Entrevista

Raül Balam Ruscalleda: "Pedía microcréditos y cuando ingresé tenía una deuda de 20.000 euros"

El hijo de Carme Ruscalleda publica «Enganchado», libro en el que relata los oscuros años de su adicción al alcohol y a la cocaína y cómo ha conseguido llevar ya diez sin consumir, ni beber

Raül Balam Ruscalleda, cocinero.
Raül Balam / Miquel González-ShootingCedida

No brinda desde hace diez años, «pero sí me gusta ver a los demás hacerlo. En mi cumpleaños, mi familia brinda delante de mí y no pasa nada. Nunca más he vuelto a beber en una copa y si me la han dado, la cojo como si fuera un vaso». Son las palabras de un nuevo Raül Balam, cocinero del dos estrellas Michelin Moments, espacio gastronómico del Hotel Mandarín Oriental de Barcelona. Hijo de la gran Carme Ruscalleda y el hostelero Toni Balam, publica «Enganchado» (Libros Cúpula), en cuyas páginas cuenta, con la ayuda de Carme Gasull, cómo fueron esos trece años adicto al alcohol y a todo tipo de sustancias. Un libro que comienza así: «Me llamo Raül y soy adicto». Lo ha querido escribir, dice, «para protegerme, para ayudar a otras familias y para poner voz a una enfermedad muy jodida, que siempre te engaña y está en todas partes». Cada cinco de marzo, celebra un año más limpio y ya son diez. Para dejar constancia, se tatúa una línea más en el costado, que muestra feliz. Entre los colegas de la alta cocina, su adicción era un secreto a voces. Todos lo sabían y quienes son sus amigos, entre ellos, Ramón Freixa, Fina Puigdevall, Nandu Jubany y Carles Caig «se alegran muchísimo de conocer a los dos “raules”. Sin embargo, sé que hay quienes me siguen viendo como un vicioso. No me molesta, pero sí pienso en todo el trabajo que queda por hacer, porque es una enfermedad mental».

Carmen Ruscalleda y su hijo, Raül Balam
Carmen Ruscalleda y su hijo, Raül BalamInstagram

En aquella época, «el ambiente durante los servicios en Moments era insoportable. El equipo me tenía miedo, dicho por ellos. Todas las mañanas pensaban en cómo llegaría. Si estaba de buen rollo, enseguida se me cruzaba el cable y comenzaban los gritos». La adicción siempre le llevaba al bar, tanto si había culminado el mejor de los servicios como si había sido el peor, porque tenía que ahogar las penas: «Siempre acababa bebiendo y haciendo la llamada que no quería hacer. La adicción no entiende de sustancias, solo de colocones, de desinhibirse y de desaparecer. Pero, ojo, adictos hay en todos los sectores. He tenido compañeras de terapia, que se han bebido la colonia de sus hijos y yo, alcoholes horrorosos en mal estado. He conocido a enfermos, que han creado verdaderos imperios empresariales. Incluso hay amas de casa con una adicción disparada a las benzodiacepinas», apunta. Ahora es capaz de confesar haber consumido todo tipo de sustancias y de haber hecho esas barbaridades que narra en el libro más las que se guarda: «Piensa que me pasaba las noches consumiendo, intentaba dormir algo y cogía el coche para ir a trabajar a Barcelona. No me he matado en coche o he matado a una persona conduciendo porque un ángel me cuida. Un adicto es una bomba de relojería», continúa.

«Viviendo como un animal»

Según le entraba el dinero en la cuenta, salía, así que para seguirse a sí mismo el ritmo pedía microcréditos: «Ingresé con una deuda de 20.000 euros». Fue su hermana Mercè quien alertó a sus padres de que se le había ido de las manos. La pareja que tenía en aquel momento le dejó: «Me quedé casi un mes encerrado en casa viviendo como un animal y mi padre pidió a mi hermana que se pasara a verme y, de paso, ayudarme con la limpieza. Un día llegó y se encontró decenas de latas de cerveza y restos de cocaína por la casa». Era el 5 de marzo de 2013 y ese mismo día ingresó en el Instituto Hipócrates: «Si no hubiera entrado en el centro de desintoxicación, habría acabado tirado en un cajero».

Raül Balam y Carles Abellán
Raül Balam y Carles Abellánlarazon

Una de las frases más bestias que escribe muy conscientemente es: «Mis padres fueron mis primeros camellos». Y críticas no le han faltado. Carme, su madre, al principio no la entendía, pero, a día de hoy, asegura, perfectamente: «De hecho, ha pedido perdón a mi terapeuta, porque al principio estaba tan destrozada, que no entendía nada. Al final, le agradeció haber recuperado al hijo que perdió a los 16. Mis padres han cambiado su visión del alcohol, porque lo han pasado muy mal. Por eso, ellos, que nos inculcaron el arte del vino y el cava, ahora frenan a mis sobrinas. El alcohol no se considera una droga y es la más jodida y, encima, es legal», sentencia. Recuerda que entonces ya le decían que no sabía beber, que bebía muy rápido, que debía disfrutar cada sorbo. Incluso, cuenta haberse sentado en las mejores mesas del mundo, pero ha empezado a disfrutar de la comida sobrio y con un vaso de agua como bebida. Es su decisión, porque en los restaurantes de alta cocina cada vez encontramos más propuestas en cuanto a vinos y cócteles sin alcohol. No, no ha dejado de ir a bares ni a tabernas, porque se pide un refresco feliz.

Los eventos y las cenas con amigos, tampoco las evita, pero llegada una hora, se retira: «Llega un momento en el que no formo parte de la película y prefiero irme». Repite en varias ocasiones que no es cuestión de fuerza de voluntad, sino de «aceptar qué pasaría si te quedas. Porque no tenemos interiorizado que la adicción es una enfermedad crónica». Publica en el libro una receta de coca vegetal con espardeñas, que diseñó colocadísimo durante tres noches: «Hasta mi jefe de cocina, la miró y me dijo que era una locura». Los dos estrellas las mantiene gracias a su creatividad, que siempre ha estado ahí, y a un buen equipo. Además, durante los primeros años de Moments, la filosofía de Carme Ruscalleda en Sant Pau estaba muy marcada. Despues, Raül ha ido escribiendo su lenguaje culinario y desde 2016, diseña menús temáticos. El actual se denomina «La vuelta ciclista a España» (210 euros): «He creado ocho con doce platos cada uno con una mente estable. La creatividad es la misma, pero ahora existe un rigor y un orden». ¿Cómo es el Raül de hoy? Preguntamos: «Me cae muy bien. Me siento un espíritu libre. Tengo 47 años y me veo capaz de todo, porque las barreras me las pongo yo». No tomar sustancias, insiste, ha liberado su mente. Tanto es así, que desde que está limpio también dirige los restaurantes El Drac (Calella), junto a Marilo Rodrigues Alves, en el hotel Sant Jordi, y Cuina Sant Pau, el «juguete» que le vio crecer en lo que fuera el triestrellado de sus padres, en Sant Pol de Mar.