la lleva un amigo mío veterinario», explica Ana, navegando en los recuerdos de su octogenaria vida.

[[H2:«La última Montarco»]]

Recuerdos que le ilusiona compartir en su libro, que se toma como «una despedida de los Montarco de Ciudad Rodrigo». Sin intención de entrar en polémicas, Ana de Rojas recalca que ella es «la última Montarco de mi generación porque, desgraciadamente, se han muerto todos. Solo quedan los más jóvenes: mi hermano Julio, mis hijos, mis sobrinos y los hijos de ambos. Pero después de mí, no queda nadie que pertenezca directamente a la familia De Rojas».

Sobre Alejandra de Rojas, oficialmente hija del conde de Montarco y su segunda mujer, Charo Palacios, que recientemente confirmó a LA RAZÓN que heredó de su padre la pasión por las letras, Ana de Rojas se muestra tajante: «La considero algo imprudente en su reiteración sobre la figura de mi padre, si se refiere a él, teniendo en cuenta que hay antecedentes de duda pública, y forzar la situación puede llevar a que alguien desee información verificada».

Alejandra de Rojas durante el evento de Ron Brugal
Alejandra de Rojas durante el evento de Ron Brugal GTRES

Evita profundizar en la polémica, pero Ana de Rojas se muestra firme a la hora de tomar las medidas que sean necesarias para demostrar su verdad: solo tiene cinco hermanos, los fallecidos Blanca, Juan Manuel, Carlos y Fernando; y Julio, el único que le queda. «El apellido De Rojas se irá conmigo», sentencia.