
Furor
Luigi Mangione, el oscuro objeto de deseo de un criminal
La opinión pública ha caído rendida a los encantos del supuesto criminal, como ocurrió con Jeffrey Dahmer o Ted Bundy

A estas alturas, es difícil que quede alguien en el mundo que no conozca a Luigi Mangione. Se trata del joven de 26 años que ha sido detenido en Pensilvania, Estados Unidos, por el asesinato de Brian Thompson, el CEO de United Healthcare, una de las mayores aseguradoras de salud del planeta. Sin embargo, la popularidad del supuesto criminal se ha disparado –nunca mejor dicho– más por sus atributos físicos que por sus presuntos actos, sobre todo en redes sociales. Las fotografías en las que luce sus perfectos abdominales junto a una sonrisa de anuncio se han viralizado en los últimos días, y a pocos les importa la gravedad de los hechos que se le imputan cuando se trata de elevarlo a la categoría de adonis. Incluso en las imágenes policiales que se han filtrado se aprecia su fotogenia, y para qué nos vamos a engañar, ¡defiende como nadie el mono naranja!, que diría una admiradora.
El delirio colectivo por los chicos malos no es nuevo. Ted Bundy, Jeffrey Dahmer o los hermanos Menéndez, acusados de horribles asesinatos, se ganaron la simpatía de buena parte de la opinión pública gracias a su físico, una respuesta irracional y apasionada ampliamente estudiada por expertos de diferentes ramas. En este sentido juega un papel fundamental el conocido como efecto halo, una tendencia innata de la mente humana a dar por bueno lo que considera bello, aunque en el caso de Mangione y otros ejemplos anteriores también han sido claves los móviles de sus crímenes.

«En el momento en que se da el componente que muchos han percibido como lucha de clases o de venganza contra las aseguradoras médicas, la opinión pública encuentra fácilmente una justificación al asesinato», expone a LA RAZÓN Edgar Artacho Mata, psicólogo forense y experto en perfiles criminal. Bajo su punto de vista, la belleza de Mangione a la hora de ganarse la simpatía del público no ha sido tan determinante como el halo de justicia social que parece rodear su ejecución, como ocurrió en el caso de los hermanos Menéndez, que explicaron el asesinato de sus padres por el maltrato que sufrían desde pequeños.

Pero la cuestión importante gira en torno a la influencia que la belleza puede tener en las sentencias de los reos, en si su «pretty privilege» se extiende también a la Justicia. «En los años 80 se apuntaba a que el atractivo del acusado, e incluso si llevaba o no gafas, tenía un peso importante en el veredicto. Sin embargo, estudios más recientes contradicen todo eso y apuntan más a la objetividad de los jueces y jurados. Estamos en un punto en que, científicamente, no está del todo claro», señala Artacho. Más práctica es la letrada Silvia Calzón Arias, especializada en Derecho de Familia y Penal, que siempre recuerda a sus representados la importancia de presentarse ante el magistrado luciendo su mejor aspecto: «Los abogados siempre decimos a los clientes que vayan a juicio bien vestidos y arreglados, porque los jueces y fiscales también son personas y la apariencia física del juzgado acaba influyendo en su parecer. La primera impresión es clave. (...) Recuerdo que tuve un cliente al que detuvieron y fue a juicio tal cual iba, con pantalones cortos, camiseta de tirantes, piercings, tatuajes en piernas y brazos… La jueza me dijo que mi cliente le ponía los pelos de punta. La apariencia nos afecta a todos, incluso a los jueces, que es lo grave. Que afecte a la opinión pública no es tan importante, pero que afecte al propio juzgador sí es preocupante. Recordemos que a la Justicia se le representa como ciega».
No hay perdón para los bellos
Por su parte, José Ignacio Fernández, criminólogo y autor del libro «Lenguaje Corporal en serie», opta por el término medio e indica que, «aunque la imagen puede ser importante para provocar un sesgo cognitivo a través de la apariencia, la mayoría de los jueces solo tienen en cuenta los hechos y las pruebas». El experto recuerda los casos citados anteriores y otros patrios como el de Daniel Sancho o José Rabadán –el asesino de la catana–, y recalca que por más guapos que resultaran a la opinión pública, todos fueron sentenciados a condenas severas, desde la cadena perpetua hasta la pena de muerte: «Son ejemplos de que la Justicia es ciega. Ninguno acabó bien parado a pesar de su aspecto». Parece que Luigi Mangione va a necesitar algo más que su carita de ángel para librarse de una condena que, en Estados Unidos, no es inferior a 20 años de cárcel. Al menos le queda bien el naranja...
La Justicia que no se dejó engatusar
Lyle y Erik Menéndez fueron condenados en 1996 a cadena perpetua por el asesinato de sus padres, pese a la empatía que despertaron en parte de la opinión pública.

Jeffrey Dahmer fue condenado a varias cadenas perpetuas por 15 asesinatos. Pese a la atrocidad de sus crímenes, recibía cartas de admiradores mientras estaba en prisión.
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